El juego de la fortuna

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

APUESTA POR EL MÉTODO

El juego de la fortuna en apariencia “una película antideportiva” termina demostrando que va más allá de cualquier otra historia deportiva triunfalista para ofrecer una mirada completamente distinta: arriesgada, metafísica.

El juego de la fortuna (Moneyball) en sus primeros minutos deja ver su estilo un tanto antideportivo. Cuando el cine se adentra en un universo deportivo esperamos un clima casi triunfalista, sensaciones cercanas a la lucha, cuerpos ágiles vibrando en entrenamientos, partidos, en síntesis: movimiento. Los planos generales, que regresarán muchas veces en la película, donde el estadio de los Oakland Athletics se ve vacío, en penumbras y en una de sus butacas, del lado izquierdo de la platea, sentado, mirando hacia el campo iluminado, Billy Beane (Brad Pitt) su manager general, nos indicarán una sensación de quietud, a primera vista desconcertante. También nos encontraremos con Billy, dentro del estadio, recorriendo los pasillos con una caminata que transmite un aplomo digno de un profesor que recorre su claustro universitario. Otras veces sólo serán sus ojos en primerísimo primer plano, o nuevamente su cuerpo en otros lugares del estadio, la oficina, el gimnasio. Esta enumeración de las maneras con las que Bennett Miller, director de El juego de la fortuna, nos habla de su protagonista, intenta describir el estilo del film, aparentemente casi antideportivo (como contrapuesto a ese movimiento mencionado). De todas maneras, esto es solo en un primer nivel, ya que a lo largo de la película, descubriremos que esa imagen contemplativa de Billy Beane es su manera de pararse frente al juego, a su pasado como jugador, a su presente como manager, padre y por supuesto hacia su futuro.
El movimiento reclamado anteriormente no se dará aquí en un nivel estrictamente físico, como se vería en otra película “deportiva”, sino metafísico. Lo metafísico, es aquello que está más allá de la física y aparece en Moneyball como un método. Dicho método será aplicado por Peter Brand (Jonah Hill), economista y nueva mano derecha de Beane, para armar un equipo de béisbol ganador acorde al bajo presupuesto del club debido a sus constantes derrotas. Con estas reglas aplicables a las variantes del béisbol, Peter y Billy desarrollarán una ciencia acerca del juego, un conocimiento puro, universal, ya que luego se aplicará en otros equipos. Ese conocimiento transformará a los jugadores en objetos, en causas analizables, intercambiables, descartables. Este proceder es abstracto, alejado de lo sensorial, un manejo al que Billy está habituado. Ejemplos de este comportamiento son las actitudes del manager en cuanto al juego: él no ve los partidos, no se queda en la cancha durante los juegos. Otra muestra es la escena donde le “enseña” a despedir jugadores a Peter, donde confirma desde su discurso que no establece relaciones personales con sus jugadores.
Si bien la abstracción en este conocimiento está relacionada con la precisión, en el camino de los Oakland esto se ve a modo de racha ganadora, mas no como un logro definitivo. Esta es, tal vez, la secuencia más “deportiva” de El juego de la fortuna, aquí sí hay cuerpos diestros, carreras por las bases, golpes ganadores, dudas tácticas, gritos de la hinchada, abrazos celebrantes. Esta racha, también fílmica, compensa la tensión que precede y prosigue en la película. Los planos generales abarrotados de gente ofrecen el contraste ideal para aquellos antes descriptos. En este contrapunto queda clara que la apuesta de Billy por ese método será fundamental para comprender su propia historia que ha trascurrido hasta ahora de la misma manera que aquellas fórmulas abstractas. Él ha sido un hombre que desafía permanentemente su vida, él mismo es un jugador, un deportista que más allá de los resultados, luchará por comprender su mundo de manera tan acabada que no haya espacio para asombrarse de que las cosas sean como son.