El ojo del tiburón

Crítica de Paula Caffaro - CineramaPlus+

Asistir a una cantidad indeterminada de acontecimientos espontáneos registrados en sus lugares originales es lo que separa la ficción de la realidad, pero cuando ésta última se ve vulnerada por la presencia del artificio cinematográfico la distinción deja de ser tan evidente.

A través de la realidad manipulada de un grupo de adolescentes nicaragüenses, Alejo Hoijman nos acerca a sus actividades cotidianas, a su mundo de caminantes erráticos y aburridos exploradores expectantes quienes se adueñan de todo el espacio disponible. Dueños del escenario en el que deambulan, los otros, ese otro mundo ya resuelto, sólo son el síntoma de la existencia que habita fuera de la dupla protagónica: Maicol y Bryan.

Ante la libertad de la naturaleza, la tecnología irrumpe sin entrar en cuadro, no pertenece a este universo casi simbiótico de despertares. Sólo se hará presente desenvainando todo su potencial de artificio en el momento en que sentados de frente a una notebook, Maicol y Bryan se ven en pantalla. Esa imagen dentro de la imagen es la que termina por derribar la ilusión de estar presenciando la realidad inalterable.

Con una cámara que muta de personalidad, a veces nos regala tomas subjetivas que nos habilitan la entrada a la selva: ese denso follaje húmedo repleto de animales, futuras víctimas de los asaltos de violencia hormonal de Maicol o bryan; mientras que en otras oportunidades, nos aleja tanto hasta el punto de posicionarnos en planos hiper estáticos que retratan a sus personajes tan paralizados como una pintura. Los abundantes planos medios cortos y primeros plano recortan los rostros curtidos de los más adultos y revelan la ansiedad en los de los más jóvenes.

En este pueblo de pescadores de tiburones, en donde ya casi nadie los caza, los adolescentes deberán aprender el oficio para ganarse la vida. Entre charlas sobre un futuro incierto pero inevitable; el dinero, el amor y el destino, son los grandes tópicos que tanto como sus aspiraciones se hacen presentes en esta historia de descubrimientos personales.

Por Paula Caffaro
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