Hachazos

Crítica de Micaela Gorojovsky - Cinemarama

La vida de Claudio Caldini y su obra casi desconocida en el ámbito del cine nacional conforman el eje central de la película de Andrés Di Tella. Con material de archivo y varias reconstrucciones de la manera de filmar de este cineasta experimental, la película invita al público a familiarizarse con un personaje que dedicó su existencia a la investigación práctica del lenguaje cinematográfico y que, hoy por hoy, pasa sus días cuidando una quinta en General Rodríguez. Di Tella habla en off y su huella sonora abre un sendero narrativo sin el cual el fluir de los planos sería un tiempo a la deriva, sin rumbo. En la película estos planos no se dedican, como podría esperarse, a ilustrar la vida de Caldini sino que sólo rodean su existencia: la casa que habita, sus ideas, sus quehaceres, sus pertenencias. Sin embargo, esas imágenes atravesadas por el silencio, o bien por el escueto diálogo, muestran a la perfección quién es el artista.

El director parte su documental por dentro e inevitablemente deja desnuda la dinámica de la filmación. Su juego radica en tratar de evidenciar que lo que vemos es un largometraje. En una escena Caldini se niega a que lo filmen con una valija en la que (se supone) lleva toda su filmografía. Finalmente, la escena de la valija es rodada y se utiliza. Este ejemplo puntual no hace más que graficar la manera en que Di Tella nos invita a la cocina de su película; al dejar de lado la pretensión de transparencia, el director logra predicar que en el cine todo es artificio pero sin volverse tautológico en el intento ya que, aunque parezca ilegible, hay una historia que descifrar.

Una mirada somera podría concluir que Hachazos es una sucesión accidental de planos, sin embargo, al adentramos en el universo que este documental construye, dicha hipótesis se torna en algo difícil pero también inútil de sostener porque generalmente en una película nada de lo que se muestra es azaroso. El montaje y otros recursos permiten articular un discurso que rara vez es arbitrario o desinteresado de producir un determinado sentido. En este caso, Di Tella parte desde la historia de vida de un artista logrando una transición que desemboca en la historia de vida de un lenguaje y sus formas de ser y hacerse.

Un comentario aparte merece el público. Una sala con susurros, algunos que la abandonaban, mucho acomodamiento y reacomodamiento en las butacas y algún que otro cabeceo hacen pensar en la previsibilidad genérica que el público espera de un film. Quizás jugar con los límites del espectador no sea tan sencillo, después de todo, ¿a quién le agrada que pongan a prueba su tolerancia? Obviamente a nadie, pero Di Tella desliza un halo de esperanza a pesar del record Guinness en mensajes de textos enviados en medio de una función: “Creo que mi próxima película va a ser diferente”.