El pequeño vampiro

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

Vampiro dibujado

Inspirada en la clásica saga de libros creada por Angela Sommer-Bondenburg, y llevada al cine y la televisión en varias oportunidades (muchas), El pequeño vampiro (Der Heine Vampir, 2017) es la nueva puesta al día, ahora en versión animada, y en 3D, de la entrañable amistad entre dos niños, uno de ellos, vampiro.

Tomando como referencia elementos de género relacionados a propuestas precedentes, pero sin quedar anclado en él, este relato dirigido por Richard Claus y Chris Brouwer, no se destaca por la animación, que en realidad es más bien simple, sino por su interés en producir un entretenimiento familiar. El pequeño vampiro subraya algunos valores, esenciales para posicionarse con temas como la amistad, el compañerismo y el esfuerzo grupal, e intenta acercarse a las nuevas generaciones con un lenguaje próximo, escenarios atractivos y una banda sonora que refuerza los momentos claves de la historia.

Todo se inicia cuando Rudolph, el vampiro en cuestión, conoce a Tony, un niño recién llegado a su casa para pasar unos días de descanso, fanático de los vampiros y aficionado a la lectura de cualquier libro que caiga en sus manos sobre el tema. En ese saber que tiene uno sobre el otro, y sin siquiera haberse puesto de común acuerdo, luchan para impedir que los dañen.

Nada haría suponer que los polos opuestos se atraigan, y así, entre ambos, surgen las intenciones de los dos para evitar la extinción de la raza “vampiro” por parte del malvado Rookery. Rookery es un “cazador de vampiros”, que huele a miles de metros a cualquier vampiro que se le acerque. Este personaje, además, busca la cercanía con el espectador, quien en ese momento ya puede inducir todo lo que a continuación se relata.

Así, y entre gags, con una sólida estructura de guion, El pequeño vampiro construye su épica historia de supervivencia frente a los intentos denodados por diezmar la posibilidad de perpetuar la estirpe vampira del grupo familiar del “pequeño Drácula” en la sociedad. El guion, errático y por momentos con trazos muy muy gruesos, no se aleja de cualquier otra propuesta animada que se haya estrenado previamente. Pero va más allá de esto porque necesita de una mirada mucho más honesta en cuanto a aquellos sucesos que se solapan con la escapatoria de Rudolph para proteger a los suyos.

En el contraste de costumbres, y en el refuerzo de simples elementos, efectivos, como los sarcófagos, los cementerios, el castillo al que llega Tony, o la imposibilidad de reflejar imagen en el espejo, la propuesta avanza en una película plagada de anécdotas que terminan en punchlines (aunque no proliferan mucho), y no en fastidio. Hay también un interés por escapar de lugares comunes, priorizando la amabilidad y la descripción de situaciones que no sólo sean interesantes para los niños, sino también para los adultos.

El pequeño vampiro desconoce, cuando comienza a funcionar, de todo el bagaje previo de películas sobre la temática, y mucho menos, libros, que con solemnidad intentaron convertirse en la “verdad” sobre el asunto, y esta, tal vez, sea su principal virtud.