El hilo rojo

Crítica de María Paula Putrueli - A Sala Llena

Un hilo que enreda.

El Hilo Rojo nos reenvía hacia distintos tópicos. En primer lugar, a su origen oriental, el cual refiere a la leyenda que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo se puede estirar o contraer, pero nunca romper. Por otro lado, han desbordado las preguntas a los protagonistas de la película homónima, acerca de si esta leyenda -que se traduce en Occidente como el encuentro de dos almas gemelas- les ha ocurrido a ellos, fuera de lo recreado en pantalla. Y en tercer lugar, tenemos el estreno de la obra resultante, inspirada en esta leyenda y con dos protagonistas que efectivamente han traspasado el amor de pantalla a la realidad. Este último ítem es el que realmente importa a la hora de hablar de este “hilo rojo”.

Benjamín Vicuña interpreta a Manuel, un enólogo chileno que conoce a Abril (María Eugenia “China” Suárez), una bella azafata: ambos cruzan miradas en la previa a un vuelo que los volverá a reunir y comparten un momento que los conecta. Vale la pena mencionar que la película brinda un abanico generoso de dispositivos tecnológicos para conectar con el otro; esto quizás choca un poco con la leyenda oriental, en la que predomina la idea de “conectar” desde una dimensión más humana.

En el momento que comparten los protagonistas, ambos escuchan una canción de Amy Winehouse (You Know I’m no Good, “Sabes que no soy bueno”, la cual será el leitmotiv de la película, interpretada luego en un cover por Suárez). Ahora bien, en ese instante el flechazo mutuo se materializa, no pueden dejar de mirarse y sonreír. Esta fuerte atracción seguirá su curso allá por las nubes, paradójicamente donde uno se desconecta de todo. Las vueltas del destino, o del hilo en cuestión, los separan cuando llegan a destino, un suceso en migraciones -que no queda muy claro- hace que no puedan seguir lo que iniciaron y ambos parten cada uno por su lado, dejando de manera inconclusa esta historia que acababa de comenzar.

Luego de siete años, vuelven a encontrarse en la idílica ciudad de Cartagena, donde el deseo y el amor no pueden contenerse más, solo que en esta realidad ambos están en pareja y con hijos, entonces quedan de manifiesto los dos caminos a seguir: no continuar con la pasión que los embarga y dejar pasar la oportunidad de encontrar el amor verdadero, o “soltar” la vida que llevan construida con sus actuales parejas y arriesgar todo por la posibilidad de vivir un amor pleno junto a su alma gemela.

La película oscila entre un puñado de decisiones correctas por parte de la directora Daniela Goggi (quien ya había dirigido a Suárez en Abzurdah, una película con mucho más contenido que la actual) y algunas fallas que presenta el guión; lo verosímil queda muy cerca del límite con el ridículo en algunas situaciones y ciertas escenas parecen demasiado forzadas.

Acuña no desentona como casi siempre, pero tampoco deja algo que nos pueda sorprender o emocionar, todo es muy lineal; en cambio Suárez -que posee un rostro que se adueña completamente de la pantalla- logra una versatilidad que ya había demostrado en su película anterior y salva en varias ocasiones una historia que no termina de convencer. En línea con lo actoral, los personajes secundarios acompañan en el tono de drama romántico que se busca. Guillermina Valdés y Hugo Silva (esposa y marido engañados por la pareja protagónica) explicitan dos maneras distintas de reaccionar ante la infidelidad. Y por su parte Leticia Siciliani, como la amiga de Abril, pone la cuota de humor y funciona también como una proyección de aquello que a su amiga le cuesta tanto decidir, o permitirse vivir.

No hay nada novedoso en el film: sobre el amor y la infidelidad se han contado infinidad de historias, seguramente con personajes mucho mejor construidos y líneas argumentales más complejas. Aun así, se logra cierta empatía con una historia pequeña sobre las segundas oportunidades, sobre la posibilidad de amar a más de una persona a la vez y sobre el miedo de abandonar el lugar seguro donde nuestra vida transcurre sin sobresaltos pero también sin sorpresas. La clave puede que esté en seguir ese hilo rojo hasta la persona correcta, sin terminar completamente enredado.