El valle del amor

Crítica de Mariano Patrucco - EL LADO G

Pocos actores tienen tanto talento y prestigio como Gérard Depardieu e Isabelle Huppert. Ambos intérpretes multipremiados con una larga historia en el cine europeo (han trabajado en más de 100 películas cada uno) que cruzaron sus caminos en el excelente film Loulou (1980) de Maurice Pialat. Sus carreras siguieron con grandes éxitos como El Porvenir (L’avenir, 2016) y la brillante Elle (2016) por el lado de Huppert, mientras que Depardieu protagonizó la inolvidable Cyrano de Bergerac (1990) y tuvo el papel de Obélix en la tetralogía de películas de Astérix.

Isabelle y Gérard —sí, así se llaman sus personajes en el film— son una ex-pareja de actores muy famosos que llevan muchos años divorciados. Ambos siguieron con sus vidas y armaron otra familia, pero su hijo Michael fue el que se llevó la peor parte tras la separación. Ignorado y no querido por sus padres vivió su vida solo, viendo esporádicamente a sus progenitores hasta el día de su suicidio. Seis meses después de su muerte sus padres reciben sendas cartas escritas por Michael antes de su muerte. En ellas los insta a viajar al Valle de la Muerte en California para reencontrarse. Juntos deberán visitar ciertos lugares específicos a una hora exacta, ya que así ellos “podrán verlo” una última vez para despedirse de él.

El Valle del Amor es una historia profundamente dramática que en un principio se plantea como un ejercicio de culpa y dolor (los padres negligentes accediendo al último deseo de un hijo al que siempre ignoraron) pero que en el fondo esconde un relato muy humano de reencuentro y auto-descubrimiento. Los personajes desnudan sus miedos, sus inseguridades y revelan la verdad sobre sus sentimientos (para con el otro, con su hijo muerto, con ellos mismos).

El film coquetea con su aspecto más sobrenatural pero sin terminar de abrazarlo en su totalidad (algo que ya se vio este año en Personal Shopper de Olivier Assayas), sino que lo utiliza para potenciar su lado humano y, a lo sumo, para reforzar su faceta espiritual sin dejar de tener los pies en la tierra. Pese que desde lo temático la película se destaca mucho, narrativamente deja mucho que desear. Ciertos tramos del film se sienten lentos y pesados; algunas tomas se extienden más de lo necesario y eso no ayuda a que la historia fluya de la mejor manera.

Nicloux juega con la auto-referencialidad (que va más allá de los nombres de los protagonistas), apuesta a una bella fotografía que explota al máximo los paisajes naturales y se permite un par de momentos graciosos entre tanto drama intimista. El resto de la película descansa en los hombros y el talento de dos enormes actores que hacen el trabajo más destacado del film.