El último maestro del aire

Crítica de V. De Grossi - Cine & Medios

No la salva ni un Avatar

Corren tiempos difíciles, vientos de guerra como suele decirse. Las naciones místicas representadas por los elementos (Aire, Agua, Tierra, Fuego) se encuentran sometidas al arbitrio de una sola de ellas, la del Fuego (por supuesto) y de alguna manera el equilibrio roto podría restaurarse si reapareciera el Avatar, único maestro capaz de controlar todos los elementos. Llevan echando de menos a este maestro algo así como un siglo, cuando de repente dos hermanos del reino del Agua encuentran a Aang, un niño en animación suspendida. Cuando advierten que Aang puede ser el Avatar largamente esperado, los tres se convierten en presas y mientras escapan de sus perseguidores (entre los que se encuentra el propio príncipe del Fuego) van liberando aldeas a su paso.
El director de origen hindú M. Night Shyamalan es una rara avis a quien se ha llegado a definir alternativamente como "genio personalista e incomprendido" y "estafador mediocre", sin grises. En sus primeros filmes dejaba entrever un talento cuidado y una buena muñeca para lo retorcido, descalabrando a sus espectadores con finales inesperados que, defendibles o no, le ganaron un cierto respeto por parte de la crítica. Sin embargo en los últimos tiempos venía derrapando con filmes que prometían una cosa y terminaban siendo otra; no satisfecho con esa "traición", ni siquiera se podía rescatar un dinamismo en la trama que la hiciera disfrutable.
Shyamalan, cada vez más despreciado por la crítica (y buena parte de un público que, fiel pese a todo, seguía / sigue acudiendo a las salas para ver su último trabajo), parece haber querido imprimir en "El último maestro del aire" un giro significativo a su filmografía, una suerte de exorcismo para la mala racha. No lo consigue: sus defectos siguen allí, sus virtudes parecen haberse esfumado sin esfuerzo alguno, detrás de una cortina de efectos especiales y una mala adaptación de una serie animada que es, lejos, mejor que el largometraje que pretende recrearla. Una aberración del cine de fantasía, con todos los clichés del género pero sin nada de su espíritu.
Como sucedió con "Dragon Ball: Evolución", aunque sin los bochornosos desaciertos estéticos y de registro (en aquel caso no se podía hablar de drama, comedia, aventuras, parodia: nada, para definir semejante pastiche), la adaptación falla al querer resumir toda una temporada de argumento y desarrollo de personajes en menos de dos horas. Si la única apoyatura van a ser los magníficos escenarios generados por computadora y los efectos especiales en la batalla, no habrá hombre ni mujer, anciano o niño que se resistan al bostezo.
La premisa en cine es tan universal y clara que Shyamalan, a quien se intuye cinéfilo pese a todo, no debería haber pretendido dejarla de lado como lo hizo. Si una historia no es interesante, ni está bien contada, ni alcanza tan siquiera a generar un personaje inolvidable, no vale demasiado la pena. Una historia que además subestima al espectador (desde los diálogos hasta las actuaciones no hay una gota de empatía que se eyecte de la pantalla) por obvia, morosa, sobreexplicada y sin alma, no tiene justificación posible.