El lado luminoso de la vida

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Tu amor, mi enfermedad

Uno de los filmes con mayores nominaciones al Oscar (entre ellas, compite como mejor película) se ofrece por lo que no es. Tiene las características de una cinta independiente pero está producida por The Weinstein Company (fundadores de Miramax); su protagonista, Pat (Bradley Cooper), padece un severo trastorno bipolar y pretende, una vez dado de alta, recuperar a su esposa a costa de amasijar cualquier cosa que se cruce en su camino. Eso es Hollywood, claro. Entre sus mayores escollos está Pat padre (Robert De Niro, otra vez un estupendo pater familias), que usa a su hijo de cábala para sus apuestas, insinuando su propia locura (¿TOC?, ¿bipolaridad leve?) y que las vergüenzas domésticas se barren bajo la alfombra. En Silver Linings Playbook (título original) la vida es juego y la hipocresía (acaso lo más honesto del filme) salpica a todos por igual. Sólo si uno acepta al filme por lo que es (un simulacro de comedia independiente) podrá disfrutarse, y mucho. El gran acierto de El lado luminoso es la empatía entre Pat y su entorno. Para sus padres, Pat es la oveja negra que merece trato condescendiente, al borde de lo disciplinario (esto, claro, del lado de De Niro). Pero Pat no se asume como víctima. Quiere abandonar la medicación y quiere recuperar a su esposa, aunque para ello deba asociarse con Tiffany (Jennifer Lawrence), otra chica con problemas, otra oveja descarriada; un espejo en el que mejor no mirarse. Con personajes y situaciones entrañables, con buenos gags, El lado luminoso se arruina en un grand finale que no le corresponde y que, por otra parte, se adivina mejor que las apuestas del padre de Pat.