El problema con los muertos es que son impuntuales

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

¿Por qué no organizar las cosas que sabemos que van a ocurrir?, se pregunta Ricardo Péculo en El problema con los muertos es que son impuntuales . Tanatólogo, profesor de la inusual materia "Ceremonial exequial" en la Universidad de Avellaneda, hermano de Alfredo, fundador de la famosa Cochería Paraná y partícipe activo de la inhumación de los restos de Juan Domingo Perón en 1974, Ricardo es el protagonista de este documental originado en un incidente de salud que sufrió el director, Oscar Mazú.

El hilo conductor de la película es la voz en off del propio realizador, que nos cuenta primero las peripecias que vivió (un infarto, cuatro by pass, el corazón sin funcionar por horas) y luego se interna en el mundo de los servicios fúnebres, lleno de detalles escabrosos y sorprendentes.

"Llevo una vida dedicada a los asuntos de la muerte", dice Péculo en un momento apelando al juego de palabras. Y después habla a lo largo del film de ataúdes con herrajes de bronce labrado o pintados con los colores de Boca, bóvedas decoradas con agudo sentido artístico y cadáveres maquillados (hay una clase especialmente divertida de este tipo tan particular de maquillaje que Péculo da a un grupo de mujeres). Y hay también revelaciones inesperadas, mitos populares derribados y un humor deliberada y necesariamente negro que recorre toda la película, antídoto que el director utiliza para atenuar su confesa misantropía: "Cuando veo el lujo de ciertos velorios o de un determinado ataúd, me parece algo absurdo. Es una vanidad que reafirma lo que pienso del ser humano, el animal que menos me gusta de todos los que conocemos", ha declarado Mazú, que en el final, muy a tono con esa gracia con la que equilibra el peso de un tema tan traumático y que recorre todo el documental, nos reserva un pequeño paso de comedia que puede arrancarnos una tensa sonrisa.