Invictus

Crítica de Ricardo Silva - El rincón del cinéfilo

Una de las más humanas realizaciones de Clint Eastwood

Clint Eatswood le impregna a esta realización un aura de misticismo épico- deportivo, al presentarnos una de sus más humana producciones, donde deja de lado la guerra y el western. Aborda al Mandela humano, entregado a lograr la participación de su país en el Campeonato Mundial de Rugby de 1995 para conseguir su mayor anhelo: unir a su pueblo terminando cono el apartheid, el racismo entre blancos y negros, la división entre ricos y pobres.

El Mandela, encarnado por el multifacético Morgan Freman (actor fetiche de Eastwood), se ve aplomado y tranquilo, tras 27 anos de cárcel por razones políticas, tiempo suficiente para leer al inglés Willian E. Henley quien, sin saberlo, lo ayudó a inspirarse para su cometido como presidente de Sudáfrica. Matt Damon, como el capitán del equipo de rugby, es el motor para lograr el propósito presidencial y, cosa lejanamente soñada, ganar el campeonato mundial.

Después de “Grand Torino” (2008), Clint Eatswood nos entrega una vez más su gran manejo del lenguaje y la técnica cinematográfica, a partir un guión sólido, de su reconocida capacidad para dirigir actores, para ofrecernos, como es ya habitual, un producto completo, sin complejidades innecesarias, sin efectos visuales y especiales rimbombantes, sin un solo disparos espectaculares, digno de ser visto, disfrutado, y, por qué no, admirado.

No juega con un Mandela enredado en la política y sus conflictos colaterales, sino que nos acerca al lado más humano y solitario del presidente, sólo rodeado del servicio de seguridad, conformado, por su decisión, en el primer paso pergeñado para integrar a los ciudadanos blancos y negros, pero, por sobre todo sudafricanos, superando odios, resentimiento, rencores y venganzas acumuladas en el pasado. Para citar un ejemplo de la maestría del cineasta, baste recordar particularmente un momento, la única visita de su hija y nietos al palacio presidencial, donde Eastwood resume la soledad del hombre-mandatario mediante el logro de una atmósfera impecable entre la melancolía familiar y el destino de un ser humano, profundamente humano, con la mirada puesta en el mañana