Hachazos

Crítica de Fernando G. Varea - Espacio Cine

Los días de un artista solitario

El director de este apacible y misterioso documental lo expresa, en algún momento: Claudio Caldini es uno de los secretos mejor guardados del cine argentino. Relegado de la Historia por varias razones: realizador de cine experimental, con toda su producción en formato Super 8, mirado con desdén por cierta crítica por el perfil puramente lúdico de sus obras y por colegas que creían indispensable la adhesión del cine a la militancia política en los años ’70, y desconcertante para muchos espectadores que no saben o no sabrían apreciar la libertad de sus ejercicios audiovisuales. Y, sin embargo (o por todo eso), Caldini demuestra que “el cine puede ser algo distinto”, según reflexiona, con calidez, Andrés Di Tella (1958, Buenos Aires), siempre explorando en sus documentales las relaciones entre hechos de su historia personal y de la historia de nuestro país, o lo que permanece de ellos gracias al material que proveen fotografías, registros fílmicos y recuerdos en voz alta.
Hachazos, que se suma a la edición de un libro y la presentación de un espectáculo multimedia para rescatar la figura de Caldini, no se detiene demasiado en sus líricas piezas audiovisuales sino en contar cómo fueron y son sus días. De una juventud con proyectos compartidos con otros cineastas igualmente inquietos (y olvidados) a un viaje a la India, la pérdida de rumbo y de identidad, un regreso sin gloria, años de vida nómade, y finalmente algo de paz alternando el cuidado de una quinta en el conurbano bonaerense con clases particulares y una suerte de vuelta a la profesión.
Di Tella estudia afectuosamente a este singular artista, deteniendo su cámara en el rostro de Caldini mientras mira la lluvia (pensando quién sabe qué cosas), lava los platos, revuelve viejos documentos o anda en bicicleta. Cuando la melancolía parece impregnar el relato, asoma alguna escena de Caldini riendo con ganas, inesperadamente.
Suele achacársele a Di Tella la tendencia en sus documentales a emplear un punto de vista marcadamente subjetivo, apareciendo en cuadro e, incluso, poniendo en evidencia las dudas y contradicciones que van apareciendo durante la gestación. Hachazos no está exenta de esos riesgos, pero las intervenciones en off del director de Fotografías (2007) y El país del diablo (2009) son breves y precisas, y los titubeos en medio del rodaje parecen adecuados para retratar a un hombre medio inasible, en apariencia muy simple pero profundo y con un pasado complicado. Más objetable resulta la repetición de una canción de Manal y cierto enfriamiento con el que expone la creatividad arrebatada de la obra de Caldini, quien, respetuosamente, acepta casi todo lo que el director le pide (“Es tu película”, admite).
Serena indagación, Hachazos desprende algunas ideas que vale la pena tomar, para rumiarlas y discutirlas: el limbo al que fueron impelidos los cineastas que no adherían a posturas políticas revolucionarias en los años ’70 (aunque fueran revolucionarias sus formas de expresarse), y la posible o necesaria correspondencia entre la vida de un creador y su obra. Aunque discutible, importa por acercarnos con afecto la figura de este artista de humildad y claridad conceptual realmente notables.
Vale la pena conocer a Caldini -que este año aceptó generosamente participar de una encuesta para Espacio Cine, que puede leerse aquí- a través de este documental, descubriendo las bellas imágenes que era capaz de crear en los momentos más arduos, o la lucidez de sus confesiones, como cuando explica que el cine existe para plasmar lo que sólo podemos ver en nuestros sueños.