El (im)posible olvido

Crítica de Marcela Gamberini - Subjetiva

EL HOMBRE QUE NO PODÍA RECORDAR

Escuché decir al gran documentalista Sergio Wolf que los documentales se fundan en la falta. La carencia, la ausencia, aquello que ya no está es lo que aparece como centro y como motor de los buenos documentales. Esa falta genera un deseo inmenso, repararla, taparla, ocluirla y en esa reparación el recorrido del deseo es lo que importa. Ese recorrido puede tomar varias formas; la de la búsqueda de tipo investigación detectivesca, la de poner a andar el mecanismo lento de la memoria, la de buscar presencias que hayan conocido o tenido algún contacto con esa “ausencia”, entre otras. La figura de esa “falta” puede ser simbólica o real; la infancia, alguna obsesión, el lugar de origen o el padre, la madre, algún pueblo. Aunque todo esto siempre es relativo, por suerte. Pueden aparecer en los buenos documentales todas estas líneas juntas o alguna de ellas. En general a la pregunta por el origen se le adhieren algunas sobre el padre o la madre o los hermanos y la memoria se pone a funcionar y con ella el olvido (o los olvidos).

En El (im) posible olvido el director de (H) Historias cotidianas (2001) e Imagen final (2008) entre otras, trabaja esta vez, deliberadamente, sobre sí mismo y sobre todo sobre sus faltas; las faltas privadas y las públicas. La ausencia del padre, que como un generador de electricidad, pone a funcionar sus recuerdos y trae otra gran ausencia que es la de su niñez, la de su infancia. Esta vez Andrés Habegger (aquí la entrevista) aborda su propia historia que forma parte de la historia de una época de un país llamado Argentina. Su padre, militante activo de la organización Montoneros, vivió entre la Argentina y México, perseguido, en clandestinidad hasta que un día desaparece. Ese polvo en el que se convierte el padre es el abono en el que crece el hijo. Cuando su padre aún vivía Andrés de nueve años de edad comienza a escribir un diario, cuando su padre desaparece también desaparece la propia letra y la palabra. Ese cuaderno forrado con la emblemática imagen del mundial 78 se llena de ausencias, de olvidos, de faltas. Cuando el “padre” se ausenta, la letra, que es una delas cuestiones más personales, mas intimas, se ausenta también. Y deviene el olvido, esa memoria que terca no puede recordar, ni aún ayudada por algunos objetos de la época que ese hombre – niño encuentra en una caja, esas revistas Billiken, esas figuritas, algunas fotos, unas monedas.

Habegger es el protagonista, es el narrador, es el enunciador de la película, es él. Es su cuerpo, es su padre, es su dolor, es su madre, es su gato, son sus ausencias, sus reflejos, sus memorias, sus recuerdos recortados, su letra trémula, sus “faltas” de ortografía, su descendencia, sus hijos. Su mundo cotidiano, íntimo se fusiona con lo público. Su diario personal escrito cuando era niño es también el protagonista de este documental que dolorosamente recorre la vida de un hombre ( o de dos) que no logra olvidar y tampoco recordar, la pregunta por la memoria absoluta es constante.imposible Ese olvido siempre será imposible, nada o todo se olvida, los recuerdos se agolpan en la boca del estómago y de pronto fluyen en los ojos llorosos de Andrés o en sus sonrisas o en sus gestos nerviosos. Las conversaciones con su madre son la columna vertebral donde la película se apoya de una manera incómoda, imprecisa. Entre el reclamo por la falta de cuidado en su niñez, los olvidos de la madre, sus primeros planos interrogatorios y a la vez atentos; en esa sensible fluctuación entre el cuidado y el reclamo se mueve la película. La fluctuación es uno de los ejes sobre los que la película se sostiene; la vacilación entre los espacios que van desde Argentina, México y Brasil hasta la intimidad de la casa de Andrés. La exposición de ese espacio público que es el edificio de Brasil donde se judicializó el proceso a su padre, la exposición de su diario íntimo y la exposición de la historia pública de su padre, la confrontación entre madre- hijo y nietos; las diapositivas (toda una marca de época) y el registro inmediato con una camarita portátil; la película tensa todos estos materiales, se mueve entre límites y no deja de preguntarse acerca de la incidencia de la vida pública en lo privado, acerca de peso del pasado sobre el presente.

¿Cómo la política puede estar antes que un hijo?, ¿Cómo una madre o un padre pueden subvertir el amor por un hijo? ¿Cómo entender la potencia de la militancia? Son preguntas que entre otras flotan en la película que se transforma ella misma en un exorcismo, en uno de los modos de la sublimación. Se dirá que es una película necesaria, no lo sé. Lo que si se nota, se revela en todo su esplendor es que es una historia que Andrés Habegger necesitaba contar para sí mismo, como una fuerza centrípeta, un relato que en su urgencia por salir deviene cálido y doloroso.

La película es más visceral, más pulsional, más pasional que lógica. Esta primera persona que se narra a sí misma, este hombre que pone en escena su cuerpo, su voz y sus emociones, ese “yo” que aparece en toda su plenitud es a la vez un hombre carenciado, apenas un fragmento de sí mismo. El simulacro de la plenitud en esa primera persona, en esa enunciación que empalaga no es nada más que un artificio que muestra un recorte de un hombre que no puede recordar.

Habegger construye una película valiosa, profunda, sensible y en este acto también reconstruye su memoria, no en su totalidad que es imposible, sino en parcialidades, en fragmentos. En el comienzo su padre era solo una diapositiva sostenida en el aire, sobre el final las imágenes de sus hijos jugando, registrados por una cámara trémula y emocionada dan cuenta del proceso fructífero de El (im)posible olvido. La película, es de ahora en más parte de la memoria del director, como un archivo personal que se suma al diario infantil, a los cassetes, a la mirada perdida del gato, a las lágrimas de su madre, a los gestos de sus hijos.

EL (IM)POSIBLE OLVIDO
El (im)posible olvido. Argentina/México/Brasil, 2016.
Guión y dirección: Andrés Habegger. Fotografía: Melina Terribili. Música: Jorge Aliaga. Edición: Alejandro Brodersohn. Sonido: Paula Ramirez, Joaquín Rajadel y Gaspar Scheuer. Duración: 86 minutos.