El jueves se estrena en las salas de todo el país «Franklin, historia de un billete» de Lucas Vivo García Lagos. Se trata de un thriller argentino protagonizado por Germán Palacios, Sofía Gala Castiglione y Daniel Araoz. La sinopsis nos anticipa que narra la historia de un exluchador y una prostituta que intentan desligarse de una organización criminal. Promotores de boxeo sin escrúpulos, policías corruptos, narcotraficantes violentos y ladrones aficionados luchan por el dinero y la supervivencia. El filme es la ópera prima del cineasta que previamente se desempeñó en el rol para la exitosa serie «Psiconautas» (2 temporadas) en la cadena TBS y en Netflix. En esta ocasión, también ofició como productor, ya que Navajo Films (su propia productora) fue quien financió el proyecto. La empresa también se encontró detrás de la ya nombrada «Psiconautas», «Pacto de sangre», «Insania» y «Porno y helado», entre muchos otros contenidos para plataformas. La película se presenta como un thriller policial. Comienza introduciendo un universo frío y plagado de corrupción, crimen y violencia. Crea una atmósfera sucia y corroída donde todos están condenados a la mala vida y nadie puede confiar en nadie. En este prototipo de Ciudad Gótica argentinizada lo único que importa es el dinero y la supervivencia. Así ingresan en escena dos criminales: el «bueno» y el «malo». El primero es nuestro protagonista, interpretado por Germán Palacios, y el segundo es el antagonista encarnado por Daniel Araoz. Ambos son cercanos, pero un trabajo los enfrenta: matar a Rosa, el interés amoroso, personificado por Sofía Gala Castiglione. Así es que sus caminos se enfrentan y comienzan un rally a pie por todo Buenos Aires. Destacamos como locaciones emblemáticas de la ciudad al Puerto de Buenos Aires y el barrio de La Boca. A pesar de intentar tomarse en serio durante toda la primera etapa del metraje, constantemente coquetea con elementos del cine de clase B. En este afán de mostrar una urbe putrefacta cae en cámaras en mano un poco descontroladas, encuadres que a primera vista no parecen funcionar correctamente y mucho make up gore rústico que no termina de convencer. Asimismo, en la segunda mitad de la película se elevan momentos cómicos y bizarros que nos terminan de confundir. El problema no se encuentra en su combinación de estilos: es un recurso que queda bien cuando se aplica con convicción. El inconveniente radica en que nunca se deja claro cuál es el objetivo de la cinta. Para ser un thriller policial convencional, le falta potencia dramática. Para ser cine clase B le falta tomarse más riesgos narrativos y estéticos. Y para ser una parodia nacional al mejor estilo de Nestor Montalbano, se queda corto con el absurdo. En fin, lo que dificulta el visionado es que nunca nos deja claro qué estamos viendo. La falta de rumbo se combina con un montaje abrupto que le saca cualquier sutileza que se pueda esperar. Los abundantes fundidos a negro y elipsis ciñen el largometraje y lo vuelven muy breve. Tan solo 80 minutos de visionado la obligan a ir a las apuradas y no deja tiempo para profundizar en la motivaciones e historias de cada personaje. Nobleza obliga, debemos mencionar que fue rodada en pandemia, lo que limita los recursos, la cantidad de personas en set y el tiempo de rodaje. Que a pesar de todas esas dificultades hayan logrado estrenar, ya es un logro por sí mismo. En contraposición con lo explayado anteriormente, hay muchas perlitas que influyen positivamente a la obra. El gran punto fuerte es su elenco. No solo los tres protagónicos, actores que no fallan a la hora de encarnar un personaje, sino que todo su reparto se pone la camiseta y sale a dar lo mejor de sí. Joaquín Ferreira, Christian Salguero, Luis Ziembrowsky, Isabel Macedo y Luis Brandoni completan un cast de lujo. Cada personaje es muy peculiar y carismático, logran dejar su huella en las breves secuencias que participan. Incluso cuenta con el particular cameo del cantante L-Gante quien hace su debut cinematográfico y se lo puedo ver ya desde el tráiler posteado en sus redes. Su apartado visual es otro punto positivo. Si bien mencionamos un montaje defectuoso y encuadres extraños, el resumen general nos deja una sensación agradable frente a su fotografía y etalonaje. Este último tal vez sea el mejor desarrollado en cuanto a posproducción. Asimismo, la secuencia inicial de créditos tiene un trabajo digno de mencionar y el apartado sonoro es muy actual y urbano, plagado de rap en español, cumbias e instrumentales que cobran protagonismo propio. En pocas palabras, «Franklin, historia de un billete» en un thriller policial clase B que entretiene a pesar de sus dificultades. Cuenta con un ritmo dinámico y visceral, un excelente elenco y un buen trabajo de creación de atmósferas. Regalan momentos delirantes que te van a sacar del visionado común y corriente y no busca ser más de lo que es. Si andás cerca del cine, nunca está de más pasarte una horita y media para apoyar a la industria nacional.
Franklin. Historia de un billete, un film que no da respiro y que nos sumerge en un espiral de violencia, traiciones y deseos de fugarse hacia un futuro mejor.
Mientras ser parte del mal es muy fácil para algunos, la búsqueda de libertad y redención de algunos es la única posibilidad para sobrevivir en un mundo donde la violencia y la muerte es la única escapatoria
Crimen, lotería, secuestros y la vida por dólares: German Palacios y Sofia Gala tratarán de escapar a Uruguay mientras su pasado y presenten los quieren muertos.
Franklin, historia de un billete tiene, a falta de una, dos secuencias que operan como introducción. En la primera se lo ve a Correa (Germán Palacios) sentado en el vestuario luego de ser molido a trompadas en una pelea de boxeo junto a Bernal (Daniel Aráoz), quien parece oficiar como su represente. En la segunda, que ocurre cinco años después, Correa está trabajando para Bernal –que se encarga de cuanto negocio ilegal pueda imaginarse, desde levantar quiniela hasta vender drogas y regentear prostitutas– y termina en la cárcel durante tres años luego de asesinar a una persona. El rumor de su salida se esparce con velocidad por el mundo del delito en el que se mueve Bernal, a quien Correa va a ver apenas queda libre. Allí recibe una misión que, de cumplirla, será la última: asesinar a Rosa (Sofía Gala Castiglione), una de las prostitutas de su harén, quien no tuvo mejor idea que quemar con una plancha a uno de los policías que “atiende” regularmente. El tema es que ella tiene una larga relación amorosa con el ex presidiario. Correa, entonces, queda encerrado entre la espada y la pared. Solo cuenta con un billete de 100 dólares, una cifra que intentará multiplicar apostando a la lotería para huir junto a Rosa. El primer largometraje de Lucas Vivo García Lagos aprovecha la nocturnidad ominosa de la zona de La Boca y el extremo sur de Puerto Madero –donde el glamour de los diques centrales parece estar a kilómetros de distancia– para crear un submundo porteño donde se respira una atmósfera de peligrosidad constante, de posibilidad de una traición a la vuelta de la esquina. Con Aráoz en la piel de un villano desagradable hasta en su manera de pararse, Franklin, historia de un billete es un thriller que por momentos funciona por acumulación antes que por sedimentación, incluyendo varios personajes poco desarrollados y cuya pertinencia narrativa tiende a ser nula. De todas formas, la cruza del ideario violento de El marginal y de los negocios ilegales como modo de vida de Un gallo para esculapio da como un resultado un film atrapante que, como su protagonista, apuesta un pleno. En este caso, a sostener la tensión durante 80 minutos a como dé lugar.
Un billete de cien dólares, que a la sombra de la realidad inflacionaria no parece tanto, multiplicado por setenta mediante el resultado de una apuesta puede ser el comienzo de una nueva vida para quien siempre la tuvo difícil. Correa (Germán Palacios) es un boxeador retirado cuyo destino lo convirtió en brazo ejecutor de Bernal (Daniel Aráoz), mandamás de una organización criminal que regentea la prostitución y la droga en la Buenos Aires marginal. El expugilista quiere un nuevo comienzo para él y para su novia prostituta Rosa (Sofía Gala Castiglione) aunque eso signifique, no solo ganar la apuesta merced al billete con la cara de Benjamin Franklin, sino también salir con vida cuando ambos se conviertan en blanco móvil de aquellos de los que quieren escapar. Con evidente destreza técnica, el director Lucas Vivo García Lagos construye una sucesión de viñetas de violencia que van in crescendo y redondean un espectáculo atractivo, al menos en la superficie. Porque los problemas comienzan y se enquistan cuando se busca una historia subyacente a la acción, y esta nunca aparece. Saltos temporales apresurados, escenas exacerbadas de marco dramático pero resolución humorística, una construcción dramática que por momentos se asemeja más a una serie que a un film, y una trama donde todo vale (que incluye presencias como la de Luis Brandoni o L-Gante, ambas prescindibles para la historia) dan como resultado una película dispar, cuyos mejores recursos están en el trío protagonista. Franklin, historia de un billete es un thriller que promete más de lo que ofrece.
Este filme marca el debut en la gran pantalla como guionista (re escritura de un guion de los hermanos Slavich) y director de Lucas Vivo Gracia Lagos, con experiencia televisiva de la que puede desprenderse desde la estética pero sin hacer un buen anclaje en lo estrictamente cinematográfico. Franklin, es un thriller policíaco que sigue la historia de un ex luchador y una prostituta mientras intentan desligarse
“Traicionar un sueño se paga con sangre.” Es así como se presenta el thriller policial y ópera prima de Lucas Vivo García Lagos, “Franklin. Historia de un billete.” Con el guión original de los hermanos Marcelo y Walter Slavich, García Lagos nos introduce en la historia de un ex-boxeador y de una prostituta que, por medio de un billete de 100 dólares manchado con sangre, buscan escapar de un hostil pasado delictivo. El billete, su boleto de entrada a una nueva y esperanzadora vida, será también lo que los condena a rodearse de maleantes sin escrúpulos en un asfixiante entorno de violencia. Con el regreso de Germán Palacios al cine, ocupando el potente rol protagónico junto con la talentosa Sofia Gala Castiglione, García Lagos nos presenta la historia de Correa, un boxeador retirado que pasó gran parte de su vida realizando comprometedoras tareas a Bernal (Daniel Aráoz), un violento mafioso narcotraficante, quien fue su antiguo representante en su época de luchador. Al terminar unos años preso por un asesinato que cometió por accidente y por mantener su lealtad hacia su jefe, Correa decide, al momento de su salida, cambiar su vida que comparte con Rosa (Sofia Gala Castiglione), una prostítuta desamparada y víctima de una red de trata comandada por Bernal y la policia. Con una determinante tarea final a cuestas, y contando sólo con un billete de 100 dólares, Correa apuesta, por una corazonada, a un número en la quiniela, sin saber que aquel Franklin lo obligaría a regresar al oscuro y pesado mundo del cual tanto él como Rosa quieren escapar. En su debut, García Lagos nos trae una atractiva y sólida propuesta. Con las destacadas actuaciones del elenco, que se completa con Joaquín Ferreira, Isabel Macedo, Luis Brandoni y Cristian Salguero -más la participación especial de L-Gante-, y con un increíble trabajo de fotografía y de producción, “Franklin. Historia de un billete” logra ser, con una marcada impronta callejera, un atrapante y entretenido relato lleno de violencia, fiel al estilo y género al que pertenece.
El sub género de “marginados” en argentina parece no agotarse. Y no solo en el cine, sino, solo falta echarle un vistazo a las propuestas que tenemos en la tv y el streaming. Ahora llega a nuestros cines Franklin, historia de un billete. Veamos si propone algo nuevo o es más de lo mismo. Seguimos a Correa, un ex boxeador devenido en matón personal de un mafioso que se mueve en la zona del puerto, llamado Bernal. Luego de que Correa cumpla condena por haber matado a alguien, los hermanos de la víctima van a buscar venganza, mientras el propio Bernal le encarga liquidar a la única mujer de su vida, y que lo aguantó estando preso, Rosa. Respondiendo la pregunta de que si Franklin, historia de un billete propone algo nuevo al subgénero que utiliza, la respuesta rápida sería un no definitivo. Otra vez caemos en historias de los bajos fondos donde casi que no hay personajes sin un ápice de maldad, como si todos fueran cortados por la misma tijera. Pero este no es un problema del proyecto que nos compete hoy, sino de toda esta movida en general. Pero hablando de forma objetiva, la película es entretenida. Primero porque la mayoría de los personajes rebosa carisma, que es impuesta por los propios actores y no tanto por cómo están escritos. Ahí tenemos el caso de Bernal, un villano malísimo de manual, que se vuelve interesante por el propio Daniel Araoz. Lo mismo podríamos decir de Joaquín Ferreira, quien compone al estereotipo de personaje de bajos recursos que se dedica a delinquir y que no acierta una sola consonante cuando habla. Gran trabajo por parte de ambos. Pero sin entrar en spoiler, podemos decir que de la nada, Franklin, historia de un billete toma un giro bastante bizarro. Para que identifiquen el momento, presten atención a la aparición de una (al inicio) irreconocible Isabel Macedo. Solo diremos eso, pero es ella haciendo tándem con Ferreira, quienes dan los mejores momentos del film. En conclusión, Franklin, historia de un billete es una película que cumple, pero que no va a ofrecer mucho más al espectador promedio. Si son fans de la temática marginal, puede que el resultado final sume algunos puntos, si no, véanla bajo su propio riesgo.
Para su debut como director de cine, Lucas Vivo García Lagos eligió un guión original de los hermanos Slavich, (Epitafios y Sr. Avila) y lo reescribió y adaptó a un estilo contundente, donde sus personajes se enfrentan siempre a situaciones límites sin margen para pensar sus decisiones, a puro instinto de supervivencia. El título hace referencia a un dólar manchado de sangre que es la única salida, la redención soñada, para una historia de amor que se mantiene en ese ambiente de violencia continua, de tono tumbero, que no le da respiro a nadie. Ya desde el comienzo el espectador tiene dos introducciones del pasado y el presente. Un boxeador molido a golpes que no se dejo caer en el ring en round que necesitaba su representante. Pero cuando disuelve su dignidad acepta trabajar para el mafioso, mata accidentalmente pero no delata y aguanta la cárcel. Al salir ese mismo mafioso le encarga otro trabajito, matar a una prostituta que es su amor. Situaciones sin salida, seres siniestros y grandes actores aun en pequeños roles, conforman un submundo con reglas extremas donde la luz de la redención brilla con palidez. Las situaciones de gran fuerza dramática y riesgo se acumulan para mostrar el submundo de reglas propias que se desarrolla en el puerto y en La Boca, como un rompecabezas que se desarma y sangra continuamente. Un film que amarra al espectador en sus contundentes 80 minutos. Grandes trabajos de Sofía Gala Castiglione, Germán Palacios, como la pareja protagónica, Daniel Araoz, Isabel Macedo, y un elenco de lujo.
"Franklin - Historia de un billete": un policial sin sorpresas Después de una condena, un exboxeador con rasgos de antihéroe se enfrenta a un pequeño infierno. El prólogo marca el tono de las durezas por venir: Correa (Germán Palacios) no muerde el polvo en el round asignado de antemano y quien maneja su carrera como pugilista le hace saber, sin demasiadas vueltas, que así la cosa no va a andar. Cinco años más tarde, luego de los títulos de apertura, Correa ya no boxea pero sigue recibiendo las órdenes de Bernal (Daniel Aráoz), ahora como matón y hombre para todo del jefe. Algo sale mal y el protagonista, que a esa altura ya proyecta todas las señales del antihéroe, termina detenido y condenado. La elipsis siguiente es de tres años. Correa sale de la cárcel, después de haber guardado silencio y demostrado así su lealtad, y frente al portón lo espera Rosa (Sofía Gala Castiglione), una prostituta que forma parte del conglomerado de Bernal y que supo ser amante del expresidiario. Al mismo tiempo, la ópera prima de Lucas Vivo García Lagos va presentando a otros personajes, mayores y menores, que formarán parte del pequeño infierno de los siguientes días, cuando las deudas presentes y pasadas conjuren la inminencia de la redención o la muerte. Franklin – Historia de un billete anuncia desde su título la proliferación de la moneda estadounidense en la trama y en pantalla, incluido un simbólico billete de cien dólares manchado con sangre. A tal nivel, que el constante intercambio de dinero no contempla la aparición de un solo peso argentino. El del film, creado desde el papel por los hermanos Walter y Marcelo Slavich (guionistas de las series Epitafios y Sr Ávila), es un mundo de corrupciones, violencias y criminalidades, grandes y pequeñas. En otras palabras, un universo que adhiere de pies a cabeza a las normativas de ese género cinematográfico, tan amplio como diverso, usualmente llamado “policial”. La vertiente elegida es seca, pariente lejana de los noir del pasado, pero con más de una referencia a las películas del primer Tarantino –allí están los cruces de personajes en principio independientes y el humor agazapado en la crudeza– adaptadas al medio local, con un lunfardo aggiornado y esa marginalidad de gran espectáculo transformada en tópico por series de tevé como El marginal. Para los cinéfilos, un guiño, alguien de renombre tremebundo apellidado Perrone; para las nuevas generaciones, un cameo de L-Gante. Más allá de la tendencia a destacar los tonos cobrizos, que puede apreciarse en una buena cantidad de películas contemporáneas, la fotografía digital de alto contraste de Luciano Badaracco ayuda a crear el clima de jungla de asfalto en el que se mueven los personajes, con rodaje en locaciones de La Boca y alrededores sureños. A fuerza de presencia, Palacios y Gala logran convertirse en algo más que los simples arquetipos diseñados por el guion, que avanza por los caminos diseñados sin correrse demasiado de lo previsible y derivativo, pero con buen ritmo. Correcta y, como suele decirse, “profesional”, Franklin ofrece un relato relativamente atractivo, sin sorpresas aunque funcional a las expectativas.
Algo está pasando en la industria audiovisual nacional por fuera del desconcierto general, que parece haber empujado la filmación de proyectos que coinciden en ser vertiginosos, de acción y no durar más de 90 minutos. Veremos si llega a formar un género, pero en principio Franklin, historia de un billete reúne esas características. Correa (Germán Palacios) es un boxeador que tras haber tomado la pésima decisión de ganar una pelea que debía perder, queda atado de por vida a Bernal (Daniel Aráoz), su mánager. Bernal es más que un promotor que arregla peleas, es un verdadero mafioso y se mueve en el mundo de la marginalidad como pez en el agua. Germán Palacios hace de su personaje un clásico perdedor de los policiales del cine negro, está gastado por la vida, tiene una relación sentimental con Rosa (Sofía Gala Castiglione), una de las prostitutas que maneja Bernal (y la preferida del jefe) y además se pasó unos años preso por, en cierta forma, no delatar a su jefe. Pero el centro de la trama es la esperanza de Correa de abandonarlo todo, ya lo tiene decidido y el plan incluye a dónde se quiere instalar con Rosa, pero para hacerlo necesita apenas un golpe de suerte. El billete al que hace alusión el título de la película, es uno que Bernal le da a Correa por un trabajo. De ese billete depende el futuro del ahora ex boxeador. Franklin dura apenas 80 minutos, tiene acción, violencia, algo de sexo, marginalidad, trap y sólidas actuaciones de los protagonistas. Fuera de algunas «conveniencias» de guion y de algún lugar común en el retrato de cierta marginalidad al estilo del que ya es un lugar común en algunas series, este debut de Lucas Vivo García Lagos supone que se suma al cine nacional un director que claramente entiende de géneros. FRANKLIN. HISTORIA DE UN BILLETE Franklin. Historia de un billete. Argentina, 2022. Dirección: Lucas Vivo García Lagos. Intérpretes: Germán Palacios, Sofía Gala Castiglione, Daniel Aráoz, Joaquín Ferreira, Isabel Macedo y Cristian Salguero. Fotografía: Luciano Badaracco. Sonido: Federico Esquerro. Edición: Mariana Quiroga Bertone y Cristina Carrasco Hernández. Música: Iván Wyszogrod. Distribuidora: Star Distribition. Duración: 80 minutos.
Reseña emitida al aire en la radio.
Franklin Historia de un billete es un filme dramático, trágico, con suspenso, que se desarrolla con personajes del bajo mundo, que se encuentran en el submundo de la delincuencia dentro de las villas miserias, el filme espiritualmente remite a cierto filmes violentos nacionales de la década de 1990 en su estilo, y está bien construido, siendo violento, sórdido, y no para cualquiera. Es curioso que no entrega lo que prometen el título, ya que lo que se cuenta es la historia del protagonista, y no la del billete, pero funciona bastante bien, con una producción bien cuidada, aunque con ciertas falencias en determinadas partes. Una opción válida de ver si al espectador le gustan películas con personajes marginales. La crítica radial completa en el link.
AVARICIA MARGINAL El debut cinematográfico de Lucas Vivo García Lagos tiene como epicentro a un barrio La Boca teñido de una fuerte estética neo-noir, al mejor estilo Simplemente sangre. El parentesco con esta, sin embargo, no se limita exclusivamente al plano estilístico; al igual que la -también- ópera prima de los hermanos Coen, Franklin: Historia de un billete se inserta en un marco desolador donde el mal acecha y la paz brilla por su ausencia. Correa (Germán Palacios) es un ex boxeador devenido en matón que trabaja para quien en sus días de atleta supo ser su manager, Bernal (Daniel Aráoz). Debido a “gajes del oficio” Correa acaba cumpliendo una sentencia de tres años en prisión, donde poco lo ampara más que su fe en el Gauchito y el amor de Rosa (Sofía Gala Castiglione), una prostituta parte de una red manejada por Bernal. Pero por más paradójico que suene, su mayor tormento llega al momento de su salida, ya que deberá elegir entre la lealtad para con su jefe, y el beneficio económico que esto conlleva, o la vida de su amada. De igual modo que en la extraordinaria Winchester ’73 de Anthony Mann, el protagonista de Franklin… no es otro que aquel elemento que da nombre al relato; en este caso, un billete de cien dólares americanos. Este aparece a los pocos segundos de iniciada la acción cuando, mediante un alegórico plano detalle, lo vemos ser salpicado con la sangre de Correa. Teniendo en cuenta este valor del que -claro está- la película pretende dotar al billete (y las vicisitudes que atraviesa Correa en torno al mismo), hubiese resultado interesante un juego con su resignificación o, cuando menos, un aprovechamiento de su carácter simbólico. Pero contrario a esto, el film elabora un lúdico pasamanos que por momentos roza lo banal en el que dicho billete se la pasa buscando un hueco para infiltrarse en la acción. Franklin… puede camuflar sus deficiencias narrativas gracias al potente despliegue técnico de García Lagos y a las individualidades de sus intérpretes, pero no deja de ser llana en su planteamiento. Tan solo expande, sin mayor profundidad, ese multiverso marginal argentino de principios de siglo encabezado por las películas de Caetano (Pizza, birra, faso, Un oso rojo) y series televisivas como Okupas, que ha sido explotado hasta el hartazgo por la reciente El marginal y su sinfín de temporadas.
La violencia en un submundo marginal Con una primera parte que se podría definir como “decente”, que aporta un buen arranque y una premisa sostenible, el espectador siente que de momento no es posible pedir más. Depende la generación, abre las pastillas Renomé o trae el balde de pochoclo Franklin, la película dirigida por Lucas Vivo García Lagos, y con guion de Walter y Marcelo Slavich, tiene un elenco fuerte y que tiene buen desempeño respecto de una historia compleja de interpretar sin parecer sobreactuado, con tintes de toque social en el marco de una pintura sobre el submundo de la venta de drogas (y otras cuestiones) en un espacio urbano decadente, violento, y, por supuesto, corrupto en extremo. El problema es que pasada la mitad del film el sostén se desinfla un poco y hasta puede generar alguna sonrisa (medio) involuntaria. No es culpa del público ni es animosidad. Lo que genera en el otro lo observado no es responsabilidad del que se sienta en la butaca. Tal vez, supongamos, la idea era mezclar estos tonos de violencia y un humor por debajo del conflicto de Correa (Germán Palacios) con Bernal (Daniel Aráoz), luego de pasar de boxeador indomable a matón todoterreno. Un matón que sigue presentando las mismas cuestiones de comportamiento que lo llevarán al ritmo de los sucesos que se develan a lo largo de la historia hasta el final, mientras procura reunirse con Rosa (Sofía Gala Castiglione). La estética general de Franklin respeta lo esperable para esta interpretación sobre el hampa local y con detalles con los símbolos necesarios que se plantean en crítica a modo de visión sobre un mal teórico relacionado con el valor del dinero, representado por el Franklin del título.
El thriller criminal de Lucas Vivo García Lagos Con un ritmo y una impronta narrativa propia del cine de Guy Ritchie, esta película argentina cuenta la historia de un grupo de maleantes conectados por un billete de 100 dólares. Lucas Vivo Garcia Lagos debuta en el cine pero tiene una vasta carrera en televisión, videoclips y videoarte. Con su propia productora Navajo Films hizo éxitos comerciales en Brasil y ahora en Argentina dirige un guion original de los hermanos Slavich, responsables de las series de HBO Epitafios y Sr. Ávila. Franklin, historia de un billete (2022) cuenta la historia de Correa (German Palacios), un ex boxeador que acaba de salir de prisión y pretende escaparse con Rosa (Sofia Gala Castiglione), una prostituta. Ambos están bajo el ala protectora de Bernal (Daniel Aráoz), el mafioso que controla los negocios ilegales en barrios marginales. Escaparse implica traicionarlo y para eso Frankiln necesita apostar el billete del título. Mucho ritmo y una producción eficaz que combina la estética del realizador de Juegos, trampas y dos armas humeantes (Lock, Stock and Two Smoking Barrels, 1998) con la serie nacional El marginal. Porque a los personajes mencionados se les suma Yelmo (Joaquín Ferreira), encargado de apuestas ilegales y el Rata (Christian Salguero), su compinche, que deciden secuestrar a la mujer de un empresario para obtener dinero rápido, siendo tres las historias que se entrecruzan. El film no busca en ningún momento construir realismo sobre la marginalidad retratada sino utilizarla de marco. Una atmósfera sórdida y claustrofóbica para desarrollar la acción en una suerte de cine noir local, con una batería de personajes malditos que pelean por dinero, se traicionan y arriesgan sus vidas en cada decisión. En estos desgraciados seres reposa el peso del relato. Pequeñas apariciones de L-Gante, Luis Brandoni, Luis Ziembroski y Rafael Ferro, entre otros, completan un elenco exquisito para un film efectista, y con alguna que otra acción injustificada desde el guion, que cumple su principal objetivo de entregar una entretenida historia en el mundo del hampa.
FRANKLIN, historia de un billete Un prejuicio “culturoso” es que el cine “europeo” es “mejor” que el americano; como también que el cine industrial es malo. Es cierto que hay tendencias dentro del cine que viajan de un continente a otro, de una cultura a otra y de un modo de producción a otro. Así se alimenta y retroalimenta la producción artística; algunas veces creando nuevos objetos que van a necesitar teorías propias para ser estudiados y así seguir un ciclo. De la misma manera que sucede con cualquier arte, sucede con una idea o una técnica. Discutir esto sin establecer ciertas premisas, es casi como discutir un domingo en un parque, la relación del rock británico con el de Estados Unidos y, sin caer en un abismo académico, podemos pensar los siguientes ejemplos históricos: sin la Contrarreforma no hubiese tenido a lugar un Caravaggio, o un Velázquez o un Rembrandt, cuyas obras desde un punto de vista de la forma pueden ser similares pero no lo son en contenido. Podemos verlo, una y otra vez, cuando echamos mano a una categoría histórica en el arte. Èsta no sólo es forma sino que es forma más contenido. El minimalismo, por ejemplo, no resulta sólo de usar pocas elementos, sino que tiene un contexto y lógica propia, fue reacción a “algo”. El estilo por sí mismo no es suficiente para el análisis de una obra, éste siempre es resultado de una particular relación espacio-temporal de ese contenido con esa forma. La historia del arte o el cine muestran que no es un simple agregado lineal (aunque sea descrito de manera genético-evolutiva) sino más bien es un entramado complejo, de flujos y reflujos, (lo nuevo, pero también lo que perdura; lo anacrónico). Más parecido a un modelo de archipiélago, la historia es un conjunto de relaciones no necesariamente lineales, la realidad no cabe en una ecuación lineal. Hace tiempo ya que los Cahiers du cinéma han escrito sobre el valor artístico de ciertos directores del ámbito industrial cosa que, en ese momento motorizó y resolvió en notables filmes como Sin aliento (À bout de souffle, Jean luc Godard, 1960, Fra.) creando la llamada Nouvelle Vague. Aunque no se tome la ya existente larga tradición literaria y cinematográfica francesa, acompañada de su amplio caudal teórico, creó las condiciones de posibilidad para su existencia. Industria y autor se daban la mano de la misma manera que en Valerian (Valérian et la Cité des mille planètes, Luc Besson, Francia, 2017) sobre la historia animada Valérian and Laureline, escrita por Pierre Christin e ilustrada por Jean-Claude Mézières. Reflejando quizás un “estado de las cosas”, Argentina, en el ámbito del cine, parece no poder resolver la discusión autor vs. industria, una discusión que tiene alcances sociopolíticos y obviamente económicos. Aunque últimamente se va allanando el camino con la idea de que un cine como bien cultural va en detrimento del cine como bien económico y que la noción de cine-industria implica necesariamente no sólo un cine que dé ganancia neta, sino también cierta complacencia con el espectador y con la discusión social folletinezca. Para eso son necesarias miradas arquetípicas, reducciones maniqueas y una dialéctica vacía que no va más allá de un supuesto espectador ideal que es el que puede pagar una entrada o tener un canal de streaming. Aunque Pizza, Birra y Faso (Stagnaro-Caetano; Argentina,1988) es considerada como representativa del Nuevo Cine Argentino, en ella se explota un imaginario que echó raíces en toda la sensibilidad urbana. Novedosa en su forma, cuando fue filmada, tenía el viento de cola de Deprisa deprisa (Deprisa, deprisa; Carlos Saura, España, 1981) que anunciaba los efectos de las políticas neoliberales sobre sectores económicamente frágiles. Sin embargo, la producción argentina no se detenía ni un sólo momento sobre los motivos intrínsecos de esa degradación y consecuente violencia y así en su propuesta sólo abonaba el miedo de una clase a otra; la recurrente historia (aspiracional y mitomaníaca) de una clase media supuestamente indefensa, sometida a estar siempre en medio de la lucha sin cuartel entre los que están y los que llegan, los que ya encontraron o heredaron un lugar y los que todavía lo necesitan, había sido perfectamente retratada en Boquitas Pintadas sobre el libro de Manuel Puig de 1969. Un propietario es desvalijado en Buena vida-delivery, Leonardo Di Cesare, Argentina 2004), o el dueño del coche estafado (Juan que reía, Marcelo Juán Libonatti, 1976, Argentina) constantes de un cine que sólo representan la mirada sesgada del habitante de los núcleos urbanos. La propiedad lleva intrínseca la lucha por conservarla y en sí misma patenta el miedo de clase. Habría que remarcar que hay una continuidad temática que se coagula en la actual obra de Ortega, cuyos personajes, acompañados de una factura siempre internacionalizable (explotación de la miseria de alta calidad visual) marca la vara actual de la mirada aterradora sobre los bajos fondos de CABA y el Conurbano, Franklin, en su totalidad se hace eco tanto de los personajes y locaciones, como de la resolución sacrificial y religiosa que el marginal propone del tema. Lo que Alejandra Portela plantea para Matar a la Bestia es válido acá también, pero con el siguiente agregado (para este film): si Martel, se ha convertido en una efigie para las jóvenes directoras, los jóvenes directores han tomado un rumbo completamente distinto. Su cine, a rasgos generales sostiene un machismo travestido de feminismo, aproximándose a lo peor de Marvel, compiten por su violencia, ferocidad y velocidad sin freno ni sentido, con actuaciones que se asemejan más a spots publicitario, actores que “llenan” cámara pero que actúan a fuerza de montaje, y escenas cuyo naturalismo resulta pornográfico, si entendemos la pornografia como una imagen falta de metáfora. Franklin pivotea sobre la circulación del maná o energía: el billete de dólar como fetiche o tabú, (es lo mismo para el caso) manchada con sangre (sangre de asesinato pero que también puede ser menstrual –ver Frazer, La rama dorada-). El billete, como fuente de una energía mágica, funciona como el portador de un doble mensaje: la muerte, la entrega, la traición, o sea el dinero (como abstracción) es en sí el portador del mal, pero también el de la salvación (por esta doble condición es tabú); dilema cristiano que se remonta a la propia historia del dinero con los preceptos religiosos, y en este sentido el film es profundamente cristiano en su sentido más reaccionario. Se salva la pareja que logra constituir el triángulo mítico de salvación: el padre la madre y el hijo, trastocando el espíritu santo por el dinero y siguiendo la tradición más conservadora: el padre (José), finalmente debe sacrificarse en aras del bien de la sagrada familia, como resultado de su fuerza de trabajo (capital) que en este caso y, pareciera decir que en la Argentina sólo se consigue ascender con violencia. Mientras la mujer, madre necesaria, portadora del hijo pródigo, al que su salvación (del niño) la redime, incluso del engaño mismo (ella no necesariamente está embarazada de su pareja); todo disfrazado a la necesidad de la época. Todavía podemos agregar algo a este andamiaje, si pensamos que la prostituta con su pelo teñido de rojo, aún con su rojo actualizado, nos hace volver a la Magdalena bíblica, la mujer fatal, en la sirena de rojos cabellos. Y caemos en la cuenta que conciente o inconciente, Dan Brown y todos las teorías conspirativas tienen efectos mucho más allá de lo esperado, (Dan Brown, el código Da Vinci) y también que siguen funcionando los arquetipos bíblicos, por lo que la ideología se termina devorando al guión. Si uno pudiese hacer una abstracción de su época diría que el film en realidad se trata de una metáfora del infierno y su escape, del descenso del Dante, el Orfeo que busca su amor atrapada en el inframundo; el escape por el río entonces la salida del Hades al mundo de los vivos, con barquero incluido y el Río de la Plata como el agua de la vida. Sin embargo, si se contextua el film en el presente que transcurre, el escape a Uruguay con fondos robados (sea como fuese) en realidad no hace más que expresar un sentimiento epocal encarnado por ciertos personajes de la farándula que ya están incrustados en el lenguaje del Rio de la Plata. Aunque olvidados, palabras como “pirar”, “tomarse el piro”, “piróscafo” o “pasapiro” dan cuenta de que no es novedad, e irse del país es moneda corriente del lenguaje de pillos y malandras, los que cuando cambian los aires, cruzan el Río de la Plata. Argentina es un país al que se viene a robar pero no a vivir, escapar de él es escapar del Averno, ya que visualmente, el arte de la película se asemeja más al de Spawn (Mark A.Z. Dippé, EEUU, 1997) o Ciudad del pecado (Sin City, Frank Miller, Robert Rodriguez, 2005, EEUU) que a un Film Noir, cosa que la hubiese podido salvar de caer finalmente en la referencia de moral religiosa y espíritu aspiracional. En cuanto al sonido; desgraciadamente, y a pesar de una fotografía a la altura de la historia con un buen scouting, su potente banda sonora resulta excesiva, convirtiendo cada nimiedad en una suerte de tragedia griega. Cosa que no hace más que subrayar la pertenencia del film a las épocas que transcurren, que a falta de grandes tragedias, todo problema se vuelve de escala gigantesca. Una banda sonora que si bien es eficaz en la circunstancia, fracasa por su desborde continuo como estructurante sonoro de la obra. Todo padece de un estado de excitación impotente que sólo la muerte puede solucionar. Por otra parte, en referencia al guión, cuando un personaje es único y no tienen un contraejemplo fáctico (no un antagonista), se convierte en un personaje filosófico, esto significa que es la ilustración de una abstracción . Y así es como terminan funcionando este y otros tantos films, cada personaje parece representar un estrato o una tipología en el imaginario del autor: el abogado (todos los abogados lavan dinero negro y blanco), todas las esposas (a pesar de sus cirugías) finalmente son engañadas por una secretaria aspirante, con lo cual para el autor, parece que en el fondo toda mujer lo que quiere son dos cosas: o ser madre o tener sexo desenfrenado con un chico del conurbano. Huelga decir lo obvio, todas las mujeres son en definitiva prostitutas (no en el sentido antiguo de Hieródula) y tapan sus angustias con psicofármacos o hunden sus penas de rica triste en cocaína; todos lo pibes chorros son en el fondo buenos, son ángeles caídos y acá hay que hacer una llamado importante: el único rostro con rasgos amerindios, (como fresa del postre), está enamorado del pibe chorro que blanco. Chicos, no lo puedo decir de otra manera, sé que es brutal pero es así: el film hace gala de rancio conservadurismo, es homofóbico hasta el tuétano, y como buen homofóbico y racista es el “indio” es altanero y rastrero, encarna una figura que finalmente muestra su mejor costado siendo un potencial inmoral asesino, el cual, (aplauso imaginario mediante) merece morir -al mejor estilo trash-, de un tiro en la cabeza. Y con esto voy a decir algo que parece una obviedad pero que no lo es tanto: si alguna vez Godard dijo que todo movimiento de cámara es político, yo agregaría en este caso que también el casting lo es; todo en sintonía con las palabras de alguna ex ministra de seguridad. Para finalizar, me voy a repetir: el film no hace más que verificar un conflicto, el conflicto conurbano-CABA: el conurbano es el infierno (seguramente que los countries, las chacras y estancias también cuenta con sus monstruos pero son delicados, finos y tienen títulos) y sus monstruos, aunque algunos (los abogados en este caso) habitan en la propia ciudad, todo en definitiva es periferia, una periferia que está incrustada en el alma de lo que creemos epicentro. Hay una guerra oculta, o en ciernes, y es una guerra a muerte, entre la pujante ciudad que siempre avanza y se renueva. Hay que cuidar la propiedad y consiguientemente el estado de cosas, la inversión debe ser lo más segura posible y como forma, hay que cuidar las costumbres sino el peligro es la caída que se ejemplifica en la esposa del abogado, otra imagen de machismo rancio del que la película se hace eco.
Ópera prima del director Lucas García Lagos, influenciada por referentes de la cultura del cine mainstream americano como “Snatch, Cerdos y Diamantes” (Guy Ritchie, 2000), esta idea original parte inicialmente de un guión de los hermanos Walter y Marcelo Slavich. Sofía Gala Castiglione, Germán Palacios, Daniel Aráoz e Isabel Macedo son los intérpretes que dan vida a una historia inmersa en un círculo vicioso de violencia, enmarcada en las leyes del hampa. El thriller policial es el registro elegido para establecer las coordenadas de una trama que abundará en vínculos oscuros y jugarretas de low life. Así es como se nos presenta el tándem protagonista, un par de marginales que ven unidos sus destinos. Un billete de cien dólares manchado con sangre funciona como leitmotiv principal: cien dólares para jugar a la lotería, los muertos hablan, se ha puesto en marcha el escape a una organización criminal digna de temer. En “Franklin, historia de un billete”, la humanidad se vislumbra domesticada por el poder de turno, un entorno en extremo viciado; policías corruptos, narcotraficantes, apostadores clandestinos, inescrupulosos promotores de boxeo y ladrones incompetentes conforman este zoo tan peculiar. ¿Habrá resurrección y segunda oportunidad para la dupla en fuga, lejos del oprobio de la violencia?
Franklin, es un policial argentino construido en base a las ideas del policial negro clásico pero también de sus derivados más cercanos en el tiempo. Si existe un neo noir, también se podría decir que hay un noir argentino contemporáneo. Un mundo de boxeadores, prostitutas, traficantes, ladrones, policías criminales y empresarios corruptos. Una fauna propia del género, desde sus comienzos hasta la actualidad. Hay ecos -que no necesariamente ni citas ni homenajes- a las historias corales del estilo de The Asphalt Jungle (1950) o Pulp Fiction (1994) pasando por títulos argentinos como Pizza, birra, faso (1998) y las ficciones televisivas nacionales de los creadores de este clásico de criminales marginales y antihéroes bien locales. Correa es un boxeador que desafió una pelea arreglada y no le queda otra más que trabajar para Bernal, un líder criminal que maneja todo el negocio de una zona del sur de la ciudad de Buenos Aires. Luego de que cumple su condena en la cárcel por homicidio culposo, debe volver a instalarse pero sus intereses chocan directamente con los de su jefe. La lealtad que le debe a él está por debajo a la que tiene con Rosa, una prostituta que mató a un policía corrupto y con quién Correa tiene una relación. Su única posible salvación gira en torno a un billete de cien dólares -de ahí el título de la película- pero como buen policial negro nada será fácil. Hay muchos aciertos y planteos interesantes en Franklin, pero también hay demasiadas historias, algunas más ingeniosas que interesantes y muchos personajes que no logran encontrar su tono justo. El elenco es desparejo y hay momentos simplemente fallidos como el cameo de L-Gante, un popular cantante que aparece con la sutileza de un elefante en un bazar. A veces es mejor un exceso de ideas que la ausencia de estas, pero cuando un película sube un poco la apuesta luego tiene que mantener su promesa. Los actores conocidos le juegan en contra, porque la mayoría está jugando a ser marginal sin parecerlo, ese es el peor defecto de Franklin.