El teorema de Santiago

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

Un momento único

Para el nutrido grupo de personas involucradas en este documental -la mayoría con algún vínculo de mayor o menor cercanía con la Universidad del Cine-, el regreso a la actividad de Hugo Santiago, luego de un prolongado paréntesis -su último film había sido Las veredas de Saturno, de 1985-, fue un verdadero acontecimiento. Esa evidente pleitesía tiñe cariñosamente a la película, que con gracia, sobriedad e inteligencia logra capturar unas cuantas claves del riguroso programa de un cineasta realmente atípico. Hoy no hay nadie en el mundo que haga cine como Hugo Santiago, asegura Mariano Llinás, protagonista de un rico intercambio epistolar con el veterano director argentino radicado en París que monopoliza un buen tramo del film, permite esbozar la concepción y el desarrollo de El cielo del centauro y también ayuda a adivinar la personalidad de los dos cineastas. Una cita de Borges, punto de referencia común, sintetiza muy bien el espíritu del proyecto: para conseguir una trama fantástica implacable, es preciso ir encontrándole solución a cada problema hasta solucionarlos todos, y a menudo cada solución es una idea. Santiago se aboca a esa tarea con una obstinación ejemplar, convencido de la eficacia de un alfabeto que, en apariencia, sólo él domina completamente. Pero además logra que todos aquellos que lo rodean se entreguen a ese juego, convencidos de ser parte de un momento único de la historia del cine argentino. Esa clase de felicidad es la que respira y contagia El teorema de Santiago.