Juana a los 12

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Juana (Rosario Shanly), la protagonista excluyente de “Juana a los 12” (Argentina, 2015) de Martin Shanly, adolece de todo, y si bien su madre intenta comprender qué le pasa, nada ni nadie más que ella tienen la respuesta ante aquello que le está pasando.
“Juana a los 12” bucea en la vida de una joven que está dejando detrás su niñez pero que en ese transitar el mundo parecería que le comienza a reclamar cuestiones que terminarán por afectar su comportamiento social.
La niñez se aleja, pero ella continua con algunas rutinas con las que se siente cómoda, porque justamente en esa comodidad ella puede seguir controlando todo. Pero cuando su entorno, principalmente el escolar, comienza a vislumbrar algún conflicto, la madre es alertada para que pueda tomar alguna determinación sobre Juana y cómo avanzar en su educación.
Shanly saca una radiografía de un instante en la vida de la niña para hablar de cuestiones que circundan el crecimiento y la educación a partir de una puesta en escena realista que prefiere contemplar los hechos antes que privilegiar el manierismo y la manipulación de las situaciones.
En el arranque con esa muestra de un recreo en la escuela en el que Juana cambia figuritas al ritmo del “late, late, no la te”, Shanly demuestra una sensibilidad por su personaje contundente, la misma con la que luego irá desandando la tragedia cotidiana dentro y fuera del lugar.
Juana no puede explicar sus cambios de comportamiento, su falta de atención en la clase, sus ideas recurrentes sobre la muerte, su obsesión con sacar puntas, su incipiente pasión por un compañero o el recelo que tiene sobre su amiga, a la que quiere sólo para ella y nadie más.
Shanly construye un sólido guión en el que la educación, la crianza, la saludo y la normalización de comportamientos serán los vectores de un filme que refleja un estado de instituciones centenarias que deben modificar, a la brevedad urgente, estructuras que no hacen otra cosa que atrasar o no estar acordes a los tiempos que corren.
Si Juana se comporta de una manera no esperada, seguramente es porque en su casa pasó algo o responde a una situación que no fue resuelta de la manera correcta allí, o quizás responda a algún “trastorno” psicológico por lo que deberá acudir a un especialista para que la pueda volver a encauzar.
Si Juana está perdida, es porque no sabe hacia dónde su vida irá, y ante la ausencia de un padre que ella adora, con su madre todo es cuesta arriba, por eso le esconde información para evitar ser castigada, aún más que el castigo que ella se autoimpone.
El director muestra ese proceso natural y determinante, generador de etiquetas y estereotipos, que sólo procesa información a partir del subordinamiento y la sumisión de cuerpos e ideas, relegando la independencia y la libertad de pensamiento a un segundo lugar.
“Juana a los 12” es una ópera prima prometedora (quedamos atentos a los pasos de Shanly) que refleja un estado de las cosas vigente en el sistema educativo y las repercusiones que éste tiene en los hogares, en donde aún se sigue utilizando un sistema de premios y castigos para la conducta curricular de los niños.
Juana sólo quiere que la sigan comprendiendo, más allá de estudios, de análisis, de terapias, de apoyos extra escolares y de cualquier otro tipo de acompañamiento. Ella es tan sólo una joven que busca en el acercamiento al otro la posibilidad de seguir jugando a las figuritas pero también de poder comenzar a sentir como niña mujer todos los cambios que su cuerpo y su mente le están imponiendo