Entre gatos universalmente pardos

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

Dos novelas clausuraron la literatura argentina de la década de 1990, ambas malditas y concebidas por suicidas: El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza y El traductor de Salvador Benesdra son hoy tan canónicas como antes ignoradas; Entre gatos universalmente pardos de Ariel Borenstein y Damián Finvarb viene a echar luz audiovisual sobre esta última, fortaleciendo el mito.

Comparada con la tradición extática de Arlt y Dostoievski, catalogada como la novela que captó su época como ninguna, El traductor hizo agua dos veces en el Premio Planeta y recién se publicó –en Ediciones de La Flor- dos años después de que su autor se matara. El desborde, la excentricidad y la inadecuación que empantanaron el texto en los estándares editoriales definen también a Benesdra (1952-1996), políglota, erudito, marxista y psicólogo devenido periodista, rebelde ideológico y fatalmente esquizoide.

Desenvuelto en oratoria sindical, el escritor ni siquiera cuajaba entre sus compañeros de Página 12, quienes sin embargo lo respetaban. “Era muy extremo”, lo define un excolega, y de ahí que las contradicciones de la militancia de izquierda pueblen las páginas salvajes de El traductor. Se podría decir, y es tesis fuerte del documental, que el autor encarnó el abismo descoyuntado entre el periodo de lucha revolucionaria y la lógica de mercado que impregnó a la Argentina y el mundo en una transición voraz. La caída de la Unión Soviética afectó de manera decisiva a Benesdra, que en su lucidez psicótica vaticinó el mundo por venir: “Sentía que por todas partes estaba drenando una noche gris de gatos universalmente pardos, una apoteosis de la indiferenciación”, dice su alter ego Ricardo Zevi al principio de El traductor.

Despojado de osadías o alardes formales, Entre gatos… se atiene a la exposición de su objeto sabiendo que el material basta para deslumbrar: hay fotos, documentos, informes literarios, cartas, grabaciones telefónicas; testimonios de Daniel Divinsky, Elvio Gandolfo, Raquel Garzón y Ernesto Tenembaum, entre otros; largas apariciones de las parejas Mirta Fabre y Susana Copa, la salteña que inspiró a Romina de El traductor; fragmentos de una adaptación cinematográfica secreta de la novela firmada por Oliverio Torre, con Alejandro Awada interpretando a Benesdra/Zevi; y estremecedoras grabaciones caseras del escritor hablando frente a cámara.

El filme además desliza un subtexto misterioso: el apellido Macri estuvo íntimamente ligado al de Benesdra, tanto por la coexistencia del fin de la URSS con el secuestro de Franco Macri en la tapa de Clarín como por el trabajo para una revista del grupo del empresario posterior al despido de Página 12, donde el escritor aventura un proyecto político encabezado por Macri padre. Ese límite entre delirio y premonición refleja la intensidad de Benesdra, cuya segunda novela iba a llamarse paradójicamente “Puntería”.