El triángulo de la tristeza

Crítica de Cecilia Della Croce - Ociopatas

En El triángulo de la tristeza, película ganadora de la Palma de Oro de Cannes 2022, el director sueco Ruben Östlund nos abofetea con una sátira social feroz. Fiel al título, la historia se divide en tres partes dedicadas a mostrar tres tipos de organización humana: la sociedad de consumo y el mundo de la publicidad donde todo es falso; un sistema cerrado donde se imponen rígidas jerarquías, a bordo de un crucero de lujo, y el nuevo orden de la sociedad de la supervivencia después del desastre, en una isla al mejor estilo reality tipo Survivor. La historia está contada a través de Carl y Yaya, una pareja de modelos influencers que sirve de hilo conductor para conectar los tres episodios.

La película se apoya en tres pilares fundamentales: un guion (escrito también por Östlund) sólido y agudo en el que se pueden reconocer pinceladas de Rebelión en la granja, de Orwell, El señor de las moscas, de Golding, y Parásitos, de Bong Joon-ho. En segundo lugar, recurre al humor negro y a un tono satírico, que por momentos llega a ser áspero en la cruda crítica social. Y en tercer término, cuenta con un elenco variopinto e internacional, que permite que los dardos apunten al orden global, sin hacer distinciones de género, clase social o nacionalidad.

Esta reseña no va a entrar en más detalles de la trama a fin de no incurrir en spoilers. Sin embargo, hacemos una advertencia: la película no se caracteriza por la sutileza. En una secuencia, el capitán del barco y un millonario ruso se trenzan en un duelo verbal con citas de pensadores, desde Mark Twain hasta Marx, y mientras ellos están enfrascados en una discusión filosófica e ideológica, en el barco, sin mando y sin rumbo, todo se va a la mierda. La metáfora da paso a un desborde escatológico y la película elige la literalidad para refregarnos en la cara las miserias del mundo y no dejarnos la cómoda opción de no ver.

La premisa parece ser sacar a la audiencia de su zona de confort (especialmente al público europeo) y bombardearnos con planteos mordaces sobre el poder del dinero, las clases sociales, la equidad, el liderazgo, el status quo versus la revolución, capitalismo versus comunismo (y otros varios “ismos”), los roles que aceptamos como piezas del engranaje social y los límites de lo que estamos dispuestos a hacer para conservar nuestro lugar. Como último desafío, que podemos interpretar con ánimo lúdico, Östlund nos regala un final abierto que garantiza el debate a la salida del cine.

El triángulo de la tristeza, con su fórmula interesante y provocadora, es una película no apta para estómagos impresionables, que sobresale como un iceberg en el mar del cine pochoclero que no exige nada de los espectadores.

Opinión: Muy buena.