Frantz

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Es 1919 y la Gran Guerra ha terminado, pero no para Anna, que duela todas las mañanas en la tumba de su novio.
Los padres de Frantz, el doctor Hans y Martha Hoffmeister, la adoptaron como hija; mutuamente se ayudan a soportar la pérdida, en una pequeña ciudad alemana. Pero un día Anna descubre a un extraño merodeando la tumba de Frantz, dejándole flores; el extraño toca el timbre en la casa de los Hoffmeister, visita al doctor pero al enterarse de que es francés, Hans lo echa de la casa.
Martha y Anna murmuran; ¿y si el francés era amigo de Frantz? Finalmente Adrien es aceptado en el seno de la familia; según su relato, él y Frantz fueron muy amigos durante los años del primero en París, antes de ir a la guerra. Y aquí aparece el peculiar registro de François Ozon (La piscina, 8 mujeres), que filma en blanco y negro pero cambia a color para las escenas exultantes, como los recuerdos de Adrien junto a Frantz visitando el Louvre, el paseo de Adrien y Anna por la campiña o el momento en que el francés toca el violín para los Hoffmeister.
La aceptación de Adrien no es gratuita para la familia; Hans es de a poco ignorado por su grupo de amigos, por haberle abierto las puertas de su casa a un francés. Por su parte, Anna intuye que la relación entre los amigos fue algo distinta de como la presenta Adrien, quien no puede contener las lágrimas cada instante en que recuerda a Frantz, y hasta parece lamentar su muerte aún más que los propios padres.
Anna (un gran rol de la alemana Paula Beer) reconoce todo eso, pero no puede dejar de sentir un bálsamo en la presencia de Adrien, como si en él recobrara a su novio muerto. Los Hoffmeister sienten otra clase de afecto por el extraño, una enorme gratitud, la fuente de recuerdos que no llegaron a conocer sobre el hijo muerto. Pero una mañana, con la excusa de que su madre ha enfermado, Adrien abandona la aldea y regresa a París, dejando un enorme vacío en los Hoffmeister.
Ozon narra con técnicas modernas lo que parece una novela del siglo XIX, que se torna aún más romántica cuando Anna parte a París, para terminar de desenredar la madeja en torno de Adrien, o quizá para terminar de sellar sus propios sentimientos. La química entre Beer y Pierre Niney, que interpreta a Adrien, con su infinita melancolía sostenida en la fuerza de Anna, son la carta más fuerte de Ozon para que su película triunfe.
Frantz es un drama bien armado, una clásica película triste con cabos sueltos para el espectador.