Escuela de sordos

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

EL SILENCIO DE LO DIFERENTE

Un encuentro entre amigos al aire libre: comida, sol, charlas de sobremesa, picadito y la foto grupal. Pero, en este caso, las charlas son diferentes: no hay palabras ni sonidos sino que se efectúan por señas en el lenguaje de los sordomudos.

Escuela de sordos es la primera película de la cordobesa Ada Frontini, quien ganó el premio como mejor directora de largometraje argentino en el Festival de Mar del Plata.

Alejandra Agüero, “Ale” como se la llama durante la película, es maestra y responsable de la Escuela Municipal de Discapacitados Auditivos “León Luis Pellegrino”, ubicada en la localidad cordobesa de Bell Ville. Allí, como profesora, enseña a niños y jóvenes no sólo a leer y a escribir sino también los guía para el desenvolvimiento futuro en la vida. Como directora, Ale recibe a personas sordomudas e hipoacúsicas de diferentes edades (en tanto descubren que tienen problemas auditivos) no sólo de Bell Ville sino de varias zonas de los alrededores.

Más allá de la cantidad de alumnos del establecimiento, Frontini toma como ejes del relato, por un lado, a tres chicos (un niño y dos adolescentes) y, por otro, a Juan Druetta, un referente internacional de la comunidad sorda argentina.

Estas guías afirman el desdoblamiento de Ale. En el primer caso, por ejemplo, cuando ayuda a un joven a aprender a enviar mensajes de texto con el celular o cuando le enseña a otro las partes del cuerpo. Pero, al mismo tiempo, Ale aboga por el futuro de sus alumnos. Intenta aconsejarles para que estudien en la facultad o que encuentren trabajo y, además, procura alentarlos para que consigan los certificados correspondientes por discapacidad.

En el segundo caso, Druetta podría figurarse como la representación “autorizada” externa e institucional. Con él Ale puede hablar no sólo acerca del LSA (Lenguaje de Señas de Argentina) sino acerca del desarrollo de nuevas tecnologías. También se pone el acento en los dos grupos de hablantes del LSA: por un lado, aquellas personas que nacieron sordas y lo aprenden; por otro, quienes son oyentes (o lo fueron) y lo practican. Dentro de este grupo surge el problema, expuesto por Druetta, de la invención de palabras que impide una completa universalización del LSA.

Frontini apuesta a planos fijos y largos y a la cotidianidad. De esa manera, acerca al espectador a una realidad de experiencias diferentes de forma natural. Para afianzar esa naturalidad se apostó por un extenso proceso de rodaje en el que a lo largo de más de un año, la directora y un reducido equipo técnico realizaron viajes frecuentes a la zona con el fin de lograr imágenes espontáneas sin las contaminación, inevitable, de la presencia del equipo.

Además durante todo el filme aparecen subtítulos tanto de sonido ambiente como de los diálogos en la escuela o en otros espacios. Recurso que a pesar de habilitar una esfera de armonía presenta algunas dificultades para los espectadores quienes, al no estar familiarizados con el LSA (y tampoco con todas las personas del documental) deben optar entre leer los diálogos o mirar las acciones y a sus protagonistas.

Las decisiones de la directora de Escuela de sordos se alejan de miradas crudas o efectistas a la hora de mostrar el trabajo de Ale. Al contrario, apelan a conocer otras realidades desde la propia experiencia y a tratar de insertarlas dentro de nuevas lecturas y aproximaciones del espectador.

Por Brenda Caletti
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