El tesoro

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

En El tesoro, la historia rumana enterrada en un jardín

El film de Corneliu Porumboiu recobra el convulsionado pasado de su país a través de las peripecias de una familia en busca de un botín que los salvará económicamente

Corneliu Porumboiu es uno de los directores más reputados de la nueva ola del cine rumano, consolidada en la última década. Parte de esa generación dorada que también integran Cristi Puiu, Cristian Mungiu y Radu Muntean, es un artista celebrado por la crítica europea y valorado especialmente en Cannes, donde esta película tuvo un espacio en la sección paralela A Certain Regard.

El tesoro empieza con el diálogo entre un padre y un hijo en el que los roles parecen invertidos: es el niño el que pone en caja al papá que llegó tarde a buscarlo a la salida de la escuela. En esa conversación donde todo lo que se dice importa (una característica del cine de Porumboiu) aparece de pronto Robin Hood, el legendario héroe de la tradición británica que ayudaba a los más necesitados. La mención no es gratuita: no pasará mucho tiempo -apenas el necesario para pintar con dos o tres pinceladas la abulia de esa familia cuya gris vida cotidiana parece reclamar a gritos la aparición de algún golpe de timón que cambie las cosas- hasta que Costi, el papá regañado, se encuentre inesperadamente ante una oportunidad que considera única. Un vecino que tiene dificultades para pagar su hipoteca le pide dinero prestado. Ante la negativa de Costi regresa con una oferta que luce más tentadora: la búsqueda de un tesoro enterrado en el jardín de una vieja casa de campo familiar expropiada por el comunismo y que finalmente le fue devuelta en 1989, cuando el régimen de Nicolas Ceausescu cayera derrocado luego de veintidós años de controlar el Estado. Costi decide asociarse a su vecino para la búsqueda, que ocupa la mayor parte de la historia. Se les suma un especialista que genera con su rudimentario detector de metales una serie de situaciones cargadas de un humor no exento de melancolía.

La pequeña aventura de los tres protagonistas revela sus ambiciones frustradas y sus sueños ocultos, a través de una farsa liviana que avanza a muy baja velocidad. Planos fijos y largos planos secuencia configuran ese ritmo aletargado -una especie de El tesoro de Sierra Madre en plan Valium, digamos-­, mientras empieza a filtrarse con insistencia información sobre la convulsionada historia rumana: la revolución de Valaquia de 1848 -que pretendía expulsar al gobierno impuesto por el imperio ruso-, la implantación del comunismo y sus consecuencias -que aún resuenan-, y la crisis financiera de los últimos años.

Capa sobre capa, Porumboiu trabaja sobre la sedimentación que, acumulada, le dio forma a la Rumania contemporánea. Mientras tanto, los personajes excavan, se hunden literalmente en ese pozo que representa para ellos la esperanza de un futuro distinto. Y cuando la monotonía y el desencanto parecen maniatarlos, un final de cuento infantil musicalizado con la áspera versión de la banda industrial eslovena Laibach de Live Is Life, famoso single de los años 80 de los austríacos Opus, los proyecta en otra dirección y confirma a Porumboiu como un agudo observador de la tragicomedia humana.