El seductor

Crítica de Henry Drae - Fancinema

SEDUCIDO Y ABANDONADO

Cuando vi por primera vez la versión de El seductor de Don Siegel (Harry el sucio) con Clint Eastwood como protagonista me pareció una historia perturbadora, llena de matices en la que tanto el contexto del año de su estreno como el de la época en la que transcurría, el rol de hombres y mujeres en lo que significa tanto la seducción como la manipulación tenían otra significación en un marco de supervivencia en pleno conflicto bélico (la guerra de la secesión norteamericana). Sofía Coppola tenía la oportunidad de resignificar la historia con su particular visión y hasta de jugar a la polémica con algunos sutiles guiños que su cine supo tener, sobre todo con algunos apuntes sobre feminismo, algo tan en boga en las discusiones de hoy. Eso no sucedió. Jamás creí que anhelaría los silencios y miradas de películas como Perdidos en Tokio, que me resultó bastante incómoda en su momento, o el desenfado anacrónico en algunas situaciones planteadas en María Antonieta, sin hablar de la gravedad de las vivencias en Las vírgenes suicidas. De verdad mi curiosidad pasaba por comprobar qué recurso utilizaría la directora para darle a esta historia el aggiornamiento necesario y su impronta característica. Y de allí la decepción ante lo que, sin ser un monumento al tedio -dura unos noventa minutos-, es apenas una pieza de estilo teatral interesante.

Yendo a la historia, todo comienza cuando la pequeña Amy (Oona Laurence) encuentra en medio del bosque al cabo del ejército de la Unión MCburney (Colin Farrell) muy malherido. Lo arrastra como puede hasta el colegio-refugio dirigido por Miss Martha (Nicole Kidman) en la que convive con la maestra Edwina (Kirsten Dunst) y las internas entre las que se encuentra la atrevida Alicia (Elle Fanning) entre otras de distintas edades de la pre-adolescencia. Martha decide hospedar y ayudar al soldado hasta que se recupere sin revelarlo, ya que el lugar es asistido y protegido por el ejército rival. MCburney se vale de la buena voluntad de las mujeres para intentar seducirlas por separado, con objetivos no del todo claros, aunque sus planes no hacen más que complicar su propia situación y arrastrar a las internas a una conclusión siniestra.

El problema es que todo se ve venir y las escenas transcurren casi sin matices. Los personajes caen en estereotipos y se desaprovecha al máximo las posibilidades interpretativas de cada uno. No hablemos del bueno de Farrell que lejos está de la intensidad y capacidad de composición de Eastwood (aunque por aquella época no se valorara ese aspecto de su figura), y quizás sea la ficha más floja del cast. Tampoco hay espacio para el desarrollo, no hay situaciones en las que podamos conocer a cada una de las mujeres por separado, ni tampoco se plantea un clima opresivo o que ayude a que podamos percibir algo de la angustia o el miedo que, se supone, deberíamos sentir en una situación semejante. De hecho la iluminación parece casi a pedir del dogma de Lars Von Trier, con velas que apenas dejan ver siluetas y figuras en el interior de la residencia principal, pero sin que esto ayude realmente a crear un clima que nos sea inmersivo. Coppola no deja de ser correcta en la recreación de los aspectos de época, o de lucir un vestuario adecuado y atractivo en estas actrices en las que ya los hemos visto en reiteradas oportunidades (la Kidman de Los otros o la Dunst de María Antonieta por dar dos ejemplos), pero eso no alcanza para dotar de real interés a la historia.

Así y todo no me parece justo comparar, pero habiendo visto la versión de 1971 debo decir que no sólo el film de Coppola es innecesario y no le hace bien a su filmografía, sino que atenta contra las sorpresas que Siegel supo manejar en la adaptación que hizo de lo que también fue una novela exitosa. Es decir, si les recomendara ver aquella versión luego de esta, se perderían de algunos momentos estremecedores por el sólo hecho de haber sido testigos de los mismos de la manera más lavada en la versión actual. Y también se hubiesen perdido la dualidad, la bendita y necesaria dualidad de los personajes que aquí se reduce a una simple insinuación.

El seductor de Sofía Coppola merecería haber sido una puesta teatral, una obra en la que, despojada de la cuestión técnica que implica un rodaje, la directora hubiese podido ser más personal en lo que quería contar de esta historia desde su propia visión y jugara a hacer más complejos a sus personajes, dada la materia prima que tuvo a su disposición. Un pedido que sólo tiene por objeto darle las chances que necesitaría sin presiones para desarrollar un potencial que aquí brilla por su ausencia. Pero estamos hablando de cine, lamentablemente, otra vez será.