Félix y Meira

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

¿Puede el amor romper un paradigma en el que se está inmerso por elección ajena? ¿Es amor lo que se siente ante el sexo opuesto cuando nunca se sintió nada por prohibición? ¿Hasta qué punto se puede seguir con una ideología religiosa cuando no se está convencido realmente sobre la misma? ¿Cuánto tiempo se puede dudar sobre ser feliz y amar cuando con sólo tomar una decisión se lo puede ser en instantes?
Algunas respuestas a estos interrogantes son las que intenta brindar el realizador Maxime Giroux en “Felix y Meira” (Canadá, 2014), un filme que profundiza sobre los vínculos sociales, religiosos y humanos de los protagonistas con sus entornos y la irrefrenable fuerza de la pasión entre seres de mundos completamente diferentes.
En “Felix y Meira” hay dos protagonistas excluyentes; por un lado estará Felix (Martin Dubreil), quien se encuentra abrumado luego del fallecimiento de su anciano padre, con quien hacía 10 años que no tenía contacto, y debe decidir cómo continuar con su vida mientras se deciden algunos temas relacionados a la sucesión y venta de los inmuebles de éste.
Por otro lado estará Meira (Hada Yaron), una joven mujer judía ortodoxa, quien está sometida a un matrimonio por obligación en el que no encuentra ya razón de ser y estar inmersa en el, pero por cuestiones de religión no puede cambiar su estado.
Pero estos dos no son los únicos personajes principales. El tercer protagonista es el judaísmo ortodoxo, lleno de leyes y obligaciones a los que Meira debe someterse diariamente sin su consentimiento.
Entre los tres, el escenario para la historia se arma y así, un día por casualidad, mientras Meira realiza sus compras diarias, se topa con Felix, un ser completamente diferente a los que está acostumbrada a relacionarse y distinto a su mundo, ese lleno de obligaciones y quehaceres, se desmorona.
Meira vuelve a su casa, atónita por el encuentro, y no sabe qué hacer. Su marido la juzga, sus parientes también y Giroux aprovecha la oportunidad para continuar retratando la realidad de la joven como un mundo oscuro, opresivo, que le imposibilita ser ella misma hasta que hace que en otro encuentro en la calle despierte desde la inocencia y la curiosidad una tormenta sobre Meira y su marido.
“Felix y Meira” reflexiona sobre aquellas personas que se ven inmersas en una realidad que los supera y sobre la que no pueden, por cuestiones religiosas, políticas y sociales, tomar una decisión que cambie su realidad.
Giroux narra digresivamente el lento proceso a través del cual Felix y Meira se van conociendo y acercando, sin juzgar las decisiones que, principalmente Meira, va a ir tomando a lo largo del largometraje. Algunas imágenes poéticas, que potencian el arte como posibilidad de expresar la pasión, van además a reforzar la idea principal del filme, en el que, con dos claras divisiones, conforma el arco narrativo.
Una primera etapa antropológica de mostrar costumbres religiosas, y una segunda mucho más “pasional”, en la que los opuestos comienzan a alinearse, van conformando el contexto ideal para que esta historia de amor sorpresivo, de eliminar obstáculos y principalmente, de evitar la postergación para concretar sueños, inspire profundamente sobre el amor y sus derivaciones.