Isla de perros

Crítica de Mariano Patrucco - EL LADO G

Una encantadora aventura llena de emoción, sensibilidad y apreciación cultural donde conviven las influencias de Miyazaki, Kurosawa y Katsuhiro Ōtomo junto a la estética y el estilo personal de Wes Anderson. Vas a salir del cine queriendo abrazar a tu perro.

Wes Anderson, un prestigioso director que cosecha fans y detractores por igual. Mas allá de que digan sus haters, Anderson con su estilo visual único y particular, una gran maestría para desarrollar historias tragicómicas y la habilidad de crear personajes caricaturescos y con relaciones disfuncionales que se sienten increíblemente humanos logró hacerse de una legión de seguidores que consumen cada detalle de sus películas con avidez. Tras deslumbrar al mundo con el multipremiado film El Gran Hotel Budapest (2014) el director vuelve a dirigir una película de animación stop-motion después de Fantastic Mr. Fox (2009). Y es una genialidad.

La ciudad japonesa de Megasaki sufre una superpoblación de perros y todos los canes desarrollan una extraña enfermedad. El alcalde Kobayashi (Kunichi Nomura) decide exiliar a todos los perros enfermos a una isla de basura mientras los niños de la ciudad inician una resistencia, sosteniendo que la fiebre canina tiene cura y el gobierno oculta la verdad. El joven Atari (Koyu Rankin), sobrino del alcalde, decide robar un avión y volar a la isla de los perros para rescatar a Spots (Liev Schreiber), su fiel perro guardián. En el camino se encontrará con un grupo de perros alfa compuesto por Rex (Edward Norton), King (Bob Balaban), Boss (Bill Murray), Duke (Jeff Goldblum) y Chief (Bryan Cranston); un solitario y arisco perro callejero.

La manada de perros parlantes acompaña al pequeño Atari mientras atraviesan los peligrosos terrenos de la isla de basura. Por otro lado, en Megasaki, el alcalde envía un equipo de rescate para traer a su sobrino a casa y la joven estudiante de intercambio Tracy Walker (Greta Gerwig) junto a su grupo de defensa de los derechos de los perros se ven inspirados por la cruzada de Atari.

Isla de Perros es —por lejos— la película más ambiciosa de Wes Anderson hasta la fecha. No es una aventura animada convencional, de hecho, no es un film apuntado al público infantil. La belleza de las marionetas y la puesta en escena pueden hacer que parezca una producción para niños pero no hay nada más lejano a Disney que esta película. El humor ácido y sarcástico, su profundidad temática y las ocasionales situaciones violentas hacen que Isla de Perros sea una producción animada para adultos.

El diseño de la ciudad (y los vestuarios, los escenarios, etc) evoca a un Japón distópico que se ve y se siente antiguo y a la vez futurista, clásico y moderno. A lo largo de la cinte veremos tal despliegue de amor y respeto a la cultura nipona que el espectador se olvidará que la película fue concebida por un americano blanco nacido en Texas. No solo las voces de los humanos de Megasaki (todas en Japonés y sin subtítulos) ayudan a esta inmersión en lo asiático, la banda sonora compuesta por el ganador del Oscar Alexandre Desplat (La Forma del Agua) nos remiten a las orquestas tradicionales de tambores y por momentos el beat de la música se sincroniza a la perfección con los movimientos de los personajes y los cortes de edición.

El cuidadísimo diseño de producción, las marionetas hiperrealistas y el trabajo de animación que combina técnicas de stop-motion con animé tradicional son impactantes en su belleza y atención al detalle. Isla de Perros es una encantadora aventura llena de emoción y sensibilidad donde conviven las influencias de Hayao Miyazaki, Akira Kurosawa y Katsuhiro Ōtomo junto a la estética y el estilo personal de Wes Anderson.