Hannah Arendt

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El mal siempre está cerca

¿De dónde viene el mal? ¿Por qué un mediocre es capaz de generar tanto horror? ¿Qué es el pensar y para qué sirve? ¿Porque para hacer bien se necesita tanto mientras el mal está al alcance de cualquier nadie? El filme reflexiona sobre estos temas a partir de Hannah Arendt , una intelectual judía alemana que huyó a Estados Unidos. La vemos allí, entre 1961 y 1964, cuando cubrió para la revista New Yorker el juicio al criminal de guerra nazi, Adolf Eichmann, en Jerusalén. Sus artículos produjeron una fuerte polémica, fueron rechazados por los judíos y a Hannah le costó amistades, trabajo y menosprecio. El filme la muestra en su lugar de trabajo, pensando, fumando, escribiendo, dando clases. Cuando se dio cuenta que “el instinto al mal es, quizás, inherente al hombre”, decidió consagrar su vida a explicar y explicarse la esencia del horror. Entonces no dudó en pedirle cuentas a la conciencia más que a los hechos para poder reflexionar sobre la culpa, la responsabilidad y el deber moral. Cinematográficamente puede ser calificada como sobria y convencional, pero su aporte está en su contenido, en sus diálogos sustanciosos, en la manera cómo Von Trotta presenta el ideario de esta mujer luchadora, implacable, soberbia que observa el mal desde la psicología, la filosofía y la sociología. Arendt fue atacada por la comunidad. La acusaban de haber sido condescendiente con ese criminal de guerra, aunque lo que ella declara una y otra vez es que lo que la asombraba era el tomar conciencia de que uno de los responsables del mayor crimen de la humanidad “no era un monstruo, era un hombre normal, un payaso gris y mediocre, un patético burócrata”. Comprobó que el mal está muy cerca de todos, que no exige seres excepcionales para manifestarse. Y hasta puso en tela de juicio el accionar de los consejos judíos a la hora de las deportaciones. Por supuesto, para poder explayarse sobre estas ideas, el filme ha tenido que sacrificar algunos aspectos sobre la vida privada de Hannah. Es superficial la mirada excesivamente dulzona sobre la pareja y es apurada la manera cómo resuelve el romance clandestino de Hannah con su maestro y su modelo, Martin Heidegger. En cambio ha tenido la buena idea de mezclar las imágenes reales del juicio a Eichmann con escenas reconstruidas. Lo concreto es que es un filme que explora más los pensamientos que los personajes y que le da peso dramático al mundo de las ideas, un filme que nos incita la reflexión y que en alguna medida desafía al cine de estos días, tan apegado al fácil impacto, al despliegue visual y a la acción vertiginosa. “Pensar es una ocupación solitaria”, le había enseñado Heidegger Martin. Y Arendt medita largamente para poder entender cómo nace el mal, como prospera tan fácilmente, como se potencia. Y allí descubre que “Eichmann no pensaba”, que sólo obedecía órdenes, que no tenía dimensión del mal porque lo encarnaba con la fuerza natural de un despropósito que sólo exigía una enfermiza y absoluta lealtad.