El origen

Crítica de Martina Matzkin - Loco x el Cine

INCEPTION, o el laberinto de los sueños

“¿Qué es la vida? Un frenesí ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueño, sueños son.” Fragmento de “La vida es sueño”, de Pedro Calderón de la Barca

¿Qué laberinto puede ser más complejo que aquel hecho de sueños que se yuxtaponen, uno dentro del otro, cual cajitas chinas?

Allí en el centro se encuentra el Minotauro, hambriento, al acecho de los hombres que crucen el umbral.

¿Qué hilo y qué puñal podrá ofrecer Ariadna a Teseo para salir de aquella pesadilla?

Inception propone un punto de partida interesante desde donde se lo mire. Una banda de “investigadores” se sumerge, literalmente, en los sueños de distintos individuos, para robarles sus secretos mejor escondidos.

El grupo está liderado por Dom Cobb (Leonardo DiCaprio), un padre viudo que lucha con su propio fantasma (el de su fallecida esposa, Mal -Marion Cotillard-), y a éste lo acompañan la joven arquitecta, Ariadne (Ellen Page), encargada de diseñar los escenarios oníricos, Arthur (Joseph Gordon-Lewitt), el químico Yufus (Dileep Rao), y el imitador Eames (Tom Hardy).

Juntos emprenden el camino hacia la aventura más desafiante de sus carreras: la originación (de aquí el título del film). Esto es, implantar una idea en el subconciente de una persona, para hacerlo actuar de cierta manera, sin saber que ha sido manipulado.

El problema es que dicho proceso es una actividad sumamente complicada; los peligros acechan a cada instante y no hay seguros de ningún tipo: cualquiera puede resultar herido, perder la vida, o incluso caer en un particular limbo de locura atemporal. Los mismos sueños son espejismos tan entreverados que hace falta llevar un amuleto para estar seguro de si se está soñando o se está despierto (el del protagonista es un trompo, que en el mundo onírico gira y gira sin detenerse nunca).

¿Podrán cumplir su objetivo o se irán perdiendo en el intento?. Si lo logran los espera el éxito. No hay solo dinero en juego; Cobb, sospechado por el Gobierno del asesinato de su mujer, tiene prohibido regresar a su hogar con sus hijos, y su nuevo jefe le ha prometido arreglar su problema si lleva a cabo la misión.

Desde el comienzo nos vemos inmersos en el juego, las reglas son explicadas vertiginosamente y no vale pestañear si no se quiere perder nada. Y asistimos a la propia construcción del mundo de los sueños en donde se llevará a cabo la originación: un laberinto de sueños dentro de sueños. Pero como en el laberinto del mito, un monstruo acecha en el interior: es el Minotauro Mal, la culpa, que pone en riesgo la acción a cada momento.

Ya lo dibuja Goya en el famoso cuadro; “el sueño de la razón produce monstruos”. Teseo deberá enfrentarse a sus miedos y salir. ¿Pero cómo, sin la ayuda de una, no en vano llamada Ariadne, que lo ayude en su camino?. Así la arquitecta lo forzará a enfrentarse cara a cara con su pasado para poder salir a flote.

En este juego de mundos dentro de otros asistimos al artificio mismo de la película, en donde la construcción de cada sueño es un paralelo inevitable con la construcción de aquella diégesis que nos mantendrá atrapados por casi dos horas y media (y no sobra un solo minuto). Todos aquellos que nos hemos enfrentado a la página en blanco de un guión en potencia, que hemos filmado jugando con la sensación de que estamos soñando despiertos, no podemos más que rendirnos a los pies de Nolan y sentirnos hermosamente identificados.

Sí, es cierto que hay piedras en el camino. Una –para mi gusto- muy larga explicación de las reglas del juego, un planteo flojo de los “peligros”, un desvanecimiento, por momentos, del gran objetivo, hundido bajo los problemas personales del personaje interpretado por DiCaprio, y alguna que otra cuestión que parece hacer tambalear todo el mundo creado. Sin embargo, nada de esto logra hacernos dudar del sueño; hace falta que se enciendan las luces del cine y escuchar los aplausos para darnos cuenta de que nos han jugado el truco, de que lo real, finalmente, era un sueño, compartido también con los espectadores.

Que gire y gire el trompo, porque nunca podremos estar realmente seguros de aquella fina línea que separa al sueño, o al cine, de la vida misma.-