Godard, mon amour

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

Michel Hazanavicius escribe y dirige la adaptación del libro en el que Anne Wiazemsky narra su conflictiva historia de amor con el director Jean-Luc Godard.
Godard, mon amour no es una biopic sobre el director francés, sino que bien podría ser la historia de un amor tóxico o de una pareja que empieza a quebrarse. Con el punto de vista de Anne, la actriz que se enamora del director y se va a vivir con él y se casa, Hazanavicius pinta un retrato de Godard poco amigable aunque sea, como se supone, desde la admiración.

Así como el director contó en su película oscarizada la historia de un actor que fracasa con el traspaso del cine mudo al sonoro y para eso copió el estilo de aquellas películas, acá Hazanavicius juega con el estilo del cine francés de la Nouvelle vague, la nueva ola que durante la década de los ’60 comienza a aflorar. Pero mientras en El artista, más allá de la falta de inspiración, había un notable cariño hacia el personaje y esa época del cine, en Godard, mon amour apuesta a algo más parecido a la parodia. Entonces el director y su actriz ahora devenida en esposa pueden discutir desnudos sobre lo innecesario y gratuito que resulta que muchas veces los actores aparezcan desnudos en escena.

El contexto nos sitúa en un tiempo posterior a que Godard realizara La Chinoise. Mientras la promociona en poco exitosas conferencias de prensa, los espectadores y la prensa no dejan de preguntarle cuándo va a volver a realizar una película como El desprecio, un tipo de cine que él empieza a considerar viejo y malo ahora que se interesa de manera más vehemente en la política y el momento que transita su país.

Lo curioso de esta película es que estamos la mayor parte del relato ante una comedia ligera, con situaciones no hilarantes pero simpáticas. Y sin embargo la historia que narra es bastante agridulce, aunque recién al final se opte por un tono más dramático. Godard se presenta como un patético snob, alguien soberbio cuyas actitudes lo van alejando de sus amistades y, progresivamente, de su mujer, a quien cela a ciegas hasta acusándola de infidelidades que él se inventa. Y ella lo soporta, soporta todo, porque lo ama y porque entiende que es un artista turbado. Y además porque lo ve como alguien fuerte en sus convicciones en medio de una época de revolución.

Louis Garrel es el encargado de dar vida a Godard y si bien el actor despliega gran parte de su carisma y dotes actorales su caracterización lo acerca más a la caricaturización. Stacy Martin, en cambio, aporta una dosis de frescura y sensualidad aunque parece haber nacido más apropiada para encarnar a Anna Karina que a Anne Wiazemsky.

Aunque entretenida y con algunos momentos ingeniosos (como la escena en que van al cine a ver La pasión de Juana de Arco y discuten y esas líneas parecen salir de la película proyectada), al film se lo percibe algo vacío en contenido. También es entendible por qué el propio Godard desacredita este retrato, más allá incluso de que la propia Agnés Vardá en su reciente Visages Villages no haya podido dejar una imagen positiva de la persona que es su colega. Y sin embargo ahí está Hazanavicius promocionando su película, con la frase que él dijo al saber de esta producción, en uno de sus pósters: “Una estúpida idea”. Entonces, ¿cuál es el propósito de Hazanavicius? ¿Homenajearlo o burlarse de él?