El puerto

Crítica de María Victoria Vázquez - El Espectador Avezado

El último film del director finlandés Aki Kaurismäki llega, como sucede con este tipo de películas, con un poco de atraso. Realizado en el 2010, participó en la edición 2011 del festival de Cannes, donde ganó el premio FIPRESCI.
El Puerto es una historia simple, contada de modo sencillo, directo, sin vueltas. Diálogos con frases escuetas, pero mucho valor en las miradas y los pequeños gestos. Con una estética que remite a los film noir de los años cincuenta (el inspector hasta usa sobretodo y sombrero), Kaurismäki se mete sin embargo con un tema muy actual: la inmigración ilegal hacia Europa.
En este caso, un contenedor queda varado en el puerto normando de Le Havre, su contenido: familias provenientes de Gabon, África, que viajaban con destino a Gran Bretaña. Uno de sus ocupantes, Idrissa (Blondin Miguel), un chico de unos 13 años, se escapa, y se cruza en el camino de nuestro héroe, Marcel Marx (André Wilms). Marcel es un escritor devenido en lustrabotas, oficio ingrato en este siglo XXI, dominado por la zapatilla, y el calzado de materiales “no-lustrables”.
Marcel vive con su mujer, Arletty (Katy Outinen), en una relación que también remite a otras épocas, incluso marcadas en la vestimenta de ella en particular. Él trabaja, trae el dinero a casa y ella lo espera, junto al perro y con la cena lista. Mientras Arletty queda internada con un grave diagnóstico que elige esconder a su esposo, él se encontrará fortuitamente con Idrissa, y se hará cargo del destino del chico, con una hidalguía poco común en nuestra época.
El tema de la inmigración no se limita al chico y su familia, sino que veremos que Arletty, y hasta el colega más cercano de Marx, Chang, también son inmigrantes, con sus tristes historias pasadas a cuestas.
El escenario se completa con los personajes de este barrio portuario (ese donde, según Arletty, no ocurren milagros), que terminan de enmarcar esta historia de seres comunes y corrientes, simples y sin exigencias, ni entre ellos ni con la vida, capaces de una solidaridad a prueba de economías escasas y fuerzas del orden. Fuerzas representadas por el inspector Monet (Jean-Pierre Darroussin), hombre de gestos y expresiones severas, pero también dueño una ética personal poco frecuente.
Se deja ver claramente el arte de Kaurismäki. Es notable el cuidado de cada escena, la mesura en las palabras y los silencios, los movimientos y las pausas, los primeros planos a los objetos y rostros que nos van narrando la historia. La música también nos transporta a otra época, a tal punto que hace falta que nombren el año de un vino para confirmar que la película transcurre en la actualidad.
Un producto que resulta encantador, y muy valorable. Otra de esas excepciones cinematográficas que vale la pena aprovechar, ya que no abundan en cartelera.