Historias cruzadas

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

DAMAS DE HONOR

Historias cruzadas del novato directo Tate Taylor es una gran película que trasciende la problemática racial a la que refiere para convertirse en una historia que habla de las mujeres en cualquier sociedad y tiempo.

Partimos hacia el sur de los Estados Unidos porque Historias cruzadas (2011) se localiza allí, en Jackson, capital del estado de Misisipi. Un territorio conservador, donde predomina la religión protestante. Misisipi actualmente posee la mayor población de afroamericanos del país, pero en los sesenta, época donde se desarrolla nuestra historia, la población afroamericana había comenzado a decrecer, por la emigración hacia los estados del Norte. Las protagonistas de Historias cruzadas son mujeres que se constituirán como amenazas para el ambiente sureño. Destacamos primero a Skeeter (Emma Stone) y Aibileen (Viola Davis) pero pronto se les sumarán Celia (Jessica Chastain) y Minny Jackson (Octavia Spencer). El resto de las mujeres de la sociedad sureña, estarán representadas por Hilly.
A simple vista a estos grupos los separa la ideología. En el primero las dos mujeres blancas se relacionan con las mujeres negras de manera natural, amistosa, y el vínculo ama-criada pasará a ser una amistad de mujer a mujer. Las segundo grupo son claramente racistas y no puede llamarse “relación” al vínculo que tienen con sus criadas porque la violencia, el destrato y la negación como persona predominan. Volviendo a las dos mujeres del primer grupo, ellas no sólo están afuera del segundo grupo por su empatía y cálido vínculo con las mujeres que ayudan en sus casas o en las de sus amigas sino por su condición misma como mujeres dentro de esa sociedad sureña. Skeeter ha regresado de la facultad, ha conseguido un puesto en el diario local, tiene unos rulos cobrizos que como tales no obedecen a los sistemas de alisado y laqueado sureño, su vestuario carece del almidón reinante en las reuniones de Bridge, usa un portafolio marrón de cuero gastado y el detalle más problemático para la sociedad: es soltera. Para lograr su anhelo de convertirse en escritora debe escribir un libro desde el punto de vista de las criadas, contando el maltrato que reciben de parte de las familias sureñas, para ello necesita de las criadas, de sus historias, de su ayuda.
Celia está casada –detalle no menor es que su marido es el ex novio de Hilly (comandante/tirana del segundo grupo), su rechazo por parte de la sociedad de damas sureñas responde a su vestuario ceñido, a que usa esmalte rojo en manos y pies, zapatos que no son del mismo color de sus faldas, a que arregla su cabello rubio con unas ondas más californianas, si se quiere, y a que porta una figura curvilínea que luce despampanante con faldas ceñidas y escotes pronunciados. Celia vive en una casa inmensa, no sabe cocinar y desea imperiosamente contar con una ayuda doméstica que con el tiempo se volverá un miembro de la familia.
Hilly representa la clase acomodada sureña, hace caridad, viste de manera monocromática, no traspira, trabaja para sostener su imagen pública y para un proyecto de ley que obligue la construcción de baños para las empleadas negras fuera de las casas. El planchado perfecto de sus faldas, el lacio de su peinado y la pulcritud de su hogar esconden la verdadera mugre de su persona que excluye a cualquier mujer que se salga de sus parámetros, que casi no soporta a su madre, que no puede reconocer que la persona que ayuda en las tareas domésticas es eso, una persona y que bajo ningún punto de vista le es lícito negar tal condición, pese a vivir en una sociedad conservadora con leyes y tradición racista. Hilly no necesita ayuda de nadie, la fachada que construye la sustenta, su destino: la ruina, miseria.
Aibileen y Minny representan la ayuda para Skeeter y Celia. Son mujeres fuertes, sostenes de familia que abandonan a sus hijos para criar a los bebés de los blancos mientras sus perfectas madres los ignoran. Ellas resisten la violencia de sus patronas, la pobreza en la que viven aún trabajando todos los días de la semana. Pero todo tiene un límite. Ese límite reclama y llama a todas esas mujeres del primer grupo. Las suscita a poner fin a los abusos, a aniquilar la idea de que hay un “deber ser” mujer, y si hay uno, es un ser relacionado a la sensibilidad, a la amistad, a la fidelidad para con las personas y los propios deseos de realización. Nada más lejano a la negación del otro, a la farsa, a la violencia.