El porvenir

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Nathalie se quedó sin nada y el porvenir la espera con todo

En la callada escena inicial, Nathalie, su esposo y sus dos hijos se detienen frente al mar ante la tumba de Chateaubriand, el fundador del romanticismo, el poeta que soñaba con el silencio del cielo y el mar como mejor compañía. Desde allí, el film salta unos años. Ellos dos son docentes en un liceo parisino. Los hijos están casi ausentes. La vida tiene la calma de lo repetido. Pero un día Nathalie se queda sola: su marido la deja por otra y su vida trastabilla. El destino obligará a esa profesora de filosofía a enfrentar un presente que no estaba en sus planes. Con mucha austeridad, tanta que a veces uno reclama una mirada más intensa para poder retratar estas pérdidas, la directora va encontrando en esa búsqueda una forma de alivio. Nathalie (otro gran trabajo de Isabelle Huppert) irá descubriendo un tiempo con menos expectativas pero también con menos compromisos. La serenidad parece ser la gran aliada de esta mujer que afronta una nueva existencia rodeada apenas de lo que le ha quedado, pero sostenida por esas ganas de mirar de frente un presente tan incierto como todos los presentes.

“El porvenir” propone una aproximación más romántica que desgarradora sobre el abandono, porque no nos deja ver todo el dolor de una mujer a la que la vida le va quitando cosas. Discreto pero detallista, la película afortunadamente deja atrás la languidez emocional de tanto cine francés de estos días. Aquí sólo una vez llora Nathalie, aunque hay formas del silencio y detalles que puntúan su dolor. Lo que le queda, dice el film, puede ser suficiente, porque al final la felicidad es más la expectativa que la concreción de los deseos. El paso del tiempo le da señales y destino: la vida la deja sin madre y la hace abuela, el esposo (“creía que mi ibas a amar toda la vida”) se fue, la editorial le exige actualizarse, el activismo exacerbado que está en la puerta del colegio le pide definiciones sobre ese ayer que ella prefiere olvidar: “La revolución no es lo mío, me conformo con ayudar a mis alumnos a pensar por sí mismos”, le dice a uno de ellos. Nathalie rescatará frases escogidas de grandes filosos para encontrarle compañía y sentido a su soledad. No tiene nada, pero descubrió algo: “Los chicos se fueron de casa, mi marido me dejó, mi madre murió... Es la libertad total... es extraordinario”, dice en un momento. Sabe que, al quedarnos sin nada, estamos obligados a empezar otra vez. Porque la suerte del porvenir depende de lo que uno va perdiendo en el camino. Hacia allí mira Nathalie, liviana de equipaje y expectativas, serena y dispuesta, lista para lo que sea. Y al final volverá se acercarse otra vez Chateaubriand: ella también sueña con el arrullo de un mar que le dé paz y armonía para siempre