El precio de un hombre

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

El mercado al palo

Con una sociedad establecida en títulos como Mademoiselle Chambon y Algunas horas de primavera, el realizador Stéphane Brizé y el actor Vincent Lindon vuelven a configurar una postal amarga de la vida contemporánea. En El precio de un hombre (originalmente titulada La loi du marché o La ley del mercado; curioso que se haya tomado el título de un western spaghetti para su traducción), Thierry Taugourdeau (Lindon) es un desempleado en apuros, con un hijo adolescente que precisa educación especial y asistida, y lleva una precaria, pero noble, subsistencia. La película lo muestra adiestrándose para encontrar trabajo, siendo manipulado por sus futuros empleadores (que en cuestión de minutos no lo serán), sobreviviendo la relación de pareja en un taller de baile, siendo evaluado impiadosamente por otros que buscan trabajo como él. Cuando Thierry consigue trabajo, le toca bailar con la más fea. Una cadena de supermercados lo contrata para vigilar el comportamiento de los compradores (y del personal) mediante camaritas. Casi con final cantado, El precio de un hombre provoca tal tensión que lo cotidiano en la vida de Thierry, y seguramente en la de tantos otros hombres, no parece verosímil, mucho menos mágico.