Él me nombró Malala

Crítica de Daniela Salinas - El Lado G

“Es mejor vivir un día como un león que 100 años como un esclavo“, dice Malalai: una leyenda que cuenta la historia de una joven que guió a soldados afganos durante la lucha contra los ingleses en 1880, pero que murió asesinada en pleno campo de batalla.

De esa historia surge el nombre que lleva Malala, una chica que creció rodeada por su familia, mientras asistía a una escuela en la que su padre enseñaba. Para ella era muy común la educación y el aprendizaje constante, a diferencia del resto de las niñas en Swat, Pakistán, quienes no iban al colegio. Junto a su padre decidió alzar la voz cuando el pueblo donde vivían fue tomado por talibanes. Varias escuelas explotaron y muchos ciudadanos eran señalados como traidores. En medio de todo el caos, Malala logró empezar un cambio.

Davis Guggenheim es el director de El me nombró Malala, conocido por su documental ganador del Oscar en 2007, Una verdad incómoda. En esta ocasión, el cineasta asume el reto de dar a conocer la historia de esta joven paquistaní, la primera a su corta edad. que ganó un Premio Nobel de la Paz en el 2014.

Malala Yousafzai tenía solo 15 años el 9 de octubre del 2012, cuando un soldado talibán le disparó en la cabeza mientras ella se dirigía a la escuela . Luego de una milagrosa recuperación, ella se refugió, junto a su familia, en Inglaterra, amenazados a muerte si ponían un pie en su pueblo natal, Swat. Desde ese momento, su historia conmovió al mundo.

Aún así, no es una historia centrada totalmente en la imagen de Malala, sino que también desarrolla la figura de su padre: Ziauddin Yousafzai, activista contra talibanes en Swat. Este hombre es el que inspiró a Malala a no quedarse callada para luchar por los derechos de mujeres y niños en Pakistán. Ziauddin es la sombra constante de Malala. El documental transmite muy bien el grado de confianza y compañerismo entre ellos, como si se tratara de una misma alma en dos cuerpos separados.

Guggenheim intenta establecer una conexión con el espectador al tratar de apelar al sentimentalismo mediante momentos de choque cultural: “la nueva sociedad” en la que Malala tiene que vivir, mezclado con su desconcierto en cuanto a las costumbres inglesas. Sin embargo, ninguno de estos elementos está explorado y aprovechado al máximo.

Él me nombró Malala intenta contar una historia pero deja cabos sueltos, y solo se queda con parte de la historia. Pero de todas formas, por momentos se disfruta, si se tiene en cuenta que la realidad supera a la ficción.