Escándalo americano

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

El arte del engaño

Durante las casi dos horas y media de metraje de “Escándalo americano” hay traiciones, ambiciones, pasiones, desenfreno, manipulaciones y sobre todo engaños y fraudes a raudales. A través de la sarcástica mirada que se proyecta sobre todas estas cuestiones, y al igual que en la reciente “El lobo de Wall Street”, se realiza una severa crítica al endeble “sueño americano” y a la degradación moral que empezó a carcomer a la sociedad norteamericana durante la compleja década del ‘70. Pero sobre todo, se traza un bosquejo genial sobre la naturaleza humana y sus contradicciones.

Basada parcialmente en hechos reales (la base de la película es el llamado escándalo “Abscam”, que provocó polémica en su momento) pero evidentemente dramatizada, la historia está centrada en una pareja de estafadores brillantes pero en definitiva de pequeña monta, que conforman Irving Rosenfeld (Christian Bale) y Sydney Prosser (Amy Adams) que es reclutada, bajo extorsión, por el frenético agente del FBI Richie DiMaso (Bradley Cooper) para ir tras políticos corruptos y mafiosos de Jersey. Mientras comienzan a operar juntos, Rosenfeld debe lidiar además con una esposa inestable (Jennifer Lawrence) que continuamente lleva a todos al borde del abismo con su impredecible conducta.

La ambientación en el Estados Unidos de los ‘70 es impecable. Desde el vestuario y los llamativos peinados (atención a Bale en el brillante arranque del filme y a Cooper con ruleros para rizar su cabello) hasta la música, que es utilizada en forma significativa y gradilocuente, dan una idea precisa y pintoresca del contexto en el que se desarrolla la acción. A la vez, hay un implacable y mordaz retrato de un Estados Unidos que, en todos sus órdenes, comienza a mostrar graduales signos de decadencia, expresados a gran escala por el estrepitoso final de la Guerra de Vietnam o el escándalo Watergate, que culminó con la renuncia del presidente Richard Nixon.

Talentos en la cumbre

Las diez nominaciones al Oscar que recibió “Escándalo Americano” el pasado 16 de enero, cuatro de ellas en los rubros interpretativos, resultan comprensibles y completamente merecidas. Es que la sabiduría y convicción con las que el director David O. Russell conduce a los actores para obtener sus mejores registros, representa el principal logro de una película que sin el prodigioso trabajo de sus protagonistas no alcanzaría el gran nivel que consigue. Al igual que hizo en “El lado luminoso de la vida” y “El ganador”, Russell aprovecha al máximo las potencialidades de su reparto. Y hasta se da el lujo de añadir un curioso cameo de una gran estrella de Hollyood, en un simpático guiño al espectador.

Christian Bale realiza uno de los mejores papeles de su carrera y demuestra una solidez impresionante. Literalmente (está pasado de peso y con problemas de calvicie en la caracterización) le pone el cuerpo a su personaje de un estafador talentoso, pero lleno de fobias. Y Bradley Cooper propone una interpretación intensa y áspera -aunque tal vez un tanto aparatosa- como el indómito agente del FBI que anhela un ascenso fulgurante. Pero es el reparto femenino el que le proporciona el auténtico armazón dramático a la historia. Amy Adams está perfecta en su papel de mujer fatal, arribista y gélida, capaz de enamorar a cualquier hombre que se cruza en su camino, pero también de subordinar incluso sus pasiones más intensas a sus objetivos. Y la ascendente Jennifer Lawrence hipnotiza durante cada una de las secuencias en las que interviene, gracias a su espontáneo coqueteo, su patetismo y sus imprevisibles arrebatos.

Con influencias y ecos de la obra de los grandes directores americanos (sobre todo de Martin Scorsese), “Escándalo americano” es una de las mejores películas que engendró el cine estadounidense en los últimos años: tiene un guión muy inteligente, a pesar de sus varias trampas y sus giros efectistas, posee personajes seductores y llenos de vida que interpelan todo el tiempo al espectador, ofrece una puesta en escena espectacular y logra una progresión dramática adecuada. Aunque todo el tiempo bordea la exageración, resulta convincente y fascinante.