El hombre que compró la luna

Crítica de Jessica Johanna - Visión del cine

Lo nuevo del director Paolo Zucca (El árbitro) es una comedia ligera con toques absurdos, esta vez en torno a un hombre que compró la luna para regalársela a su amada.
Alguien de Cerdeña compró la Luna. Cuando el gobierno se entera manda a un agente secreto a infiltrarse en ese pueblo. El elegido es el agente Kevin, alguien cuyas raíces se encuentran en Cerdeña pero que reniega del origen al que ahora lo obligan a regresar.

Más allá de la premisa en torno al hombre que compró la luna, casi la mitad de la película tiene como protagonista a Kevin aprendiendo las costumbres de Cerdeña y luego la puesta a prueba de ellas una vez en el lugar. Con un peculiar personaje haciéndole de profesor, el film apuesta a un tono cómico absurdo, cuando éste le enseña cosas que parecen ridículas y luego, al poner un pie en esa tierra, descubre que son tal como le enseñaron. Acá Zucca aprovecha para hacer un retrato pueblerino tal como ya había hecho un poco, en menor dosis, en El árbitro, y la trama principal parece ser más bien una excusa para pintarlo.

Es en la última parte donde la narración vuelve a ponerse en eje y aparece el famoso pescador que compró la luna, ya con mayor entidad. A esta altura, Kevin no es más la persona que era o que creía que era, más allá de que el cambio de look se dio más temprano.

La película está escrita junto a Barbara Alberti y Geppi Cucciari y no parece ubicarse en una época temporal precisa. Su tono de comedia por momentos está teñido de cierto drama que le imprime un poco de melancolía.

Más allá de este tono particular, extraño, que funciona como hallazgo para la historia que se quiere contar, lo que no termina de funcionar es la trama. Quizás porque navega por ríos muy distintos y eso la hace quedarse como a la deriva.