El Potro

Crítica de Victoria Leven - CineramaPlus+

Rodrigo Bueno es el cantante de cuarteto que determinó los 90 hasta su muerte en el 2000. Se ha convertido en un mito, el mito del club de los 27, el mito del indomable, el mito de la muerte trágica, el mito del ritmo popular y local de córdoba que sedujo a millones de argentinos haciendo del cuarteto mucho más que ese ritmo solo creado para la provincia del fernet y las ganas de divertirse.

Esta vez con El Potro: Lo mejor del amor Lorena Muñoz elije un camino narrativo que presenta varias similitudes con su anterior abordaje al mito femenino de la cumbia nacional: Gilda: No me arrepiento de este amor (2016), construyendo en ambos filmes un relato “inspirado” en los hechos reales – llámese en las biografías de dichas estrellas – cubriendo a ambas con un velo de “suave tul ficcional” sobre ciertas cuestiones reales. Junto a su guionista Tamara Viñes incurren en ambos casos en el recurso de ablandar, atomizar o eliminar elementos en la narración que pudieran exhibir datos, hechos o vivencias inaceptables para la moral estándar, que cuestionaran la idealización máxima de esas figuras, y por lo tanto que pudieran ser juzgados con connotaciones negativas para esa imagen que se perpetuaría en la pantalla sobre estos mitos de cuerpos ausentes y de fantasías vivientes.

También en ambas se reafirma con cierta empatía que estos géneros musicales populares llegaron a oídos de la media burguesía argentina que terminó comprando el combo: la música y sus estrellas más la narración mitificada de como llegaron de la nada al todo. Por decirlo de alguna manera.

La historia en términos simples engloba todo el proceso de Rodrigo Bueno desde su juventud y sus inquietudes musicales en el marco familiar, hasta su trágico final. Pasan por esa línea tramática: su ascenso, la muerte de su padre, el éxito, el vínculo con sus más grandes amores, su paternidad, sus rebeldías y desplantes, su desbordada vida sexual, su carisma y su imagen cambiante, las drogas y el consumo que vemos en tibias escenas que sugieren su adicción y sus momentos de arrebato, pero se sabe que existieron muchos más. La relación idealizada con su padre, el vínculo edípico con su madre, su manager como una suerte de pater protector y la música, la música y la música.

No hay nada que spoilear. La vida de Rodrigo Bueno fue suficientemente narrada en los medios por años y años de datos precisos de sus cuestiones públicas y probadas, más el mismo era de mostrarse en los medios pícaro a más no poder y hasta ciertamente desfachatado y efervescente al máximo.

Esos son datos de contexto de hechos generales que como referí no responden tal cual a la biografía del cantante pues el tamiz de la ficción deja más de relieve su encanto, su proceso de aficionado a estrella, su música, algo de su vida apasionada, algunos desbordes, sus afectos y el parecido enorme y casi impactante entre el actor que lo encarna Rodrigo Romero, y El Potro.

Rodrigo Romero es un joven trabajador proletario de Córdoba que concurre a un casting como a otros pues eran sus intenciones llegar a la actuación, y sin duda frente a su parecido y la gran capacidad imitativa del original y su capacidad para cantar cierra el modelo de marketing que la película necesitaba. Para ello lo acompañan actores sólidos en muy buenos desempeños en sus roles: Florencia Peña es Beatriz Olave su madre, Daniel Aráoz su padre Eduardo Alerto Bueno, Fernán Mirás su representante y Malena Sánchez interpreta a Patricia Pacheco, la madre de su hijo, siendo este cuarteto (valga la redundancia) los que apuntalan la figura de Rodrigo Romero en su primer trabajo sumando solvencia y credibilidad con sus años de oficio y su precisión para la composición de personajes.

El estilo general de la composición o tono actoral no es costumbrista, más allá del tamiz que atenúa las exaltaciones de algunos personajes las performances están relacionadas con una propuesta bien ficcional, con cierto artificio que le es pertinente.

Si hay algo que se reafirma en El Potro…. si revisamos desde Gilda… es el manejo de Muñoz sobre la cámara y el espacio, teniendo más recursos económicos la directora reitera algunos tópicos y a su vez duplica la apuesta en otros. Por ejemplo, en ambas películas se presenta el uso recurrente de los primeros planos, el de los dos universos de iluminación para los personajes, uno en el escenario y otro fuera de él, como si la realidad fuera más penumbrosa que la imagen construida para el público. También algunos precisos movimientos de cámara en mano y/o steadycam que acompañan escenas más activas o intensas.

En El Potro… hay algunas apuestas un poco más complejas que en Gilda… Ideas, recursos y cierta intención de majestuosidad con la que al personaje se lo quiere presentar marcan algunas diferencias. Así es que para su inicio Muñoz le rinde un homenaje explícito al famoso plano secuencia de Toro salvaje (1980), de Martin Scorsese, en el que Jacke La Motta (Robert De Niro) camina hacia el ring para enfrentarse con Sugar Ray Robinson, en aquella que queda para el recuerdo como “la batalla final”.

Comienza así, con estos segundos de guiño cinéfilo y de calidad preciosista, pues sin duda sabe filmar y decide con inteligencia que quiere poner en nuestra mirada. Las escenas musicales y otros pasajes más íntimos logran un buen ritmo que lleva un gancho para los seguidores de El Potro, ya que recorre el repertorio de todos sus grandes éxitos.

Queda algo empañado el producto integral por una pobre progresión dramática al narrar el lado más oscuro de la estrella, en especial sobre su ira, su desmesura con las drogas y ciertos temas bastante recortados.

En cambio, no hay censura en el perfil de su vida sexual que se nos muestra con bastantes más licencias, como si eso estuviera más aceptado para el Potro indomable que otras cuestiones como sus conflictos internos, el consumo y sus consecuencias, esos vaivenes complejos de la vida misma. Esa vida al galope feroz. Y ante todo en la cima.

Por Victoria Leven
@LevenVictoria