Ida

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Una misteriosa verdad

Planos maravillosamente concebidos, que duran y muestran lo justo. Pocas y precisas palabras. Inteligentes elipsis. Personajes definidos a partir de trazos certeros y de la fotogenia de los intérpretes. Una luz que permite sentirse próximo a ellos e intuir sensaciones. Revelaciones dramáticas y cambios anímicos asomando como raptos poéticos. Un aliento narrativo seguro, sin aceleraciones ni torpezas, con un cierre bello y sugestivo. ¿De cuántas películas, de las que llegan a las salas de los cines en estos últimos tiempos, puede decirse todo esto?
Filmada en blanco y negro y en formato 4:3, el film de Pawel Pawlikowski (1957, Varsovia) logra sortear todos los obstáculos que asalta a cierto cine europeo engañosamente valioso que transita por festivales. Ni demagogia, ni sordidez, ni aires pretensiosos: Ida cuenta, simplemente, la historia de una joven monja (la bellísima Agata Trzebuchowska) en la Polonia de principios de los ’60, quien, al conocer a su tía (Agata Kulesza, impecable como una jueza decadente arrastrando al mismo tiempo signos de debilidad y fortaleza), descubre que es judía de nacimiento y necesita saber cómo ha muerto el resto de su familia. El planteo no oculta una mirada áspera sobre actitudes asumidas por distintos sectores de su país en el pasado, sin caer en simplismos.
El interior de una iglesia o de una humilde cocina, escaleras y caminos rurales, le sirven a Pawlikowski para trazar gráciles diseños con su cámara. Es prodigiosa la manera con la que filma un suicidio, y, del mismo modo, cómo integra a la trama algunas piezas musicales (incluyendo 24 Mila Baci, que también se cantaba en un modesto club en Te acuerdas de Dolly Bell?, la primera película de Kusturica) o esculpe, con la ayuda de sus actores, gestos y miradas de las que se desprenden intuiciones.
El espíritu de Robert Bresson asoma en Ida, premiada en el London Film Festival, entre otras cosas, por su “lenguaje visual inmersivo que crea un impacto emocional duradero”. Efectivamente, tal como Anna/Ida en su azarosa travesía, este singular film polaco también emprende una búsqueda –desde ya fructífera– en pos de una misteriosa, inquietante, liberadora verdad.