El Hobbit: La desolación de Smaug

Crítica de Fernando Alvarez - Todo lo ve

La gran aventura

Esta segunda entrega de la trilogía cinematográfica basada en la obra de Tolkien, supera a la anterior estrenada el año pasado. En realidad, se trata de una kilométrica superproducción dividida en tres partes, pero ésta concentra más aventura y acción a través de secuencias espectaculares. Y, como si fuera poco, deja al espectador con ganas de ver más.

El Hobbit: La desolación de Smaug sigue la vertiginosa aventura del personaje principal Bilbo Baggins (Martin Freeman) en su viaje con los trece enanos, liderados por Thorin (Richard Armitage), en su búsqueda épica para reclamar el reino enano perdido de Erebor. En el camino enfrentarán varios peligros y al dragón Smaug (Benedict Cumberbatch) que siembra terror entre los hombres.

Peter Jackson no pierde tiempo en la narración, aprovecha todas las puntas argumentales del guión (el pescador perseguido que ayuda a los protagonistas y tiene a su familia amenazada) y coloca el acento en el gran despliegue pero sin olvidarse de la tensión que ofrece la trama y los móviles de los personajes, Aquí brillan la secuencias del ataque de las arañas gigantes: el escape de los enanos escondidos en barriles y arrastrados por la corriente del río; el feroz ejército se orcos que se lanzan tras sus los pasos para llegar a una llave que abrirá la puerta del reino prohibido y también peligroso.

Todo está colocado en su medida justa y el resultado no da respiro a los fans de la saga, que percibirán las referencias a Los cazadores del arca perdida en el último tramo del film. Por su parte, regresan Orlando Bloom con su papel de Legolas, Cate Blanchett como Galadriel y hasta el mismo Peter Jackson se reserva una fugaz aparición en la primera escena.

Grandes escenarios creados digtialmente, criaturas monstruosas y el eterno enfrentamiento entre el Bien y el Mal plasmado entre las luces y las sombras, alcanzan en la historia niveles insospechados cuando todos se lanzan tras el Anillo que sirve como disparador de las diferentes situaciones. Una excusa para encender la mecha de la gran aventura.