El lobo de Wall Street

Crítica de José Tripodero - A Sala Llena

El rey de la tragicomedia

Belfort (Leonardo DiCaprio) es una variación de Henry Hill, el protagonista de Buenos Muchachos que encarnaba Ray Liotta, el cual abría el film con el siguiente diálogo: “desde que tengo memoria siempre quise ser un gánster”. La gran diferencia entre ese film que inauguraba la década de los noventa y El Lobo de Wall Street es el tono. Belfort -al igual que Hill- se cobija en una familia, aquí no de italoamericanos sino de renegados que sin embargo comparten los códigos de la mafia. La violencia está sustituida por el sexo, este es el gran trueque de Scorsese, no hay trompadas o asesinatos a sangre fría para inocular respeto sino un gran desenfreno por el sexo y las drogas. El joven Belfort recibe una lección -a modo de manifiesto- de parte de Mark Hanna (el mejor papel de Matthew McConaughey), un personaje que aparece sólo cinco minutos y que le dice que el trabajo de corredor de bolsa sólo se puede hacer bajo los efectos de la cocaína. Las drogas y el sexo omnipresentes en el relato tienen un tratamiento tragicómico. La secuencia más álgida sobre las drogas que se consumen, es la de Belfort y su ladero Donnie (un imposible Jonah Hill) en la que ninguno de los dos pueden disponer de sus capacidades motrices...