Exorcismo en el Vaticano

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

El demonio en Gran hermano

Terror y creencias religiosas. Nada nuevo. Exagerando, magnificando su impronta y efectos, el cine ha mostrado la lucha entre santos y demonios de manera dispar, dando lugar a un subgénero, de exorcismos. Y Exorcismo en el Vaticano, qué más, es fiel representante de esa línea ultravisitada que necesita renovarse. Para ello, el filme de Mark Naveldine se vale de herramientas poco creativas. Apenas una actualización del contexto y de tecnologías, siempre la tecnología. En lo narrativo, muy poco.

Se atreve a citar a Dante, a su infierno literario, pero también a Juan Pablo II y al mismísimo Bergoglio. Parece que Francisco, que hasta aparece en escena (no se asusten, no es un cameo) se ha referido varias veces al tema. “Nunca vimos tantos sucesos sobrenaturales”, dicen. Y muestran los cambios archivados y catalogados quizá en la Basílica de San Pedro (el título original es The Vatican Tapes).
Hay una apuesta a la verosimilitud, que ellos denominan la evidencia de la presencia del diablo en la Tierra. Y esa evidencia está en videos, pues la película es como un Gran hermano que les permite a los exorcistas seguir el derrotero de Angela Holmes (Olivia Taylor Dudley), una bella joven sometida a una transformación terrorífica que mantiene en vilo a su padre y su novio.

Todo empieza con un corte en la mano de Angela, a quien luego sobrevuelan los cuervos, en una obvia referencia a Los pájaros, de Hitchcock. Y de allí a un coma de 40 días del que despierta milagrosamente. Diabólicamente. Hay inocuos juegos de nombres, algunos sobresaltos, relleno y una batalla final que puede ser un comienzo, en el que Dios y el Diablo no se enfrentan personalmente sino a través de sus supuestos enviados a la Tierra. Y todos vemos, en este mundo orwelliano, al demonio actuando en tiempo real.