El libro de la selva

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Codo a codo con Robin Hood, El libro de la selva fue una de las mejores adaptaciones de Disney con animales caricaturizados. Cuando Disney trabaja con animales, su resultado es serio: el pulpo del entretenimiento tiene la habilidad de resaltar los personajes con tintes del animal en cuestión, en vez de forzar versiones enfáticas y grotescas. Hace unos meses, lo logró con creces en Zootopia, con esa suerte de Dubai poblada por herbívoros y depredadores. Y ahora, con esta revisión del clásico de Kipling, complemento con animación computada a la clásica animación de 1967. Si el espacio de Zootopia es una utopía, la convivencia entre seres naturalmente antagónicos, el de El libro... es una arcadia, un lugar idílico donde los animales cuidan su entorno natural. El elemento discordante es Mowgli (Neel Sethi), el único humano del film. El chico huérfano fue adoptado por la pantera Bagheera y criado como un par por una manada de lobos; pero el tigre Shere Khan, sabedor de la amenaza que supone el hombre con el fuego, demanda su expulsión. Hay un mensaje interesante: Mowgli es ciertamente humano y potencialmente peligroso, pero como individuo no es culpable. Y sus ayudas manuales son vistas como “trucos” por el resto, lo cual infunde simpatía y también admiración. La expulsión de Mowgli es seguida por una cacería; Shere Khan tiene un asunto pendiente con el chico que éste desconoce; desea eliminarlo. En el camino aparece otro amigo protector, el oso Baloo, y la narrativa entra y sale de la acción con elegancia. Aparte del logro visual, que inicialmente resulta tosco pero luego cautiva, la película destaca por las voces. Sería otro Baloo sin la de Bill Murray, y lo mismo vale para Ben Kingsley con Bagheera, Christopher Walken con King Louie, y Scarlett Johansson con la serpiente Kaa. En suma, a evitar la versión subtitulada.