El menú

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La cena está servida

El conocido director de series televisivas Mark Myrod ofrece en El Menú (The Menu, 2022) una ingeniosa película que discurre sobre los conflictos de clase actuales entre trabajadores y empresarios en Estados Unidos a partir de una premisa que sorprende al espectador por su ferocidad, pero que reviste un carácter conservador, incapaz de atisbar cualquier forma de transformación social.

Un grupo de doce personas de gran pasar económico que pueden pagar el elevado cubierto del restaurante del aclamado chef Slowik (Ralph Fiennes) acuden a la Isla de Hawthorne para compartir una experiencia culinaria en el exclusivo y costoso establecimiento, pero la cena se convertirá en una pesadilla cuando el chef confronte con los prepotentes comensales en una performance gastronómica y social planificada con muchos meses de antelación por el reconocido cocinero y sus colegas. Como un homenaje al maravilloso film de Peter Greenaway, El Cocinero, el Ladrón, su Mujer y su Amante (The Cook, the Thief, his Wife and her Lover, 1989), la película se divide en capítulos representados por los platos que ofrece la cocina de Slowik, un menú de pasos cuidadosamente creados a partir de la selección de productos que la isla ofrece, siempre buscando mantener un balance entre la naturaleza y sus habitantes e invitados.

A la velada del caprichoso chef acuden un grupo de tres socios de un fondo de inversión poseedor de la isla y el restaurante, un acaudalado matrimonio de la tercera edad con más hastío y antipatía que amor, una ampulosa estrella de Hollywood venida a menos junto a su joven ayudante, una crítica culinaria y su adulador editor, un joven petulante con su nueva novia y la madre ebria del chef. El grupo construye un retrato caleidoscópico de las vanidades contemporáneas del ambiente gastronómico y cultural.

Hasta la mitad del film Myrod desarrolla con éxito su proyecto, exponiendo las conductas y los diálogos de los fatuos comensales en contraposición a la pretenciosa organización castrense de la cocina de Slowik. Durante la segunda mitad, las intenciones de Slowik se revelan y comienza la confrontación entre el chef y la joven interpretado por Anya Taylor-Joy, que es la única invitada que no estaba en la lista.

Myrod aprovecha el buen momento, la presencia y el talento de Anya Taylor-Joy, que se contrapone muy bien con respecto al lastimoso personaje compuesto por Nicholas Hoult y el exigente chef interpretado por Ralph Fiennes. Si Taylor-Joy y Fiennes logran cautivar con sus interpretaciones y soportan los primeros planos del director, el resto del elenco tiene altibajos en papeles demasiado esquemáticos y exagerados, sin matices, que no siempre acompañan del todo bien al relato, que busca escarnecer a los millonarios clientes. La película se destaca también por un gran elenco, que incluye a Hong Chau, John Leguizamo, Janet McTeer, Paul Adelstein, Reed Birney, Judith Light, Aimee Carrero, Peter Grosz, Christina Brucato, Rob Yang y Arturo Castro.

Pero la trama es un poco más compleja y remite al desencanto del chef ante el descubrimiento de que sus comensales son un grupúsculo de esnobs deplorables a los que poco les interesan las experiencias culinarias que éste ofrece en su exclusivo establecimiento ya que no aprecian las temáticas ni el amor que los cocineros le ponen a las preparaciones, generando el descontento del chef y sus subordinados/ ayudantes, que de la decepción pasan a la antipatía y de allí a un odio irreconciliable con la vida.

El Menú se adentra en una cuestión sociológica que atraviesa nuestra época, el creciente malestar en muchos casos devenido en encono hacia los que se benefician del sistema capitalista, emoción producto de la falta de propuestas e ideas de cambio social, el rechazo visceral a las opciones socialistas o el fracaso de las experiencias revolucionarias convertidas en totalitarias. Esta situación tiene como correlato la acumulación cada vez más inescrupulosa y obscena de riqueza que los trabajadores generan por parte de los especuladores financieros y la incapacidad o desinterés de los trabajadores y los empresarios que producen de realizar cambios significativos en el sistema capitalista, ante lo cual sentimientos pasivos de fatalismo y decepción se imponen como única forma de afrontar un escenario del que no se puede salir sin una gran fuerza de voluntad.

Por otra parte, esta cuestión se relaciona en la película con la dependencia del artista para con el patrocinador o cliente, que no siempre aprecia la obra, lo cual alimenta la animadversión del artista hacia las reglas del mundo del arte o en este caso, del universo gastronómico y sus medidas canónicas. Aunque esta es una situación que se vive desde los inicios del surgimiento del concepto de obra de arte, el fracaso en la actualidad del sistema educativo basado en conocimientos generales y el consecuente analfabetismo cultural de los empresarios alrededor de todo lo que queda fuera de su rango de saberes específicos generan en los egocéntricos artistas sentimientos negativos hacia sus mecenas.

Para los platos el film recurrió a varios cocineros pero se destaca una cocinera francesa radicada en Estados Unidos, Dominique Crenn, cuyas creaciones culinarias aparecen en distintos momentos en la película recreadas y filmadas con el estilo de la serie documental de David Gelb, Chef’s Table (2015-2022), quien tiene una labor aquí como director secundario.

Myrod se mueve bien en la clave satírica del comienzo, pero se empantana un poco cuando tiene que virar al terror. Si lo mejor de El Menú es su trama y el juego que abre a partir de los distintos protagonistas cuidadosamente seleccionados para la velada, la previsibilidad de muchas escenas y la falta de carácter de algunos personajes secundarios no completamente resueltos ni desarrollados, especialmente a partir de la segunda mitad del film cuando se revelan las intenciones del chef y la actitud de los comensales se convierte en irracional y ridícula, constituyen uno de los puntos más flojos de una propuesta interesante escrita por Seth Reiss y Will Tracy, que en un principio fue pensada para que la dirija Alexander Payne aunque finalmente terminó recayendo en Mark Myrod, un director obsesionado con las consecuencias del poder en el comportamiento humano. La película logra ofrecer una historia que se va apagando a medida que las cartas del director son expuestas mediante unas buenas ideas licuadas por el desarrollo errático de la trama, una que los guionistas y el realizador dejan a la deriva hasta estallar en el final.