Joy: el nombre del éxito

Crítica de Mariana Van der Groef - Proyector Fantasma

La cara oculta del éxito

Hay herramientas que utilizamos siempre en nuestras casas sin prestarles demasiada atención. Herramientas y electrodomésticos que facilitan en sobremanera la preparación de nuestras comidas, la limpieza del hogar y de la ropa. Los utilizamos todos los días, pero lo hacemos de forma tan automática que seguramente ninguno de nosotros nunca se puso a pensar: ¿Quién los inventó?

La nueva película de David O. Russell se trata ni más ni menos que de eso: la larga historia detrás de la invención de un objeto de limpieza tan mundano y cotidiano como la mopa. ¿La tienen a la mopa? ¿Ese elemento maravilloso que reemplazó al trapo de piso? Para los que no son adeptos a limpiar demasiado sus casas, les explico: tiene una cabecera desmontable llena de tiras de tela o de algodón que no requiere que uses las manos para escurrirla (lo que es un verdadero asco). Seguramente la hayan comprado y usado mil veces sin detenerse a pensar a quién se le pudo ocurrir semejante genialidad. Pero detrás de esa invención, hay toda una historia de superación personal que vemos demasiado bien contada en Joy.

La película está basada en la historia real de Joy Mangano, quien armó su propio imperio a partir de su creación de la Miracle Mop (la mopa milagrosa). La inventora es interpretada por Jennifer Lawrence, quien les pasa el trapo a todos (nótese el doble sentido intencionado). Mentiría si dijera que no disfruto de las películas protagonizadas por la estrella de la saga de Los Juegos del Hambre, pero nunca la consideré una actriz digna del Óscar que ganó en el año 2013 por su papel de Tiffany en Silver Linings Playbook (también de David O. Russell). Pero en Joy, se lleva todos los aplausos. Acompañada por el mismo elenco que suele elegir Russell, compuesto por dos grandes como Robert De Niro y Bradley Cooper, la blonda es la única que destaca.

Pero la gran actuación de Jennifer Lawrence no es lo único bueno de la película, sino también su ritmo desquiciado. Es rápida y fluida, tanto que no permite al espectador aburrirse ni por un segundo.

Lo mejor de todo es que Russell deja bien en claro lo que ya intentó en películas anteriores: no hace falta ni una trama demasiado compleja, ni grandes efectos especiales para que una historia sea entretenida e interesante. Y en Joy lo logró: una película simple y bien contada, que refleja el arduo trabajo que se esconde detrás de cualquier éxito.