En la cuerda floja

Crítica de Horacio Bilbao - Clarín

La belleza del vértigo

Una experiencia extrema también en el cine, basada en la hazaña del francés Philippe Petit.

En la cuerda floja, la nueva película de Robert Zemeckis, vuelve la asombrosa historia de Philippe Petit todavía más asombrosa. Vértigo e hipnotismo inocula esta ficción biográfica sobre el equilibrista y malabarista francés que un día vio la foto de las Torres Gemelas y se propuso cruzarlas por lo más alto, de una a la otra, caminando sobre un cable de acero. La película, como la vida misma de Petit (Joseph Gordon-Levitt) nos guía por ese camino, un embudo hechizante hacia los 45 minutos de una proeza inusual, desconcertante y bella, hacia un amanecer de agosto de 1974.

Al parecer, Zemeckis empezó su proyecto preguntándose qué valdría la pena filmar en 3D. Y vaya si ha respondido. No es que la historia no funcione sin los anteojitos, pero hay que verla en 3 D, a menos que sufra de vértigo, claro. Es una película espectáculo la suya, un cuidado recorrido hacia un acontecimiento extremo, hedonista, obsesivo y vital. Y Zemeckis prepara magistralmente la escena para el plato principal.

Primero construye cierta empatía con el personaje. Siempre centrado en Petit, fascinante no por su altruismo o su compromiso social sino por armar su vida ciegamente en torno a lo que para muchos podría ser un sinsentido, caminar, hacer equilibrio sobre un cable de acero para cruzar de una torre a otra en el World Trade Center. Apenas da lugar a los contextos el filme, a su biografía, para guiarnos por su elección, por su círculo de confianza integrado principalmente por su pareja Annie (Charlotte Le Bon), por Papa Rudy (Ben Kingsley), su maestro y gran equilibrista de un circo, por un amigo fotógrafo y por otro matemático. Juntos van asumiendo un mandato que crece en París, con diálogos en francés e inglés, una especie de sociedad secreta tan anarquista como la de Roberto Arlt en Los siete locos, con la “revolucionaria” misión de llevar a un artista callejero y arrogante que hace las suyas en París a cumplir su sueño americano, dar el golpe.

En Nueva York, Zemeckis nos adentra en su mundo espectacular. Es cierto que esta historia antes fue biografía, escrita por el propio Petit, y también fue Man on Wired un premiado documental. Acá es otra cosa. Travelings que escalan las torres, picados y contrapicados increíbles de unos pies danzantes en las alturas de Manhattan, sensación de estar al borde, de pergeñar esa hazaña, de subirnos a esa cuerda asumiéndonos partícipes.

Por decisión de Petit, de Zemeckis, por su historia trágica y por esa obra maestra de reconstrucción cinematográfica, las Torres Gemelas son un actor más, homenaje discreto que admite interpretaciones varias. No es lo esencial. Sí lo es ese vívido asalto final al que nos transporta el filme, un abismo real.