Proyecto Florida

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Verano pegajoso en los suburbios de Orlando. A los costados y a la espalda, está el mundo mágico de Disney. Motel barato y peligroso. Chicos que corretean. Buscan aventuras y desafiar a los adultos. Madres que hacen lo que pueden para pagar la estadía y darles algo a sus chicos. Padres ausentes, gente marginal, familias rotas. Sólo el portero del lugar es la imagen protectora. El film comienza reseñando las travesuras pasadas de rosca de unos chicos inmanejables. Son tres, pero la que lleva la batuta en Moonee, una actriz colosal. La película transmite verdad detrás de ese naturalismo crudo y potente. El autor ha dicho que admira el neorrealismo italiano. Y eso explica el estilo semi documental de este film que rebalsa humanismo y sensibilidad. El comienzo confunde, parece ser una más sobre chicos traviesos y en riesgo. Pero no. Aquí no se busca la conmiseración ni se apunta a nadie. Viven en una urbanización precaria, última parada antes de la estación de la pobreza, un motel donde abundan las quejas, las recriminaciones, las ventajeadas. Y los chicos saben que hay que estar a la altura de ese ambiente para poder conseguir un helado, un poco de comida, juegos, o alguna travesura exagerada que los lleve lejos de casa.

De a poco el film va dejando el costumbrismo del comienzo para analizar con vigor y hondura de los dramas que se agitan detrás de la correría de estos chicos. El film se detiene en ellos, en su mirada y en sus arrebatos. Son rebeldes, atrevidos, aprendieron a defenderse solitos y no temen a nada. El robo, la prostitución, la violencia, todo está allí, pero sin subrayados ni escenas chocantes. No hay golpes bajos ni moralinas ni condescendencia. Hay ternura, soledad, desamparo, gestos solidarios y madres sin salida. A todos el film los humaniza para mostrarlos como víctimas de un sistema que los dejó a un costado de esos parques lujosos donde la vida despliega sus cuentos de hadas imposibles.

El final es demoledor. Dos de los tres chicos escapan hacia Disneyworld. Es la mejor manera de prolongar su mundo de aventura y darle la espalda a la realidad. Llegan hasta las puertas de ese castillo que es el emblema simbólico de todos esos parques. Se refugian en la fantasía para escapar del presente. Necesitan que una mentira los contenga. Y corren detrás de esos cuentos que duran lo que dura la infancia.