Everest

Crítica de Marina Scardaccione - Función Agotada

La última película de Baltasar Kormákur (The Deep, 2 Guns), basada en hechos reales, nos cuenta la trágica historia de un grupo de montañistas que escalaron el Monte Everest en 1996. Al parecer, lo que ocurrió durante los días 10 y 11 de mayo de ese año, fueron los eventos más trágicos de la historia de la montaña hasta la fecha.

La película transcurre a mediados de los 90’s, momento en que estalla la movida “vamos todos a escalar el Everest” y, a las empresas que ya existían y ofrecían este tipo de viaje, se le sumaron unas cuantas más: En abril del ‘96, veinte grupos distintos se dirigieron a Nepal con el motivo de escalar el pico más alto de este planeta.

Everest hace foco en el grupo liderado por Rob Hall (Jason Clarke), un neozelandés dueño de una empresa de turismo llamada Adventure Consultants que ya había escalado el monte varias veces, y sus clientes: una montañista experimentada (Naoko Mori), un tejano pedante (Josh Brolin), un reportero, que escribiría la novela en la cual está basada la película (Michael Kelly) y un cartero sin un peso partido al medio (John Hawkes). Como en ciertos tramos de la escalada la montaña estaba hasta las manos, generando así congestionamientos peligrosos -onda la cola del Hoyts del Abasto un domingo a las cinco de la tarde en vacaciones de invierno-, el grupo de Hall se termina aliando a otro liderado por Scott Fischer (Jake Gyllenhaal), un yanki cancherito que te escala el Everest mientras se clava un faso y se toma un whisky. En casa se quedaron Keira Knightley, la preñadísima mujer de Hall, y Robin Wright, la jermu de Brolin. Emily Watson interpreta a la jefa del campamento base (Helen Wilton) y también aparecen Sam Worthington (Guy Cotter) -que no entendemos bien qué está haciendo ahí pero que gracias a google descubro que al día de hoy es el CEO de Adventure Consultants- y Harold (Martin Henderson), a mi entender, una especie de mano derecha de Hall. Última en esta enumeración, pero no por eso menos importante, vale mencionar a un personaje más: la montaña. Frases como “la montaña hace su propio clima”, “la montaña es la que decide” y “no existe competencia entre nosotros sino entre nosotros y la montaña” le otorgan un poder absoluto y tirano al Everest, el principal archienemigo del escalador.

Es que escalar el Everest no tiene que ver con estar en buen estado físico, tener las nalgas, los bíceps y las gambas duras, ni con estar dispuesto a soportar el frío, bancarse el vértigo o a fumarse toda esa nieve pegándote en la jeta sin parar. Escalar el Everest es enfrentarse a la muerte misma, ya que, literalmente, el cuerpo humano empieza a morir poco a poco cada vez que se subimos más alto. Porque el oxígeno ahí arriba es tan, pero tan fino que los humanos no lo podemos respirar y es por eso que nuestro cuerpo empieza a dejar de funcionar lentamente, produciendo cosas re copadas tipo edema cerebral, hipotermia, hipoxia, alucinaciones, congelamiento de las extremidades y finalmente la muerte. “Ustedes me pagan (¡65 mil dólares!) para que los baje con vida, no para que los suba” dice el amigo Hall. Y aquí es donde la película empieza a hacer agua-nieve. ¿Por qué cualquier persona de este universo arriesgaría una manito, una nariz e inclusive su propia vida para escalar esta montaña? “Porque está ahí” es la mejor respuesta que parece encontrar Kormákur. Si bien tampoco es necesaria una respuesta mística y mega profunda, y si bien hay algunas pistas del por qué mal articuladas, hubiera sido necesario explorar más a fondo la psicología de estos personajes, que terminan siendo bastante planos en contraste con la inmensidad de los efectos tridimensionles de la película. Quizá sea por un intento del director o de los guionistas de respetar las motivaciones de quienes murieron o sobrevivieron, pero hay un momento en que la película se torna descriptiva, algo así como una recreación de un hecho catastrófico, perdiendo dramatismo.

A esto habría que agregarle otro reto que se le suma a Kormákur y del que no sale airoso. Por momentos no entendemos nada: no sólo porque el fondo es blanco con más blanco y los tipos están encapuchados hasta la médula obligándonos a deducir su identidad por lo poco que se ve del color del traje que tienen puesto, sino que no entendemos muy bien cómo es la movida de la escalada. Hay datos técnicos que tienen que ver con cómo se manejan los escaladores con los cuales uno no está familiarizado y, sumémosle a todo esto, la presencia de muchos personajes pobremente delineados a los cuales les tenemos que seguir la pista sin entender bien ni cómo es que se relacionan entre sí. ¿En dónde está Sam Worthington y qué corno está haciendo ahí?

Escalar el Everest es enfrentarse a la muerte misma.
A favor de Kormákur, alto laburo a la hora de meternos en el paisaje. Esta película hay que verla sí o sí en 3D, es obligatorio, si no, no tiene sentido. No tendré el ojo muy afilado para este tipo de detalles, pero me resultó casi imposible diferenciar las imágenes generadas por computadora de las reales. La montaña se ve hermosa, aterradora e infinita, se puede ver, escuchar y, con un poco de imaginación, hasta sentir el viento que atraviesa las grietas de la montaña, frío y cortante, embistiendo a los escaladores. Sentimos lo frágiles que son esos cuerpecitos, agarrados tan solo con un hacha que, puesta en contexto, parece de juguete y unas fuckin’ cuerdas, atesorando hasta el último aliento, en medio de esa inmensidad blanca. La tensión, el estrés, la incertidumbre, la falta de oxígeno, el vértigo, se suman y combinados logran una experiencia que te mantiene con el culo en el borde del asiento y el pañuelo en la mano.

Pero, lamentablemente, a este clima muy bien logrado se le oponen situaciones inconclusas, que supongo tendrán que ver con esto de mantener una neutralidad sobre los eventos o con el respetar a los muertos y a los vivos, pero que en un punto hinchan las bolas. La película en ningún momento juzga a sus personajes, tan solo te los presenta pero, al tratarse de la vida de unas 5 personas y al plantear que hay cosas que no salieron como deberían haber salido por errores humanos, el espectador pide una resolución, un responsable, alguien a quién putear más que al clima del Everest. Queremos saber ¿qué es lo que pasó con los tanques de oxígeno y con esas malditas cuerdas? ¿Por qué corno Hall, un tipo experimentadísimo y que está esperando un hijo, toma las decisiones que toma? ¿No era que le pagaban para bajar a los escaladores del Everest con vida y no para subirlos? ¿Cuál es el papel que juega el personaje de Jake Gyllenhaal, al que nunca entendemos bien qué le pasó? Porque por algo me lo pusiste acá y le pagaste unos billetes…

Esta historia es terrible y deprimente. Estos escaladores, como muchos otros, siguen ahí en este mismo momento, conservados intactos, como Walt Disney, por el hielo, como si se hubieran quedado dormidos tapados por un infinito acolchado de nieve, en pausa. Después de una secuencia larguísima y devastadora, Kormákur nos muestra las fotos de los verdaderos protagonistas de esta historia y nos revolea los créditos por la jeta, con la fuerza de una soga tensa que se corta, sin darnos un minuto para desagotar toda esa angustia que acabamos de acumular. Parece que a él también se le acabó el oxígeno y nos larga de la sala con un pie todavía en el Everest, conteniendo el aire, el que recién sentimos que empieza a circular por nuestro cuerpo cuando se prenden las luces o cuando llegamos a las escaleras.