El porvenir

Crítica de María Bertoni - Espectadores

“Mis hijos se independizaron; mi marido me dejó; mi madre murió; nunca fui tan libre”. Algo así dice la protagonista de El porvenir mientras viaja en auto hacia la casa que un grupo de jóvenes intelectuales compró en la campiña francesa con la intención de desarrollar sus proyectos editoriales y, si fuera posible, una vida en comunidad inmune a los vicios capitalistas. El contraste entre la libertad individual que vislumbra esta profesora de filosofía cincuentona y la liberación colectiva a la que aspiran sus anfitriones constituye uno de los ejes principales de la película de Mia Hansen-Løve, que desembarcó ayer en nuestra cartelera comercial, justo un año después de haberse estrenado en Francia.

Isabelle Huppert encarna a esta docente vocacional que encuentra en su amor por la filosofía, por los libros, por los alumnos prometedores la fuerza necesaria para enfrentar con admirable serenidad la separación, el síndrome del nido vacío, el deceso de su progenitora. Como hizo Hong SangSoo cuando filmó En otro país, Hansen-Løve rescata a la actriz francesa del encasillamiento que padeció tras una seguidilla de papeles hieráticos y/o extremos.

El desempeño de Huppert habrá sido uno de los motivos por los cuales el jurado del 66º Festival de Cine de Berlín distinguió con un Oso de Plata a la realizadora de 36 años. Entre las demás razones que algunos espectadores imaginamos, figura una reivindicación notable: aquélla de la filosofía, a partir del retrato de una mujer madura y del fresco de una época embobada con disciplinas menores y signada por la crisis de la izquierda (europea en este caso).

La historia de Nathalie Chazeau transcurre en la Francia gobernada por Nicolás Sarkozy. El reproche de aburguesamiento en boca del ex alumno favorito suena a tiro por elevación contra el progresismo galo que prometió detener el avance neoliberal pero terminó consintiéndolo a través del mandato de François Hollande.

El futuro anunciado en el título del largometraje excede la vida personal de la protagonista. Lo reconocemos en la editorial de textos académicos que les confía la renovación de sus colecciones a especialistas en marketing. También en la condición paga -y cara- del geriátrico donde Nathalie interna a su madre enferma.

A juzgar por la última escena de la película, Hansen-Løve apuesta a la esperanza, a lo sumo en el plano individual. No osamos contradecirla los espectadores que sucumbimos ante la voz de la profesora mientras murmura los versos de la canción A la claire fontaine.