La ecléctica e irregular filmografía del francés Francois Ozon, provoca que sea difícil analizar en conjunto; encontrar los matices que unen las obras de este realizador provocador, cinéfilo, que en poco más de diez años ha sabido construir clubes de fervientes admiradores y detractores por igual. Particularmente, solo he visto la mitad de su obra, por lo tanto no puedo generar una completa comparación entre El Refugio, su última película estrenada, y el resto de su filmografía, más que justificar que esta obra cumple con la principal característica que une narrativamente a todos los films: la desestructuración del núcleo familiar, cuestionar cuál es el rol social que cumple la institución familia en el mundo, en Francia. A diferencia de películas como La Piscina o Ricky, esta vez la fantasía no interfiere con el mundo “real”. Tampoco se encuentra esa faceta más excéntrica y kitsch de Ozón, la que la relaciona con su perfil más cinéfilo, amante de los melodramas de Fassbinder o los musicales de Hollywood como Gotas que Caen sobre Rocas Calientes u 8 Mujeres. Estructuralmente El Refugio ni siquiera se anima a ser “innovadora temporalmente” (estilo Irreversible) como era Vida en Pareja (la vida de una pareja empezando por el divorcio y terminando cuando se conocen). Tampoco contiene un misterio abierto, ni juega manipulando la información de los personajes o espectadores como hacía en Bajo la Arena. Justamente, lo que hace a El Refugio, la obra más madura, soberbia y profunda de la cinematografía de Ozon son sus bajas pretensiones, su sutileza y sencillez. Todo comienza con una pareja joven, adicta a la heroína, en un departamento desnudo. Ozon nos presenta con menor locura videoclipera, una situación a lo Requiem por un Sueño, pero el efecto será efímero. Cuando la aristocrática madre del muchacho entra al departamento, encuentra a su hijo muerto y a su novia, Mousse, en estado de coma. Cuando despierta, le notifican que está embarazada de 8 semanas. Los padres del novio, miembros de la clase alta francesa, la discriminan y le piden que aborte. Ella no quiere y se escapa a un pueblo en las afueras de París, típica campiña francesa, parando en la casa de un ex amante que ha quedado ciego. Su tranquilidad se verá afectada, cuando reciba la compañía de paso, de Paul, el hermano de su novio fallecido, con quien empezará una relación, aún cuando este es homosexual. Retrato de personajes que deciden aislarse y marginalizarse, Ozon logra una obra soberbia gracias a que decide centrar su cámara en la evolución de los personajes, en la forma en la que deciden abrirse sentimentalmente, moverse por impulsos y no por racionalismo. Pone el peso de la película, no en la estética, la fama de sus actores, la estructura, los giros narrativos, los temas tabú, sino en las actuaciones en sí, de un elenco joven y sólido. Tanto Isabel Carré (Corazones) como Louis Ronan – Choisy, hacen un trabajo extraordinario, sutil. Ella, con su aspereza e inseguridad, luchando contra los fantasmas del pasado. Él, simbolizando la esperanza, el nuevo camino. La naturalidad con la que ambos llevan las interpretaciones son el punto más fuerte de esta película que se llevó el premio especial del jurado en el Festival de San Sebastián. Al igual que en Bajo la Arena, la playa y el mar son esenciales para delimitar a los personajes, pero a la vez para potenciarlos. Sin apelar a golpes bajos forzados, Ozon construye su mejor opus, basándose en un relato fluido, un cuento bien contado, dinámico, contemplativo, donde los personajes no son juzgados, y donde ciertas acciones tienen una respuesta coherente, necesaria. Otro tema recurrente que ya expuso en Gotas que Caen… y El Tiempo que Queda, son los dilemas morales de la comunidad homosexual dentro de la sociedad, y la familia. En El Refugio, el mayor dilema es la capacidad que puede tener un hombre para suplantar a una mujer en el rol materno. Ningún estreno comercial está aislado de su contexto político, y la películas podría ser exhibida como buen ejemplo en el Congreso Nacional a propósito de la ley que aprueba el matrimonio entre personas del mismo sexo y la posibilidad de adoptar chicos. Bellamente fotografiada, pero nunca en un exceso de meticulosidad en la puesta en escena, el director logra conciliarse con seguidores y detractores, gracias a la austeridad, y la sencillez del discurso narrativo. ¿Estaremos frente a un nuevo cineasta, que ha crecido, que ha pasado los tiempos de rebeldía y adolescencia para reflexionar sobre las consecuencias de traer una criatura al mundo, pero sin temer a que la misma salga volando por encima de los tejados parisinos? Habrá que juzgarlo a partir de sus próximos trabajos. Por ahora, El Refugio demuestra lo mejor de Ozon, lo más puro y obsesivo.
Refrito de ideas La connotación cinematográfica de obra menor encuadra a la perfección cuando de El refugio (Le refuge, 2009) se trata. Más allá de la precisión narrativa con que muñequea su envidiable pulso, François Ozon se asoma a la cornisa frente a la que muchos autores –en la acepción más Cahierista del término- pierden el equilibro: la repetición. Una joven embarazada de un drogadicto fallecido se muda a una casa alejada de la urbe, donde recibe la visita de su otrora cuñado, hombre pintón y homosexual. Entre bromas y acompañamientos, la atracción trascenderá orientaciones sexuales. Es, al fin y al cabo, un Ozon en su máxima expresión. El galo supo forjar un séquito de seguidores a fuerza de una obra imprevisible y ecléctica. El musical en 8 mujeres (8 femmes, 2002), el thriller ¿pesadillesco? en La piscina (Swimming Pool, 2003), la alteración temporal de la narración en Vida en Pareja (5x2, 2004), el drama intimista y crepuscular de El tiempo que resta (Le temps qui reste, 2005), Ozon es un camaleón de los géneros. No filma sino que juega con el dispositivo cinematográfico. ¡Si hasta se atrevió a mofarse de los espectadores en esa película fantástica, por género y calidad, que fue Ricky (2008)!. El refugio arranca en esa dirección, con una larga secuencia de los futuros progenitores consumiendo cuanta droga existe mediante todas las vías posibles. El director los retrata mientras aspiran, ingieren, se inyectan; todo con su habitual pulcritud y prolija puesta en escena. Es como Trainspotting (1996), pero con freno de mano y ABS al taco. De ahí en más, El refugio desprende olorcito a recalentado. Ya sin su media naranja, y tras una elipsis de varios meses, una embarazadísima Mousse vive en una casa costera circundada de un pasto esplendorosamente verde, y con vista directa a la inmensidad del Atlántico. ¿Habrá visto al marido de la británica Charlotte Rampling perdido desde Bajo la arena (Sous le sable, 2000)? Como en La piscina, es una mujer que procura alejarse de la vorágine diaria y someterse a una soledad voluntaria. Pero si allí interrumpía la desfachatada y liberal Julie, aquí lo hace un personaje no tan locuaz, pero sí cálido y atento. Es un homosexual que realiza un viaje menos físico que interno, con destino directo a la redención que implica el agua, materia tan vital para el hombre como purificadora para personajes atribulados. Demasiado parecido a El tiempo que resta. Según el portal Imdb, François Ozon ya completó su último film, Potiche, protagonizado por los enormes Catherine Deneuve y Gérard Depardieu. Incursionará en un género poco transitado: la comedia. Quizá El refugio no sea más que un corto reposo en su inagotable proceso creativo. Sus fanáticos le dejamos el crédito abierto.
Allí donde pertenecemos La película de Ozon habla de responsabilidades, amores pasajeros y la imposibilidad de ser feliz. Si cada película de Francois Ozon es distinta a la anterior -y seguramente a la próxima-lo que llama la atención en El refugio no es la trama ni el tema (los grandes directores no suelen cambiar de tema, sí hacer distintas variaciones) sino la sequedad con que trata a su protagonista, Mousse, una joven embarazada que decide hacerse cargo de su estado cuando su pareja muere por una sobredosis. Ozon, director de 8 mujeres y La piscina , trata sin ningún tipo de miramientos o condescendencia a Mousse, quien si no murió junto a Louis es porque tuvo más suerte. Adicta a las drogas, desoye el consejo de la madre de su pareja, que apenas ha enterrado a su hijo le “sugiere” que lo mejor sería que ese bebe no naciera. Mousse, que será cualquier cosa y, además, independiente, se marcha y aloja en una casona cerca del mar, a esperar que su físico cambie y tener su criatura. Si la película abre con escenas fuertes -la inyección de la droga propiamente dicha-, luego Ozon decide narrar con mesura y hasta una puesta de cámara más tradicional. La llegada del hermano de Louis a la casa en la playa -nunca se sabe si enviado por su madre para “controlar” a Mousse-, de paso hacia España, le devuelve ese protagonismo compartido a Mousse, ahora con un gay y, en muchos aspectos, distinto a Louis. Pero el centro es Mousse. Siempre. Ozon sí parece entusiasmarse con los cuerpos -el de Mousse en sus distintos momentos del embarazo, el del hermano en la playa-. Ellos son jóvenes, apuestos, pero algo no condice con esa situación de apariencia, de lo externo: no hay regodeo sino contraposición con, más que lo que dicen, lo que hacen. El refugio del título no es, como podría preverse, el cuerpo de Mousse con respecto al bebé, sino el lugar, físico, en el que Mousse decide alojarse. La pertenencia, la ausencia del amor, la imposibilidad de ser feliz y las responsabilidades que se deben asumir son sólo un puñado de los asuntos que aborda Ozon, y para los que Isabelle Carré aporta mucho más que su phisique du rol. Mousse es una mujer inabordable. Cuando creemos saber qué o cómo piensa, muy probablemente estemos equivocados. Ella sola sabe adónde pertenece: pese a todo lo que sucede, el filme nos dice lo afortunada que es.
Ozon, y una película a corazón abierto En El refugio, el director francés vuelve a indagar en el universo femenino y esta vez apunta a la esperanza El prolífico e inclasificable director francés François Ozon suele sorprender año tras año con películas muy disímiles entre sí. En El refugio -largometraje que le valió el Premio Especial del Jurado en el Festival de San Sebastián 2009-, va todavía más allá y el cambio de género, registro, clima y tono se da dentro del mismo film, que arranca como un durísimo y oscuro melodrama sobre la muerte y muta luego hacia un relato romántico y luminoso sobre la vida (la llegada de un bebé), aunque -claro- con una inesperada e inquietante vuelta de tuerca final. El realizador de 8 mujeres arranca el film como el Philippe Garrel de Inocencia salvaje y luego lo convierte en heredero del cine de Eric Rohmer (por ahí aparece incluso Marie Rivière, actriz-fetiche del director recientemente fallecido), aunque en varios pasajes retoma elementos ya elaborados en otros trabajos suyos, como Bajo la arena, La piscina y Tiempo de vivir . En la primera secuencia del film vemos cómo Mousse (gran trabajo de Isabelle Carré) y Louis (Melvil Poupaud), una pareja joven de clase media-alta de París, reciben la visita de un dealer que les vende gran cantidad de heroína. Ellos se inyectan una y otra vez, hasta que una mañana la madre de él los descubre tirados en el piso del departamento. El ha muerto. Ella queda en coma y se salva de milagro. En el hospital descubren, además, que está embarazada. Luego de ese estremecedor arranque, El refugio cambia por completo de propuesta: Mousse se traslada a una casa de veraneo ubicada frente al mar en un hermoso pueblo del País Vasco francés y allí es visitada por Paul, hermano del fallecido Louis y el único de esa familia que no ha alimentado un fuerte rencor hacia ella. Mientras el embarazo continúa, Paul -que es homosexual- y Mousse entablarán una relación cada vez más íntima. Puede que para algunos la propuesta de El refugio resulte algo naïve y elemental, pero Ozon no intenta ocultar su mirada humanista y esperanzadora. Y lo hace con un relato bello y sensible, no exento de momentos de emoción y lirismo sobre la liberación, la reconciliación y el redescubrimiento interior. No hay aquí espacio para sesudas elucubraciones intelectuales. Se trata de una película pequeña y directa, hecha con nobleza y sin ambigüedades. A corazón abierto.
Un verano en la vida. Mousse (Isabelle Carré) se salva de milagro de morir por una sobredosis de heroína; su novio Louis (Melvil Poupaud) no tiene tanta suerte, y a la noticia de su muerte se le suma la de su inesperado embarazo. La joven, que claramente no se siente del todo lista para ser madre, se ve compelida por la familia de su novio a abortar. Sin embargo, resuelve tener a la criatura y en este tren se va a la costa francesa, a la casa de un ex amante de su adolescencia. En silenciosa disciplina, Mousse pasa sus días leyendo, comiendo y caminando, mientras se mantiene limpia de drogas mediante terapia sustitutiva. Durante las noches, extraña a Louis. Y un cierto día, aparece a visitarla en su refugio el joven Paul (Louis-Ronan Choisy), hermano de su novio difunto. Todo lo que Mousse tiene de presunta indiferencia y cordial frialdad, lo tiene Paul de cortés y de ubicado. Pronto encuentran que pueden estar bien en mutua compañía, y se dedican a pasar los días del verano en una rutina compartida que les revelará, de paso, muchas coincidencias entre sus historias de vida. La actriz protagónica, Isabelle Carré es, aparte del sostén del interés de toda la trama, de una belleza sobria y expresiva en la interpretación. Se la ve cómoda con su embarazo en cada cuadro, y a la vez convincente en su alelada distancia emocional de la situación por la que atraviesa. En ese sentido, su partenaire Louis-Ronan Choisy cumple con ofrecerle la posibilidad de explotar esa expresividad en los planos largos o continuos donde hay poco diálogo. Con su pulso para el relato "de personajes", simple y despojado, Ozon no decepciona. Su drama trasciende los lugares comunes y se anima a coquetear con la perversión, las drogas y la alienación de la posmodernidad, ofreciéndonos este retrato acotado de cierta burguesía parisiense, elitista y aburrida. Sin ser una historia fuera de serie, su buena factura y algunos contrapuntos interpretativos (sumado al buen timing) redondean una de las propuestas más destacadas de la cartelera para esta semana.
Entre dos pulsiones Sin duda, puede establecerse una conexión temática entre El refugio y Ricky, ambas obras del director francés François Ozon, desde el punto de vista reflexivo sobre la maternidad sin un enfoque idílico y falso y con el ascetismo característico de este realizador. Más allá del viraje hacia la fantasía que se proponía en Ricky, uno de los interrogantes que sobrevolaba subrepticiamente el relato obedecía a la pregunta de porqué se traen niños a un mundo tan poco agradable, con familias rotas y un excesivo grado de egoísmo en cada uno de los futuros padres. La primera vinculación entre estas historias la constituye el hecho de que se está hablando de embarazos no deseados; de hijos que llegan por accidente o descuido y no como concreción de un deseo genuino. No obstante, Ozon no cae en el reduccionismo de problematizar el fenómeno sino que intenta, sin forzar las situaciones, encontrar matices positivos sobre dos hechos trascendentes, que mal que les pese a sus protagonistas conllevan a una transformación emocional directamente proporcional a la dialéctica atracción-rechazo -que opera de manera constante- con su contracara de dolor-alegría. Esa incertidumbre encuentra en el caso de El refugio una plataforma conceptual más que interesante desde el punto de vista de su protagonista Mousse (Isabelle Carré, embarazada realmente durante el rodaje) una joven de clase media, adicta a la heroína, quien pierde a su novio Louis (Melvil Poupaud) por una sobredosis y debe decidir si continúa con el embarazo o aborta. El apego que la unía a su pareja no podría encolumnarse dentro de la etiqueta de amor, aspecto que termina por develarse cuando la familia del fallecido le pide cortar con los eslabones de la ascendencia sin un atisbo por parte de ella de rechazo o indignación. Sin embargo, ya recluida en una casa de campo, lejos de Paris -que le pertenece a uno de sus amantes ocasionales-, recibe la ingrata visita de Paul (Louis Ronan-Choisi), hermano homosexual de Louis, quien llega con todas las intensiones de pasar una estadía junto a ella. Aunque el rechazo a la compañía resulta -en un principio- más que evidente, también es cierto que la soledad y ciertos recuerdos de su novio comienzan a aparecer generando en la joven Mousse un estado de confusión que la sensibiliza y de a poco irá destruyendo una coraza emocional con la cual guarda distancia del entorno, mientras continúa con su embarazo y con su recuperación de las drogas. Así va transcurriendo una trama despojada completamente de sensiblería por parte del director y guionista, quien mantiene un registro naturalista e intimista hasta el final en donde las pulsiones de vida y muerte se entrelazan de manera constante pese a que lo vital se expresa y manifiesta con mayor fuerza reflejándose –simbólicamente- en un vientre que crece y por el que resuenan los ecos del miedo, la inseguridades y las señales de la fragmentación en los afectos rotos. La virtud del cineasta francés reside principalmente en encontrar un espacio definido entre la frialdad y el despojo emocional, que sintoniza simétricamente con los estados anímicos de los personajes pero sin perder la sensibilidad humana que siempre ha caracterizado su cine.
Maternidad en crisis El director de Ricky trabaja sobre la sensualidad del embarazo al mismo tiempo que rechaza la idea de que el instinto maternal es un sentimiento universal en todas las mujeres. Cineasta tan prolífico como ecléctico e inasible, François Ozon puede ir de una adaptación de una obra de teatro de Fassbinder (Gotas que caen sobre rocas calientes) a un thriller psicológico (La piscina), pasando por una comedia frívola deliberadamente kitsch (8 mujeres). Sin ir más lejos, Ricky, su película inmediatamente anterior, estrenada en Buenos Aires apenas un par de meses atrás, era capaz de desconcertar con su extraña mezcla de realismo proletario y fábula social con ribetes fantásticos. Allí, a partir de la extraña historia de un bebé/ángel con alas de pollo, ya rondaba el tema de la maternidad que ahora en El regreso se convierte en el núcleo duro de su nueva película, donde Ozon trabaja sobre sensaciones contradictorias sin necesidad de simplificarlas: por un lado, la sensualidad y el misterio del embarazo, al mismo tiempo que su rechazo a la idea de que el instinto maternal es un sentimiento universal en todas las mujeres. Como ya sucedía en Bajo la arena (2000), uno de los mejores films del director francés, El refugio construye su estructura dramática a partir de una ausencia, que deja un vacío difícil de llenar. En la primera escena, que por su intensidad en otra película cualquiera podría ser la última, una pareja de “yonquis”, Louis y Mousse, se inyecta hasta los huesos, sin saber que la heroína que les vendieron estaba cortada con Valium. El muere por la sobredosis, pero ella, milagrosamente, sobrevive. El refugio será la historia de su duelo y de su difícil proceso de curación. Embarazada de Louis (interpretado por Melvil Popaud, un actor a quien Ozon ya había “matado” en Tiempo de vivir), Mousse decidirá tener a su bebé no tanto porque quiera ser madre, sino como una forma de exorcizar la muerte, de mantener viva la memoria de Louis, de rebelarse contra su suegra, de la alta burguesía parisiense, que la insta a abortar, para no seguir manchando el nombre de la familia. El rechazo a las normas establecidas siempre fue una constante en el cine de Ozon. Si antes el refugio de Mousse era la droga, después de la muerte de Louis será una casa de playa en Guétary, en la frontera con España, allí donde los Pirineos bajan directamente hacia el mar. Aislada voluntariamente del mundo, Mousse (interpretada por Isabelle Carré, una actriz espléndida, embarazada realmente durante el rodaje, con unos ojos tristes que recuerdan a la primera Catherine Deneuve) intenta aprender a valerse por sí misma y a luchar contra su adicción. No parece necesitar a nadie ni cuidar especialmente su panza, pero cuando aparece Paul (Louis-Ronan Choisy), el hermanastro de Louis, no le queda más remedio que alojarlo. Al principio desconfía (puede ser un enviado de la familia), pero pronto se dejará acompañar por ese chico bello y melancólico. Paul es gay y hace su vida, pero no deja de interesarse por la memoria de su hermano y por su descendencia. A diferencia de un veraneante obsesionado con las embarazadas y que pretende llevar a Mousse a su cama, o de una mujer madura (interpretada por Marie Rivière, como si se hubiera quedado a vivir en la costa vasca, desde los tiempos de El rayo verde) empeñada en celebrar su maternidad, todos menos Paul parecen querer tocar la panza de Mousse, acariciar ese orbe obeso que crece en su cintura. Pero El refugio propone una erotización del vientre materno, a la que Paul no podrá sustraerse. Hay una dulzura parca, seca, jamás edulcorada en El refugio. Las decisiones de los personajes nunca parecen las mejores posibles, pero Ozon tiene la virtud de no juzgarlas. Como autor, los deja hacer: no les impone un mandato ni un discurso. En todo caso, se muestra curioso, como si Paul fuera su alter ego: ¿qué significa ese cuerpo que crece dentro de otro cuerpo? ¿Cómo sería ser padre sin haber concebido a ese hijo? El director parece haber filmado toda la película para intentar contestar a estas preguntas, a las que deliberadamente deja sin respuesta.
¿A Cuarteles de Invierno? Después de “Ricky”, película fallida realizada también en 2009 y estrenada hace poco tiempo en Argentina, llega el nuevo Opus del director galo François Ozon. En la senda de un anterior film de su autoría de 2005 “El Tiempo que Resta”, con la que no sólo comparte actor, Melvil Poupaud, si no también algo de su temática. En este caso, el ecléctico Ozon, al enterarse que una actriz amiga estaba embarazada, se interesó en la idea de filmar una historia durante el proceso de gestación. Luego su amiga se bajó de la idea, y cuando estaba por dejar de lado el proyecto, supo que había tres actrices embarazadas en ese momento en París. Finalmente y con muy poco tiempo para desarrollar y filmar el guión, fue elegida Isabelle Carré, que llevaba 6 meses de embarazo. En esta oportunidad el director pergeño la historia de una pareja de jóvenes adictos que por circunstancias de la vida y el destino quedan desmayados luego de una sobredosis de heroína. Mousse embarazada sobrevive, Louis muere. A partir de allí la cámara sigue a Mousse en su gestación, que lleva adelante soportando la tristeza por la muerte de Louis y la negativa de la familia de este a que tenga a su hijo. Para ello, crea su propio refugio en una playa. Muy poco se sabe del pasado de Mousse, pero a los pocos meses recibe la visita del hermano de Louis, Paul (Louis-Ronan Choisy, cantante que debuta como actor). De a poco esa relación tan distante se hará cercana. ¿Qué ocurre con Mousse y su propia pasión, sus deseos? François Ozon, gran director de actores, logra en Isabelle Carré llegar a interesantes trazos de femineidad y de potencia redentora. De todos modos, el que fuera el niño mimado del cine francés, apadrinado por grandes directores de la nouvelle vague, como el fallecido Eric Rohmer, no parece lograr desde “Vida en Pareja” (2004) retornar a su mejor cine. ¿Dónde ha quedado el director de “Bajo la Arena” y su particular visión sobre la imposibilidad de realizar un duelo, o de la pieza de cámara “8 Mujeres” y sus “cálidas” asesinas, o el thriller/literario “La Piscina”, y la desfachatez de “Gotas que caen sobre piedras calientes” del mundo Fassbinder? En “El Refugio” las claves “ozonianas” aparecen a veces pero de manera tímida. No logra llegar a los momentos de puro cine: como una figura difusa en “Bajo la Arena” o una caminata bajo un atardecer en el mar en “Vida en Pareja”. Una película por año. ¿No será demasiado? ¿Habrá llegado la hora de encerrarse en cuarteles de invierno? Por ahora, no parece ser la idea. François Ozon ya filmó un nuevo film que estrenará a fin de año en Francia, nada menos que con Catherine Deneuve y Gérard Depardieu. “Potiche” se llama y está basado en un texto representado en teatro en Argentina en 1990 por Mirtha Legrand antes de su regreso a la televisión. Esta crítica está dedicada a la memoria del Periodista y Crítico Eduardo Giorello, fallecido hace pocos días. Extrañaremos su amabilidad, su enorme capacidad para dialogar con sus colegas y su espíritu exquisito.
¿Una de Ozon? François Ozon debe ser en la actualidad uno de los directores más abiertos y menos previsibles. Nada parece vincular a Ricky, el extraño relato sobre un niño con alas de ángel que se estrenó hace unos meses, con esta historia que empieza como un duro drama social y termina de manera luminosa aunque en algunos sentidos, inquietante. Una pareja de adictos con dinero suficiente para gastar en una importante cantidad de heroína recibe en su casa al dealer que les lleva la mercadería. A partir de ahí, Ozon describe de manera minuciosa las múltiples dosis que la pareja se inyecta en distintas partes del cuerpo. El resultado de esa maratón drogona es que ella entra en coma y él muere de sobredosis. Pero en el hospital los médicos descubren que Mousse está esperando un bebé. Meses después y con un embarazo a punto de terminar, la película la encuentra a Mousse recluida en un pequeño pueblo a orillas del mar. Dispuesta a tener al bebé para entregarlo a padres más responsables y recibiendo se visita al hermano del hombre que es padre de ese bebé y que murió de sobredosis. El refugio es una película reflexiva que habla de la existencia o no del instinto materno, del sexo, de que se necesita para ser padres y todo con una carga importante de sensualidad. Todo en la película es sorpresivo y los personajes nunca son juzgados ni castigados ni aleccionados de ninguna manera. Quizás sea demasiado cuidadoso todo y haya alguna vuelta de guión un poco tramposa, pero no llega a indignar ni mucha menos. Es decir, se puede ver.
En el comienzo, la joven Mousse se droga junto a su amante en un gran departamento parisino. Sólo vemos un par de escenas de la feliz pareja antes de que el director nos sacuda con un primer plano de la aguja de una jeringa introduciendo la sobredosis mortal en el cuello de Louis. Los cambios de género y estilo dentro de la película aparentan audacia, pero en realidad son un síntoma de que, por momentos, François Ozon navega a la deriva. El director busca a tientas un sujeto que nunca termina de definirse, los diálogos tienen gusto a cliché y los símbolos que rodean a sus personajes están innecesariamente subrayados. Sin embargo, la presencia física del dúo protagónico erosiona la pantalla y supera las torpezas del realizador. Todo el atractivo de la película reposa en la ligereza de esos cuerpos consagrados a gustar. Luego de un par de elipsis abruptas entre el entierro y un cara a cara con su suegra, Mousse llega a la costa vasca y se instala en una hermosa casa cerca del mar. El jardín exuberante que rodea la construcción es el mágico escenario en el que la joven recibe a Paul, el hermano homosexual de Louis. A partir de este momento se abre un paréntesis encantado donde la narración se pierde en el tejido fino de la relación entre Paul y Mousse. Son dos seres que, por fortuna, no se exhiben tan perdidos como indica el guión. Mousse está embarazada, como Isabelle Carré durante el rodaje. Su cuerpo se convierte en el objeto de deseo del director. Ozon se entrega a una fascinación que lo sobrepasa, y la actriz, filmada en primer plano, se torna inquietante. Su rostro se transforma de escena a escena e ilustra un desborde de sensaciones sin que la palabra se interponga. El director filma su cuerpo sobre la playa, en el césped o dentro de la bañadera y se concentra en ese vientre misterioso y significativo. La escena en que su rotunda figura se encuentra con el armonioso físico de Paul traduce por sí sola el sentimiento de un refugio tan benévolo como improbable. Detrás de la cámara que erotiza al personaje de Paul y al actor que lo encarna (con una actuación antinaturalista que evoca a los héroes decadentes de las películas de Rohmer) aparecen los interrogantes sobre su acceso a la paternidad como homosexual. Más allá de los lugares comunes insistentes y alguna alegoría molesta, la imagen de la actriz nos encandila, los colores tornasolados del verano nos conducen hacia ese cuerpo que es a la vez refugio y fuente de temor, hasta desembocar en un epílogo brutal, honesto y conmovedor.
Ser padres hoy Ir a ver El Refugio no parece un buen plan para estos días en que se festeja el Día del padre. Es que si se tienen en cuenta el conjunto de relaciones que habitan el universo de la película de François Ozon, uno seguramente terminaría sospechando que el instinto paternal (y maternal, porque en este tema el francés no distingue sexo) es algo bastante oscuro y egoísta al que mejor no someter a nadie. La historia empieza con una pareja inyectándose heroína en un departamento lujoso de París. Vemos pinchazos terribles en todas las partes del cuerpo imaginables hasta que los dos terminan en el hospital. El chico muere y la chica, que se llama Mousse, sigue viva y embarazada. Mousse, en contra de la opinión de la familia del difunto, decide tener al bebé, y para eso se recluye en una casa de playa. Hasta ahí llega también Paul, el hermano gay del muerto que va a compartir con ella, en plan extraña pareja, los meses de no tan dulce espera. Semejantes circunstancias parecen a priori imponer la necesidad de una película oscura. Sin embargo, la puesta no es para nada melodramática. Para situaciones terribles como una maratón de destrucción heroinómana o el velorio de un joven, Ozon nos regala escenas con ventanas luminosas o, en los momentos de más dolorosa soledad, sitúa a sus personajes sentados cómodos en el pasto, frente a un cielo estrellado majestuoso, o junto a la inmensidad tranquilizadora del horizonte marino. Lo mismo hace con la trama. Los diálogos nunca son solemnes y, aunque no abandona el pesimismo, al final (que no vamos a revelar) deja abierta una vía de escape, una posibilidad en el futuro donde las cosas podrían volverse mejores (o no). En la película hay padres muertos, padres negadores y padres que lo son a la fuerza. También hay una madre autoritaria y otra que, según declara, decide continuar su embarazo solamente por curiosidad, para saber cómo será la cara del bebé y qué color de ojos va a tener. Hay un padre que ya no está y un hijo que todavía no llegó y no parece importar demasiado a la madre: ese vínculo triple se vuelve imposible a fuerza de ausencias y desidia. Sin embargo, la maternidad existe y decide mostrarse con la omnipotencia y los bríos sensuales de lo físico, desde la tiranía visual de largos planos de esa panza que no para de crecer y a la que todos desean y quieren tocar. También la necesidad de ser hijo se muestra desde el instinto más íntimo y primitivo. En los dos momentos de sexo de la película se reclama esa condición: primero cuando Mousse pide a un desconocido baboso que la levanta por la calle que la acune, y después, cuando finalmente la relación entre cuñados deja de ser platónica, en un ruego borracho de Paul para que la futura madre no lo abandone y lo cuide como a un bebé. Hay un pasaje de El Refugio en el que Ozon pone en boca de una especie de corifeo a la francesa lo que él mismo piensa sobre lo que debe ser idealmente la relación padre/hijo. Mousse está mojándose los pies a la orilla del mar y en eso la encara Marie Rivière, con ese aspecto eterno y un poco perturbado que la caracteriza. Se acerca como esas viejas pesadas que tocan las panzas y preguntan sobre detalles del embarazo como si les importara. Pero de repente empieza a pedirle, casi a los gritos, que cuide y quiera a su bebé. Le dice que ser madre provoca un dolor terrible, pero que lo ofrezca como un acto de amor al hijo que vendrá. En esta escena que parece gratuita a los efectos de la trama, Ozon nos dice que ser padre no es placentero pero es bello, es un sacrificio que debe ofrecerse por amor y porque así lo manda tiránicamente la naturaleza. Después, en todo el resto de la película, se encarga de mostrarnos que hay gente que no quiere o no puede hacer frente a ese desafío, pero finalmente mantiene la esperanza de que alguna vez alguien decida ponerle el pecho.
“¿Me puedes acunar?”, le pregunta Mousse (Isabelle Carré, pura suavidad) al señor que acaba de seducir en un bar con mesas al sol. Ante la perplejidad del hombre, cuya intención tan solo era encamarse con la apetecible joven, ella aclara: “Te pones ahí, te sientas detrás de mí… y me acunas”. Él accede, ella le toma las manos y ambos comienzan a recorrer la enorme panza. Porque dos manos no alcanzan para abarcar todo ese mundo. Si una película puede definirse a partir de una escena, en El refugio (Le refuge) me quedo con ese encuentro pasajero entre la protagonista y ese hombre desconocido que se confiesa adorador de las embarazadas. Ella acepta acompañarlo a su casa, pero en la intimidad no consigue relajarse. Hasta que ruega un abrazo, y llega el abrazo, y el rostro de la mujer se enciende de paz, con las manos del otro templando ese vientre que ella venía acariciando en soledad. La piel luce brillante y tensa, tal vez vidriosa, como ojos que no se lanzan del todo a llorar. Una piel que nos recuerda que algo falta, que es muy difícil ser sola y a la vez caminar firme hacia el abismo que significa parir una vida. Que se necesitan dos, no importa quienes conformen el par. Mousse no habría sobrevivido sin la sensibilidad de su cuñado Paul (Louis-Ronan Choisy). En esos cuerpos que la cámara imanta, con todos sus roces, ansiedades y temblores, François Ozon fecunda su utopía: recuperar la idea de que de a dos la aventura puede ser mejor. Más dulce y más divertida. Basta conocer un poquito la obra del director francés para adivinar que su nuevo film no es una cruzada contra la libre elección de criar a un hijo sin tener pareja, ni es tampoco una defensa del matrimonio tradicional (el relato prueba que un homosexual ostenta las mismas condiciones que cualquier madre o padre hetero). Lo que sí le interesa a Ozon es frenar un poco este tren en el que todos viajamos colgados, sin mirar, blandiendo la muletilla de que “hoy las cosas son así”, y nos convencemos de que no tenemos muchas opciones porque la soledad es un saldo de la época, y nos decimos que a pesar de estar solos no deberíamos privarnos de ser padres, o madres, o todo junto, etcétera, etcétera. (Hablo de ese hipotético "nosotros" que nos arrastra y que también llamamos "opinión pública"). Ozon duda de que todas estas sumisiones al destino moderno-monoparental resulten tan naturales. Su cine nos obliga a formularle preguntas al presente a partir de estrategias narrativas tan ambiguas como agudas (recordemos la desconcertante Ricky). ¿Por qué una mujer llega a ser madre soltera? ¿Qué miedos la abrazaron antes? ¿Qué la lleva a decir que "no existe" el papá del bebé? ¿Por qué un muchacho necesita escapar clavándose heroína en la vena del cuello? Este es el látigo de Ozon, una estética que lastima incluso en la que se presenta como una película luminosa, plena. Y todas son preguntas que engendra la sociedad de hoy, angustias que nos tumban antes de que podamos empezar a procesarlas. Para Ozon el hombre aún está muy lejos de ser ese "sujeto programador de los deseos" que el individualismo cree haber moldeado a gusto y piacere. Apenas somos cachorritos hambrientos de ternura.
François Ozon, realizador francés, de quien se vio en las pantallas porteñas en el mes de mayo la casi surrealista “Ricky” (2009), se caracteriza por “saltar” de obra en obra a diferentes géneros cinematográficos, aunque a cada una de sus realizaciones le imprime su estilo, que sí lo tiene bien definido. En la que se comenta, va mucho más allá, al lograr una variación en el género durante su desarrollo. Esta obra comienza como un drama “duro” para cambiar casi inmediatamente al drama “romántico” con una ligera pasada por el drama “social”. Las primeras escenas muestran la “no vida” de Mousse y Louis, una pareja de drogadictos en la etapa de absoluta dependencia a la sustancia. La llegada de un “dealer” les calmará la ansiedad, pero será también el terminal empuje hacia sendas sobredosis. Ozón retrata sin ningún condicionamiento y con mucha crudeza hasta dónde puede dominar a un ser humano la adicción a las drogas, pero no lo hace de forma doctrinal sino que simplemente lo muestra, porque es algo que pasa. Mousse, logra sobrevivir e inmediatamente el vacío que siente por sus pérdidas y por el rechazo de la familia de Louis, será ocupado por la noticia de que una nueva vida se aloja en su interior. Ahora tiene algo a que aferrarse, para reconstruir su existencia, para alejarse de todo lo malo que ha vivido. Se instala en la costa de la región vasca francesa y allí reflexionará sobre el pasado al que siente como esa espuma de mar que ve desvanecerse (una sutileza de Ozón como guionista porque “mousse” en francés significa precisamente “espuma”). Hasta ese lugar llega Paul, el hermano de Louis, que arrastra una traumática historia, y con él, a quien acepta tal como es, Mousse se reconectará con el mundo. La protagonista que François Ozon describe es una mujer que es consciente de que la vida le ha dado una segunda oportunidad y que debe aprovecharla, por lo tanto para interpretarla eligió a la multipremiada actriz Isabelle Carré que logra transmitir a la platea los sutiles cambios interiores que se producen en esa muchacha desorientada. El rol de Louis, el drogadicto, fue asumido de manera magistral y memorable por Melvil Poupaud, actor que ya trabajó con Ozon en “El tiempo que resta” (2005). El personaje de Paul, es interpretado correctamente apoyándose en un físico que ayuda a su composición por el músico y cantante Louis-Ronan Choisy en su primer trabajo actoral, autor también de la banda musical de esta obra cinematográfica, asimismo es destacable la actuación de Marie Rivière como “La mujer del mar”. Se trata de una realización con la duración exacta para evitar las reiteraciones, con algunas escenas que en muy pocos segundos plantean situaciones importantes para desarrollar un drama, que señala que todo los esfuerzos que una persona haga para revalorizar su vida borrarán los errores cometidos en el pasado que atentaran contra sí misma.. Un oscuro pasado puede desvanecerse si se construye para el futuro y para ello se aceptan los cambios que la misma vida propone, a veces de manera cruel.
La encrucijada de Mousse En El refugio , Francois Ozon ofrece un retrato impasible y poderoso de la maternidad no deseada. Isabelle Carré es Mousse, la joven heroinómana que pierde su pareja en la sobredosis de la que se salva por esas cosas del destino. En el hospital le informan que además está embarazada. Con los datos que podrían armar un culebrón lleno de golpes bajos, Ozon hace una película que problematiza al espectador. El relato evoluciona a través de largos silencios, primeros planos y cierta inexpresividad de la mujer que se va de París para pasar el verano a la espera del bebé. En una casa prestada, también con su historia, cerca del mar, recibe la visita de su cuñado Paul (Louis-Ronan Choisy) que busca refugio por otros motivos. La libertad aparece en ese vínculo como la imposibilidad de anclar. Pero poco se dice. Tampoco hay discursos feministas sobre la diversidad sexual o la culpa. Ozon anda con cuidado al mostrar la vida de Mousse, no da explicaciones. Todo es tan aséptico, contenido y civilizado en ese recorte social, que da miedo. La actriz no busca emociones para Mousse. El director de Bajo la arena y La piscina comienza la película con la escena impactante en el departamento parisiense, sin concesiones. “¿Quiere abortar?”, le pregunta después el médico a la mujer que deberá tomar medicación para no sufrir el síndrome de abstinencia. Ozon despliega un ejercicio complejo de la libertad de elección. Mousse y Louis han compartido el vértigo de la heroína; ella es una mujer que calla lo vivido y anda como una paria con su panza y su rostro angelical, sin rumbo. La fotografía de El refugio se detiene en el paisaje amable del verano, y en los rostros bellos de Mousse y Paul. El director logra un final que abre el debate sobre la madurez para asumir el amor incondicional.
Ozon: otra película de un cineasta particular Hace pocas semanas se estrenó "Ricky" de este particular director francés que indudablemente encuentra un placer especial en la búsqueda de expresión mediante distintos géneros y diferentes propuestas estéticas y de estilo cuando aborda la dirección de cada una de sus películas. Su último trabajo "El Refugio" abre con un primer capítulo extremadamente duro: una pareja joven, adicta a la heroína, consume hasta perder la noción del tiempo. Son unos pocos minutos en donde Ozon puede mostrar con extrema crudeza, una sensación de asfixia, de locura y de pérdida. A los pocos minutos, cuando la madre del muchacho entre al departamento con unos potenciales compradores, encontrará a su hijo muerto y a su novia, Mousse, en estado de coma. Mousse va a despertar, pero para enterarse en el hospital que está embarazada de 8 semanas. Ella no quiere abortar -como pretende la familia de su novio, típicamente burgueses de la clase alta francesa-. Elige entonces recluirse en una casa de las afueras de París, préstamo de un hombre que ha tenido en algún momento un vinculo sentimental con ella. La visita de Paul, el hermano de su novio fallecido da lugar al inicio de una nueva relación y a que Ozon pueda abordar algunos temas recurrentes. En "El refugio", Ozo vuelve sobre la maternidad (que aparece fuertemente en "Ricky"), la reclusión y la desaparición (como en "Bajo la Arena") y principalmente con el personaje de Paul, es nuevamente la ocasión de tocar temas vinculados con una mirada activa sobre la comunidad homosexual (ya sin un tinte dramático como en "Tiempo de Vivir" sino con una mirada esperanzadora sobre la pareja y la posibilidad de ejercer la partenidad y de inserción en el ámbito social y familiar). La principal ventaja en el relato de Ozon es su sencillez, pero por sobre todo la mirada completamente despojada de sentencias que cubre a sus personajes. Brinda una mirada amorosa que permite entregarles la posibilidad de redención, cada uno en su camino y de reformular lo vivido y el tiempo por vivir. Con un relato mucho más convencional que en su ultima entrega ("Ricky") y con una ajustadísima actuación de Isabel Carré en el rol protagónico de Mousse casi excluyente para la construcción de esta película (con un trabajo en las antípodas de las desquiciada de "Anna M - Obsesionada" o diferente al paso de comedia de "La cliente") y con la presencia magnética de Louis Ronan – Choisy en el rol de Paul; este último trabajo de Ozon lo sigue mostrando en su madurez creativa. Nos deja en su final, los enigmas presentes inequívocamente en el cine Ozon desde siempre, los temas que deja abiertos para la reflexión, en una nueva e interesante incursión en su mundo.