En la cuerda floja

Crítica de Juan Ignacio Novak - El Litoral

El que habita en las alturas

“En la cuerda floja” es ante todo un alarde técnico. El director Robert Zemeckis y su equipo demuestran que no hay límites para los efectos visuales en la pantalla grande. Y sí, la espectacularidad está garantizada y hay momentos en que la película se convierte en una experiencia casi física, incluso abrumadora, en especial para aquellos que, como James Stewart en “Vértigo”, sufran acrofobia (o alguna variante de temor a las alturas). Pero el destino del filme es el de un portentoso fuego de artificio.

A principios de agosto de 1974, el funambulista francés Philippe Petit consumó una proeza, tan descabellada como lírica, considerada por muchos como “el crimen artístico del siglo”: ante una multitud de neoyorkinos atónitos caminó durante varios minutos (46, según se ocupa de marcar la película) sobre unos alambres de acero que tendió entre las hoy desaparecidas Torres Gemelas de Nueva York, a 417 metros de altura. La minuciosa reconstrucción de este hecho es el eje de la película, muchísimo más espectacular y vertiginosa que emotiva.

En “Forrest Gump”, Zemeckis (director de la saga de “Volver al futuro”) había sido capaz de utilizar con talento los recursos tecnológicos e innovadores disponibles al servicio de una historia llena de humanismo y sentimientos. Y puso a Tom Hanks al lado de John Lennon, Richard Nixon y John F. Kennedy. Aquí los efectos especiales son magníficos, pero llaman demasiado la atención sobre sí mismos. Tanto que la profundidad psicológica del protagonista, sus auténticas motivaciones y sus conflictos internos (que dadas las circunstancias posiblemente hayan sido muchos) quedan al margen. Algo parecido a lo que le ocurría también a Zemeckis en “La muerte les sienta bien” (1992), protagonizada por Meryl Streep y Goldie Hawn.

Actores y torres

Hay que reconocer la entrega de Joseph Gordon-Levitt, a quien posiblemente le habría sentado mejor en esta película quitarse los lentes de contacto verdes, para interpretar a Petit. Sin embargo, una de las limitaciones del filme es que cede ante la gravitación de los efectos visuales, acción que va en desmedro de la profundidad de sus personajes y sus motivaciones. Casi todos, incluido el protagonista, que en un presuntuoso golpe de efecto cuenta su historia desde lo alto de la Estatua de la Libertad, son una acumulación de estereotipos (que se observa con claridad en las actuaciones de Steve Valentine como Barry Greenhouse, “el hombre dentro de las Torres” de Petit y en la de James Badge Dale como J.P., una especie de “productor” canchero y entrador, que consigue los elementos). Algo que ni siquiera logra eludir el solvente Ben Kinsgley como Papa Rudy, veterano equilibrista que transmite sus secretos profesionales al ansioso protagonista.

La extraña proeza de Petit ya había sido llevada a la pantalla en el film documental “Man on Wire”, de 2008, más preocupado por comprender las motivaciones del equilibrista para orquestar un acto casi demencial en pos de la excelencia artística. Dirigida por James Marsh, aquella película trataba también, en cierto modo, de desentrañar el enigma de ese hombre tentado por la adrenalina de caminar al filo del abismo sin ninguna protección. Era un trabajo excelente, testimonio de un hecho histórico y aproximación lúcida hacia personalidades intrigantes, no sólo la de Petit sino también la de sus cómplices. “En la cuerda floja”, con la misma base, carece voluntariamente de esa dimensión: el Petit recreado por Zemeckis no es mucho más que la excusa perfecta para mostrar los imponentes escenarios donde realizó el número de equilibrismo que finalmente lo colgó en la historia del siglo XX. A pesar de sus personajes unidimensionales, reiteraciones y vorágine de efectos visuales a cada instante más ampulosos, es una película entretenida y técnicamente perfecta.