El porvenir

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

El porvenir: una pesada broma del destino

De repente, sin demasiadas pistas que previamente le permitieran sospechar la debacle, Nathalie Chazeaux, la severa profesora de filosofía interpretada por Isabelle Huppert, observa atónita cómo se desmoronan los pilares de su existencia: su marido la deja por una mujer más joven; su madre -una anciana visiblemente neurótica- entra en una profunda crisis emocional y física y la editorial que publica sus libros, entregada a los superficiales mandatos de marketing, empieza a retirarle la confianza. Todo junto y en forma simultánea, como si fuese una pesada broma del destino.

Mia Hansen-Løve (El padre de mis hijos, Edén) cuenta con sobriedad e inteligencia la historia de la tenaz supervivencia de una protagonista que enfrenta esa situación agobiante con una entereza admirable.

Huppert, siempre capaz de dotar a los personajes que encarna de infinitos matices, es su aliada perfecta. Su descomunal trabajo -que destila perseverancia, templanza, agudeza y melancolía- es el centro de gravedad de una película que profundiza sobre los dramas existenciales sin resignar la posibilidad de reflejar los avatares políticos de la vida contemporánea, a la vez que trabaja lúcidamente sobre los desfases de la comunicación entre personas de distintas generaciones y, de paso, se florea con una serie de citas delicatessen (Woody Guthrie, Schopenahuer, Levinas, Rousseau) que, lejos de ser meros elementos decorativos, son notoriamente funcionales a la trama.