Frantz

Crítica de Daniel Lighterman - Visión del cine

Luego de la Primera Guerra Mundial, en un pequeño pueblo de Alemania, un extranjero deja flores en la tumba de un soldado caído en combate: Frantz. La escena es contemplada con estupor por la prometida del alemán, que vio truncado su futuro matrimonio. Ella vive con los padres de su novio que la tratan como a una hija. La llegada del francés, envuelta en un manto de misterio, inquieta cada vez más, no sólo a los integrantes de la familia, sino también a los habitantes del lugar que lo ven como a un enemigo. ¿Cuál es la relación que unía a Frantz con Adrien, el recién llegado de Francia?

François Ozon lleva a cabo una remake de uno de los menos conocidos films de Ernst Lubitsch: Remordimiento (Broken Lullaby, 1932), con un profundo sentimiento antibelicista. Rodada en blanco y negro con algunos pocos momentos en los que vira al color, el realizador de 8 mujeres, juega con las identidades y las apariencias como en uno de sus últimos films, En la casa, para urdir un melodrama de tintes clásicos. Y como en la más reciente en el tiempo, Phoenix de Christian Petzold, o la más lejana, Vértigo, de Alfred Hitchock, la sombra de un muerto campea toda la película. Sobre todo ésta última, explicitada en la escena final de Frantz, en la que un museo, -EL LUGAR del arte por excelencia en Francia-, el Louvre, se hace catarsis y se encuentra, tal vez, consuelo. Frente a un cuadro de los menos conocidos de Manet “El suicida”, una pintura con un clima totalmente opuesto al cuadro más famoso de este pintor impresionista “Almuerzo sobre la hierba”. La pintura sobre el muerto y la fascinación que ejerce sobre algunos de los personajes de Frantz, pinta el clima de Europa luego de la guerra. Y es en esta reflexión en la que algunos ciudadanos se preguntan el sentido bélico, que es a la vez un sinsentido patriótico que sólo provoca muerte y tristeza.

En un escenario en el que los gobiernos planean las guerras y envían a ciudadanos comunes, en eso que se llama “enrolarse en las filas”, a personas alejadas de la noción de asesinar a un semejante. No en vano uno de los soldados es violinista profesional, enviado al frente de batalla, como en otro drama antibélico reciente: Mandarinas, de Zaza Urushadze, uno de los soldados es actor de teatro.

Paula Beer como Anna, la novia del soldado muerto es un notable descubrimiento, acompañada por Pierre Niney, uno de los mejores actores franceses de su generación.

De cómo la guerra deja truncas vidas de personas vitales y de cómo la mentira, la culpa y la cobardía afloran para dejar atrás el horror de la guerra, está hecha Frantz. Con una caligrafía que parece pasada de moda, pero que desgraciadamente, a la luz de los nacionalismos actuales, no pierde vigencia.