Historias de ultratumba

Crítica de Tomás Ruiz - EL LADO G

Una película que le da una cachetada al género en general. Las actuaciones son soberbias y los actores ya de por sí transmiten un miedo inexplicable.

En un género que no viene ofreciendo ningún tipo de innovación, Historias de Ultratumba (Ghost Stories) presenta una vuelta de tuerca a todo el mundo del terror. De la mano de Jeremy Dyson y Andy Nyman, quienes escriben y dirigen, esta película cuenta la historia del Profesor Phillip Goodman (Andy Nyman), un hombre que ha dedicado su vida a descubrir y desenmascarar engaños paranormales, a modo de documental televisivo, y siempre bajo de la premisa de “La mente hacer ver, lo que la mente quiere”, un credo que incorporó de su ídolo de la infancia Charles Cameroon, un hombre que se dedicaba a lo mismo que Philip hace ahora. El Profesor y Cameroon, se encontrarán cara a cara, cuando Charles que ya esta entrado en años y bastante mal de salud, le solicite que termine de investigar tres casos que él mismo no pudo resolver. Estos casos, tienen como protagonistas a Martin Freeman (Black Panther, 2018), Alex Lawther (The End of the F***ing World, 2017) y Paul Whithouse (Alice Through the Looking Glass, 2016). Ante el reto de su carrera, Philip deberá tener en claro su propósito y no dejarse llevar por los juegos que la mente pueda jugarle para poder resolver estos casos.

Claramente acá hay que hablar del ingenio que tuvieron los responsables del film, para escribir una película que le da una cachetada al género. Esta película demuestra que una gran idea puede verse plasmada en la gran pantalla y ser un éxito total, siempre y cuando esté bien de guión y bien de protagonistas. La estructura de la peli puede darse el lujo de narrar una historia central y tres subtramas antológicas que en ningún momento se pisan, ni se mezclan o se traban y no se quitan protagonismo entre sí, además de lograr asustar. El gran reto de las películas de terror de hoy en día es el de producir esa sensación extraña y a la vez adictiva que es el miedo, el susto, y esta película lo logra, sin tener demasiados trucos rebuscados, simplemente apostando a la inquietud que una cámara y la oscuridad pueda transmitir. La fotografía va variando dependiendo de la subtrama que se cuenta y las diferencia de una forma excelente, también ese estilo de falso documental le da un toque distintivo que le funciona a la perfección.

El desarrollo de los actos suele ser un problema para las pelis de terror, con un intenso segundo acto y un flojo/olvidable tercero, pero este no es el caso. De hecho la intensidad va de menor a mayor y la película explota al llegar al desenlace con un plot twist tremendo que sorprende a todos. Un recurso narrativo que está siendo bastante recurrente, pero que si se lo implementa de forma correcta y llega en el momento justo, se convierte en la “frutilla del postre” de un film.

Las actuaciones son soberbias y los actores ya de por sí transmiten un miedo inexplicable. El que más lo logra es Alex Lawther, un chico que tiene la facilidad de demostrar y transmitir miedo, paranoia, empatía y preocupación en una sola mirada y que si bien tiene la historia más floja, lo compensa con su impecable trabajo. Lo contrarío pasa con Paul Whithouse, alguien que se lo conoce más por la comedia que por dramas y otros géneros. Él tiene la historia más oscura y su actuación no está al nivel de lo que merece su trama, aún así cumple. El salto de calidad es sin dudas Martin Freeman, un actor de los más versátiles que hay en la industria, tiene la facilidad natural de empatizar con el espectador y no importa lo que haga, lo hará bien. Así lo demostró en Sherlock, El Hobbit y sus diferentes participaciones en el universo cinematográfico de Marvel.

Es una pena que esta peli llegue recién un año después de su estreno a nivel mundial y que incluso cabe la posibilidad que pase desapercibida por la cartelera, pero si tienen un lugar en sus agendas, aprovechen para verla en la mejor pantalla que puedan, con un buen sonido y acompañados de su protección favorita para taparse los ojos, porque el miedo es real.